El domingo 22 de mayo de 1960, a las 15:11 horas, un ruido subterráneo y áspero rompió la quietud dominical de las y los valdivianos.
En pocos segundos, el temblor inicial se convirtió en el terremoto de mayor magnitud registrado en la historia: 9,5 en la escala de Richter.
Los científicos calculan que lo sucedido esa tarde en términos de energía liberada fue 20.000 veces más potente que la bomba lanzada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima al final de la Segunda Guerra Mundial.
El sismo fue percibido a nivel planetario y produjo una serie de maremotos, extendiéndose a diversas localidades ubicadas en el océano Pacífico, incluyendo Hawái y las costas de Japón. También provocó la erupción del volcán Puyehue que cubrió de cenizas el lago homónimo.
En total, se estima que esta catástrofe natural costó la vida de entre 16.554 y 20.005 personas y dejó más de 2 millones de damnificadas y damnificados.
Con el propósito de rememorar el terremoto de Valdivia y reivindicar a sus víctimas, el 2 de junio de 2022 se promulgó la ley 21.454, que establece el 22 de mayo de cada año como el Día Nacional de la Memoria y Educación sobre Desastres Socio-Naturales.
Esta ley señala además el deber del Estado de educar y difundir medidas para prevenir y mitigar las consecuencias de este tipo de eventos.
En este contexto, la profesora del Departamento de Geografía de la Universidad de Chile, Carmen Paz Castro, PhD en Medio Ambiente y Planificación Territorial de la Universidad de Zaragoza, se refirió a las medidas que se requieren para gestionar los riesgos y mitigar los daños frente a un desastre socio-natural.
La académica ha desarrollado numerosos proyectos relacionados con la evaluación del riesgo de desastres, con énfasis en el análisis de los factores subyacentes y la gestión para su reducción.
Actualmente, además, dirige el Diplomado de Postgrado en Gestión para la Reducción del Riesgo de la Universidad de Chile y forma parte de varias redes internacionales, además de ser integrante de la Plataforma Nacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, directora de la Revista Latinoamericana sobre Reducción del Riesgo de Desastres (REDER) y miembro de CITRID, Programa de Investigación Transdisciplinaria en Desastres Riesgo de la Universidad de Chile.
¿Por qué es importante prevenir y prepararnos ante los desastres socio-naturales como sociedad?
Lo primero es comprender que la sociedad civil es un actor relevante en la gestión del riesgo, tanto en su rol en la prevención y autocuidado como en el apoyo que puede prestar como primer respondedor.
Es básico estar en conocimiento del riesgo que está enfrentando (amenazas, nivel de exposición y de vulnerabilidad) y contar con información de calidad que las autoridades e instituciones responsables le deben proporcionar.
El país requiere de un sistema de gestión del riesgo muy robusto y transversal, que se haga cargo del escenario multi amenaza en que vivimos, por lo cual todos los sectores deben estar convocados como responsables y coordinados para actuar en conjunto y no generar duplicidades de esfuerzos.
Se está avanzando en este sentido con el Sistema Nacional para la Prevención, Mitigación y Atención a Desastres (SINAPRED), con el Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (SENAPRED) y con la existencia de las plataformas nacionales y regionales de reducción del riesgo de desastres, que son una demostración e iniciativas certeras para avanzar en una dirección correcta.
¿Cuáles son las claves para prevenir y prepararnos como individuos, familias y comunidad barrial?
La preparación ante el riesgo de desastres es esencial para que cuando ocurra una emergencia la afectación en la población, económica y medio ambiental, sea la mínima. Reducir el riesgo es una tarea de todos los actores y sectores de la sociedad, no solo una responsabilidad del Estado ni menos del gobierno.
Es relevante aceptar que vivimos en áreas de riesgo, expuestos a diferentes amenazas a lo largo del territorio. Por ello, tener redes de apoyo con los vecinos y familias es un factor clave de autocuidado y apoyo mutuo, que nos ayuda a mantener el bienestar en momentos de disrupción de nuestra cotidianidad.
El tomar medidas de prevención y saber lo que se debe hacer ante diferentes tipos de emergencias nos permite estar más tranquilos y actuar con mayor seguridad cuando se produce un evento adverso de cualquier naturaleza. Siempre que sea posible participar de capacitaciones, programas de preparación comunitarias, simulacros y otras actividades que tanto el sector público, sociedad civil organizada y la academia propician para estar preparados permanentemente para enfrentar una emergencia.
Somos un país con múltiples riesgos ¿Considera que nuestras instituciones y la ciudadanía están preparadas?
El terremoto y tsunami de 2010 generó un impacto tan grande en el país que se transformó en un hito que permitió avanzar con fuerza desde el foco en el manejo de la emergencia que tenía ONEMI hacia la gestión del riesgo con un enfoque preventivo, que es la misión actual de SENAPRED.
Se logró comprender la importancia y necesidad de una coordinación intersectorial para abordar el desafío del sistema, para lo cual se creó la Plataforma Nacional para la Reducción del Riesgo de Desastres en 2012, y hace un par de años se crearon las Plataformas Regionales y se han instalado unidades de gestión del riesgo en los ministerios y los municipios.
La ciudadanía ha dado muestras claras de su experiencia y capacidad para hacer frente a desastres, sin embargo, esta capacidad varía en función del tipo de amenaza, estando mejor preparada para la amenaza sísmica que para otras, como las de tipo climático o sanitarias, como ocurrió con la pandemia del Covid.
Esto plantea desafíos urgentes para avanzar desde el ámbito científico, tecnológico y desde las instituciones públicas y privadas en la generación de conocimiento y su aplicación para proteger la vida de las personas.
¿Qué ciudades o países similares al nuestro pueden ser referentes en la gestión de riesgos?
En nuestra región latinoamericana hay muchos ejemplos de acciones de reducción de riesgos que pueden ser referentes para mejorar nuestros procesos.
En los años 80’, la región fue duramente golpeada por desastres que generaron muchas pérdidas de vidas humanas y profundizaron las condiciones de pobreza y deterioro. Por este motivo, Naciones Unidas instauró el Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales en la década de 1990.
Esto generó un importante avance teórico y práctico que llevó a una concepción del riesgo como un constructo social, dejando de lado el paradigma anterior centrado en la dinámica físico-natural como factor causal de los desastres.
La relación indisoluble entre planificación territorial y gestión del riesgo se ha materializado con fuerza en Colombia, tanto en normativas e instituciones como en su abordaje desde la academia, siendo referentes de nuestros estudios y de nuestras redes internacionales.
Las ciudades de Medellín y de Manizales son íconos de la gestión del riesgo a nivel internacional, así como ejemplos de transformación desde realidades muy extremas de problemáticas socio territoriales hacia su reconocimiento como ciudades que avanzan en una trayectoria de sostenibilidad y seguridad enfocadas en el mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes.
Esta fue la razón para que un equipo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile y del Ministerio de Vivienda y Urbanismo visitaran la ciudad de Medellín durante este mes de mayo para conocer en terreno el proceso de transformación urbana de la ciudad.
Finalmente, ¿cuáles son los desafíos de Chile para enfrentar en condiciones adecuadas un desastre socio natural?
Fortalecer el SINAPRED con los recursos económicos y científico-técnicos apropiados, así como mejorar el sistema de gobernanza para incluir y entregar responsabilidades a todos los actores que se requiere para que se pueda avanzar en reducción del riesgo de desastres y en los instrumentos de gestión que la Ley 21.364 establece.
Las universidades debemos seguir preparando profesionales del mejor nivel para aportar al país y avanzando en el conocimiento científico de todos los componentes del riesgo y de sus factores subyacentes, con una aproximación multiescalar y holística, considerando siempre el carácter sistémico del riesgo que explica la complejidad de su compresión y de su gestión.
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