Nuestros suelos son la base de la agricultura y el lugar donde crece el 95% de las plantas que están destinadas a alimentarnos.
Además, los suelos intercambian nutrientes y agua con las raíces, proporcionan oxígeno, sostienen a los organismos encargados de cumplir funciones vitales y controlan las enfermedades de las plantas.
En este contexto, resulta imprescindible contar con suelos sanos que garanticen un ecosistema vivo y dinámico y que contribuyan a mitigar los efectos del cambio climático, a través del aumento de su contenido de carbono.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), para 2050 necesitamos producir un 50% más de alimentos para abastecer a la población, situación que sólo es sostenible si promovemos prácticas que eviten la deforestación, la desertificación, y enfrenten las problemáticas generadas por la sequía y la erosión del suelo.
Preocupados de esta situación, el Ministerio de Agricultura impulsó en 2010 el Sistema de Incentivos para la Recuperación de Suelos Degradados (SIRSD-S), instrumento que busca rescatar el potencial productivo de los suelos agropecuarios en degradación.
La iniciativa es coordinada por la Subsecretaría de Agricultura y ejecutada por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), en conjunto con el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP).
En el marco de este programa, el Centro de Información de Recursos Naturales (Ciren), realizó el ‘Estudio de la Erosión de los Suelos en la Macrozona Sur de Chile’.
Al respecto, el subsecretario de Agricultura, José Guajardo Reyes, quien estuvo en el lanzamiento del estudio destacó que «este tipo de información es de alto valor sobre los territorios y sus recursos naturales, para mitigar los efectos del cambio climático».
Diez millones de hectáreas
El estudio se extendió por 10 millones de hectáreas, emplazadas en 74 comunas de las regiones de La Araucanía, de Los Ríos y de Los Lagos.
Entre sus resultados se evidencia, por ejemplo, que, en Lumaco, Toltén y Saavedra, existen graves signos de erosión hídrica, provocados principalmente por la acción humana, la sequía de la última década y las precipitaciones invernales, que a pesar de ser insuficientes, dañan a los suelos descubiertos y afectados por los incendios forestales.
La directora ejecutiva de Ciren, Katherine Araya Matus, resaltó la inversión en innovación que hizo el Estado para esta iniciativa.
«Contamos con sensores de información de última generación, datos de suelos e infraestructura tecnológica ad-hoc, con los altos volúmenes de información. Pero lo más importante fue la conformación de un equipo de especialistas multidisciplinarios, jóvenes y experimentados, que permitieron en pandemia conseguir los resultados de este estudio», indicó.
Así, se utilizaron técnicas de campo y de teledetección que permitieron delimitar las áreas degradadas, mediante el análisis geomorfométrico de terreno y la espectroscopia del infrarrojo cercano con el uso de imágenes satelitales ‘Sentinel 2’ de la agencia europea ESA.
La implementación de tecnología LiDAR, en tanto, permitió mejorar la escala de trabajo para observar y cuantificar con mayor detalle espacial la erosión en las áreas afectadas.
A través del estudio también se precisó que las comunas más afectadas por la erosión se concentran entre las regiones de La Araucanía y Los Ríos: Lumaco (96,5%), Los Sauces (95,1%), Saavedra (92,9%), Gorbea (91,8%), Mariquina (90,8%), Traiguén (90,5%), Galvarino (90,3%), Loncoche (89,8%), Purén (89,7%) y Lanco (88,9%).
Las comunas con mayor superficie clasificada como erosión severa y muy severa corresponden a Lonquimay (89.316 ha, 22,7%), Mariquina (30.327 ha, 23,3%) y Chaitén (51.206 ha, 6,2%).
Mientras, la comuna de Corral es la que cuenta con mayor proporción de superficie clasificada como erosión severa y muy severa (26,7%), correspondiente a 19.314 ha.
¿Cómo afectan los incendios la degradación de los suelos?
La respuesta es que alteran las propiedades físicas y químicas del suelo, especialmente la hidrofobicidad que es un fenómeno que se caracteriza por la pérdida de afinidad al agua de un suelo, el cual se resiste a ser mojado de manera temporal.
«Los incendios forestales provocan procesos de hidrofobicidad o repelencia al agua de los suelos afectados que pueden durar hasta cuatro años, lo que aumenta el riesgo de erosión y ralentiza la recuperación de la cubierta vegetal. Este proceso se acelera con malas prácticas agrícolas y los incendios forestales que desprotegen el suelo», apuntó el Dr. Juan Pablo flores, jefe de la unidad de recursos forestales de Ciren.
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