“Me llamo Roberto Arlt, nací en una noche del 1900, bajo la conjunción de los planetas Saturno y Mercurio. Me he hecho solo. Mis valores intelectuales son relativos, porque no tuve tiempo para formarme. Tuve siempre que trabajar, y en consecuencia soy un improvisado o advenedizo de la literatura”. Confabulaciones.lt
Por Mauro Salazar J., Observatorio UFRO
A pesar de la tormenta digital, y sus borraduras de sentido e historia, el «retorno de lo reprimido» cada tanto lucha contra las «tecnologías del olvido». Por momentos, la ausencia de horizontes, parpadea desde algún verdor. Hay sucesos que estremecen la producción de nuevos pactos elitarios -frenesí de amnesias y oficialismo de la memoria- de cara a los 50 años del Golpe. En Chile, la “política de acuerdos” se sirvió de una institucionalidad de amnistías programadas, cuya única razón de origen, fue evitar la sacrosanta des-pinochetización en 1999. Ya lo sabemos; la transición administró fielmente una ley de bronce. En suma, sólo era posible una democracia de consensos (realismos) bajo el retorno inmediato de Pinochet desde Inglaterra. Antes de eso, el embajador chileno en Londres, lleno de vigores y esperanzas, había instruido al ejército advirtiendo los riesgos del viaje al país de Thatcher. El 23 de abril el Gobierno anunció su intención de acudir a un arbitraje internacional para solucionar el caso Pinochet. Todo colgaba del retorno del Dictador que fue la verdad infinita de la Concertación para cuidar el cuerpo institucional de la modernización Pinochetista (1990-2010). La no des-pinochetización, aquella profecía vulgar, fue la verdad infinita de la Concertación y del general dependía el vitalismo ético de los transitólogos. Los sucesos migraron al precio de una complicidad con los alterados partes médicos, que acusaban el tiempo final en la vida de Pinochet.
Contra todo pronóstico, hoy la memoria interpela la tiranía del “dato laxo”, donde los demiurgos de la estadística y los semiólogos de la economía dan lecciones de civismo. En opinión de poetas, escritores y politólogos hemos llegado al fin de la memoria Allendista. Ello en virtud de que “el 75% de la población nació después del golpe de Estado de 1973 y, por lo tanto, es hora de cerrar el duelo: el país debe hacerlo, y sobre todo la izquierda” -dirá Cristián Warnken. Tal declamación es una poesía mercurial que honra a César Vallejo en Santiago de Chuco, a Roberto Arlt en la calle del 900’ y a Pablo de Rokha en sus momentos más opacos. Y qué será del notable Lihn ante la pavorosa piratería. Nuestro poeta proleta ha consumado narrativas reaccionarias, reclama el fin del duelo, como quién pide exhumar del cuerpo el cáncer ideológico. En la noche los pueblos el vate agudiza la precarización de la creatividad y no quiere saber nada de la imaginación crítica, salvo cuando ella sea programada y gerenciable. Y llevado a la potencia, el poeta de fronda, pide extirpar los últimos residuos del cáncer de izquierdas, zurdos, o marxistas. En sus extremos, abre una relación impensada con la metáfora Leigh (1973)
Ante esa “matemática conductual” destilan nuevas significaciones, que dinamizan los recuerdos y agitan percepciones que no han sido enterradas. Tales son las tribulaciones del inconsciente, no han podido ser organizadas desde un programa de calculabilidad. Por momentos, todo se puede re-inscribir en nuevas conjeturas -tumultuosas- para opacar la furia normalizadora de nuestros heraldos. Warnken reclama hegemonía fálica, estatalidad de la memoria. Susurra un retorno temporal de Portales o Ibañez y sugiere usos patrimoniales del pasado-presente bajo el imperio del orden. La memoria insatisfecha, que no se deja sepultar, es un vector, una especie de “zonas” que perturba súbitamente el deseo sepulcral del recuerdo concebido como un depósito de significaciones vencidas. La condición metafórica de una temporalidad (Balmaceda, Recabarren, Frente Popular, Allende y los movimientos sociales) no sellada, inconclusa, dubitante, traviesa, se explica por sus capas yuxtapuestas e imágenes disconformes. Cabe señalar que la búsqueda extasiada de acuerdos busca cerrar -histéricamente- el duelo de los 50 años. La ansiedad por imponer estéticas anestesiadas y nuevas formas de higienización memorial, pujan y avanzan, pero siempre cuelgan de las cornisas. Una memoria oficial/curatorial representa aquel riesgo potencial para reactivar inéditos «programas de impunidad» y corromper su tensa filigrana. Aquí existe un deseo insondable de sello, unicidad, normatividad o hegemonía total. Tal sería el poema obrero de Cristian Warnken. Y a no olvidar, el poeta condenó radicalmente la violencia del estallido, imploró la moralización del orden. Ni siquiera se detuvo a pensar que los Raskolnikov de la revuelta chilena del 2019 (insurgencia o estallidos) cumplió con el acometido de la violencia, porque allí no aplica el verbo de salón. Más allá de la crítica a los personajes de Dostoievski, dónde anida el espíritu de la Revolución Bolchevique, el poeta se siente violentado. Pese a todo su verbo, en tono imperial ha manifestado una infinita pulsión de orden. La infamia, a la cual alude Carmen Hertz, consiste en el dilema sugerido, “Civilización o Barbarie”, donde Warnken no quiere saber nada de “saberes plebeyos” o hablas de la periferia, orillas, suburbios o bordes. En suma, y en lo más íntimo, no quiere saber nada de Chile con sus estéticas de la cesantía. Entonces, sanciona el lenguaje y las marginalidades críticas, desde un lenguaje centrista. El poeta de turno práctica un Golpe a la lengua desde un vocabulario policial, cuyo afán es re-funcionalizar el pasado/presente.
Pero la historia no termina aquí. Los 30 años exudan y supurar una cultura de impunidad. El mensaje último es “hagamos un nuevo chileno aplicando justicia transicional, porque para salir de una Dictadura todos debíamos ser colaboradores pasivos-activos de los pactos, como aquel verbo que aún nos gobierna”. En el programa, Tras las Líneas, conducido por Manuel Antonio Garretón, Patricio Fernández Chadwick renunció a su cargo como coordinador interministerial de los 50 años del Golpe (05 de julio). El periodista y escritor, invocó decisiones personales, aunque no apoyadas desde el gobierno. Tal hito fue imputado a un error lingüístico dada la transparencia socio-comunicativa y el clima político abundó en declarar la “sífilis moral” del periurbano. También fueron publicitadas las hostilidades generadas por el Partido Comunista y el campo de la insurgencia (“anómica” y “carenciada de civismo”). Ante el fárrago de sucesos, cabe arriesgar una reflexión más reposada, pero no menos política, respecto a las “modulaciones no codificables de la memoria”. Todo para evitar esa pereza de las oligarquías que busca reducir la dimensión espectral -no contable de la memoria- en una comprensión a-gramatológica, o bien, subrayar que sus aperturas de sentido no se deben al diccionario. En suma, existen memorias no gramaticales, y no codificables.
En suma, ¿Cuándo Fernández Chadwick abandonó el cargo no estaban las condiciones para consensuar un “irreductible” asociado a la inmaterialidad del Golpe? Aquí nuevamente se activó una dimensión espectral que no es asible desde gestiones, estadísticas, grupos de presión y redes de influencia. Y aunque puedan existir motivaciones fácticas para explicar la salida del periodista (de interesantes causas en otros tiempos), existe un problema sustancial, a saber, la “exhumación” de memorias debe lidiar con un “expansivo metafórico” -que pese a sus tenacidad o sosiego- se logró domiciliar temporalmente (figuras, recuerdos e imágenes) en el retrato de Fernández. Una escena donde el espejo nos devuelve una imagen que nos arroja a lo grotesco. La pregunta es cómo y cuándo estalla por los aires Fernández y no es posible alegorizar elites y consensos autoritarios mediante sátiras o alegorías. En qué devino un protagonista cultural de los 30 años de modernización transicional, incapaz de metaforizar un “lugar vacío”. Qué ocurre cuando el juego atemporal de las memorias puede centellear fugazmente y excede el reparto de las representaciones conservadoras. Por las dudas, no hay memoria managerial (administrativa).
En suma, el clivaje de imágenes (diásporicas e impredecibles) no puede ser verbalizado desde una rúbrica transicional que reclama “unidad de los acuerdos” en un formato remasterizado (2.0). Tal pulsión o síntoma, devela 30 años de amnistías institucionales. Todo en un collage donde la memoria no para de llegar, salpicar y perturbar, a los curadores del orden. Ello nos sugiere que las fracturas que padece la izquierda ante el “aniversario” del Golpe de Estado, no deben ser leídas desde su radical destitución, ni tampoco como un amanecer de pulsiones redentoras, sino como un despiste lleno de parpadeos. Esto al precio de que el ecosistema de medios pueda gestionar -con sus periodistas de Vitacura- cordialmente los 50 años. Todo en clave de un “capitalismo alegre”, sin entrar en zonas esquilmantes -nombres pecaminosos- y la agenda de los administradores cognitivos sea eficiente en pactos y omisiones. No es lo mismo una memoria exiliada, inerte y sin retorno, respecto a sus ambages o mudeces, propias de su textura espectral. No sabemos si los 50 años serán producción carnavalesca, consumo semiótico, infinita mudez, o bien, el precoz inicio de otros destinos inciertos. Con todo, la ausencia de des-pinochetización mantiene soterradas, pero presentes las memorias y sus potencias. Al margen de tantas diferencias, y sospechas, la des-brutalización del golpe ha sido iniciada por el libro de Daniel Mansuy (2023) en un hito civilizatorio del Golpe. Dicho esto, no hay evidencia para fervores o ritos iniciáticos en un contexto donde las izquierdas, no solamente carecen de proyecto -petición excesiva-, sino de marco interpretativo, diseños, amén de pudores Alwynistas. En suma, aún circulan reenvíos de memoria en la “hora cero” de las izquierdas.
Finalmente, los fragmentos de memoria sin pertenencia o domicilio, «…vagan en las orillas de las recomposiciones lineales del pasado, pero no pueden responder a la «data censal» del experto indiferente que invoca el coro del “cambio generacional”. Con todo, abrir la memoria a «lo plural-discordante», no implica el incesto de la distribución culpógena (nivelación aritmética de culpas). Trascender los patrimonios morales, al estilo de «todo o nada», no implica equiparar -compensaciones del empate- que vengan a homologar daños, estandarizar relaciones de poder, o alisar violencias estructurales.
Por fin, nadie recusa o pontifica contra periodistas, poetas y escritores. Y esta nota no sindica una complicidad de golpistas burdos, sino esa pulsión de impunidad, orden y castración de lo imaginal. Quizá basta con sugerir que el vértigo de la inmaterialidad Upelienta, aún no ha sido desahuciado por los flujos temporales de memoria (a favor, o en contra). Esa grieta se activó súbitamente. De un lado, se develó la justicia civilizatoria de los 50 años -estéticas bufonescas- y, de otro, habló el poema de la esperanza transicional. Nuestro vate…
Por Mauro Salazar J., Observatorio UFRO
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