Por Leopoldo Lavín Mujica
Se notó demasiado el lado feo del comportamiento político partidista en la elección de la nueva mesa de la Convención Constitucional donde resultaron elegidos dos no partidos: María Elisa Quinteros (Movimientos Sociales Constituyentes) presidenta y Gaspar Domínguez (Independientes No Neutrales) vicepresidente. Demasiado parecido a la política gubernamental y parlamentaria el evento. Su lado anti estético se reveló entre convencionales de partido negociando y gesticulando entre ellos en la calurosa noche santiaguina para poner a una de los suyos en la testera convencional.
Son los avatares de la vieja política que surge espontáneamente en la mente del lector al interpretar la intención del romántico relato del convencional periodista del Colectivo Socialista Patricio Fernández en un diario digital. La lucha por el poder, o la “voluntad de poder” o sea por obtener la mesa central de la Convención Constituyente, pese a las invocaciones espiritualistas zen de muchos/as convencionales, quedó expuesta en las sinuosas conversaciones, pactos y repetitivas votaciones. Se notó demasiado que lo importante para el Colectivo Socialista (del partido de Maya Fernández y de Mahmud Aleuy) era ganar a como sea la presidencia con la convencional del mismo partido Ramona Reyes – que se reveló tener el aura contaminada por irregularidades administrativas cuando fue alcaldesa de Paillaco –, y para el FA – una de las coaliciones del presidente electo – era realzar el pacto-eje centrista con el PS, prescindir del PC y obtener al menos la vice presidencia con una emblemática incumbente como Beatriz Sánchez. La periodista y ex candidata frenteamplista será buena comunicadora para comunicar sus estados de ánimo, pero no para comunicar ideas; difícil olvidar su falta de manejo conceptual al afirmar que el Gobierno de Salvador Allende había sido “totalitario”.
La elección de la nueva mesa fue una derrota de la política de pasillos construida sobre errores y viejos habitus, que termina siempre por imponerse pese a la joven edad de los competidores en liza. El PC, sin embargo, surge como quitado de bulla, y apostando bien en sus alianzas. La competencia y el narcisismo de las pequeñas diferencias, al decir de Sigmund Freud, se expresa en toda lid por el poder: no es un defecto de naturaleza masculina, sino un patrón cultural en un grupo de representantes que se mueven en una estructura normalizada. Y si las extremas derechas fueron vistas como espectadoras impotentes y criticonas, apuntando como siempre al chivo expiatorio de turno (generalmente al PC y ahora al gobierno electo), bien sabemos que están preparándose para dar la batalla conservadora y neoliberal en torno a los contenidos de las normas constitucionales de las que los ciudadanos ordinarios no sabemos casi nada, o en su defecto, por el rechazo final de la nueva Constitución.
Se las ve tranquilas a las derechas kastianas pues saben que no han habido grandes debates y que si hay rumores sobre los temas álgidos, estos no han traspasado el umbral del recinto convencional ni el primer anillo de los fabricantes de consenso compuesto por medios-periodistas-analistas. Las derechas oligarcas cuentan siempre con la ideología del consenso que ha calado hondo en quienes prefieren sepultar el conflicto propio de la política democrática auténtica. Así solo se posponen la resolución de los problemas y sus soluciones. Chile actual es el resultado de más treinta años de consenso neoliberal que sólo la erupción del conflicto abierto con la Rebelión popular y ciudadana del 18/O hizo estallar.
Y esto de que poco se sabe del contenido ni del “espíritu” de las normas constitucionales que se debaten o tendrán que debatirse, no es un problema de “comunicación”: es un problema de relación política entre representantes-delegados del pueblo en la Convención Constitucional con un pueblo organizado o dispuesto a manifestarse, pero que los “mandató” para entregar una Constitución que permita enfrentar los grandes desafíos contemporáneos de manera democrática. Y cuando se trata de normas constitucionales, la razón como capacidad humana debe osar (“Osa pensar ti mismo” es el imperativo ético político de la modernidad escribe Kant); orientarse en las reglas justas surge de la comprensión de los problemas objetivos, de la claridad para señalar los intereses y proyectos sociales en juego, de los contextos históricos, todo esto acompañado con un debate sin tapujos de cara al pueblo: ¿el modelo económico capitalista neoliberal chileno no fue acaso impuesto a sangre y fuego por la alianza militar y civil pinochetista? ¿Acaso hubo “consenso”?
La vara será alta hasta en el uso de los conceptos y de los marcos teóricos. Con mayor razón si la Convención Constitucional está compuesta en su mayoría por gente profesional (mucho abogado/as) con una formación académica rigurosa para investigar, deliberar de manera argumentada, conforme a la razón (cabe insistir) y capaz de decidir de manera consciente de lo que está en juego, en el plano ideológico y político. Se trata de establecer sin miedo rupturas reales, simbólicas y normativas con estructuras e instituciones políticas y económicas que todos los estudios académicos confirman han concentrado la riqueza en un polo y mantenido salarios de explotación en la inmensa mayoría (desigualdad llaman a esta brecha), además de la depredación ambiental debido al patrón capitalista-neoliberal de acumulación. ¿Puede haber “consenso” racional en torno a la continuidad, sin una ruptura democrática con el modelo económico depredador (explotador, patriarcal también) que favorece a la minoría oligarca de grandes empresarios cuyos nombres y cuantiosas propiedades de medios de producción son archi conocidas? ¿Quién dijo que la democracia se detenía en la puerta de las empresas y de sus directorios? Son cuestiones insoslayables.
Lo que el negacionismo en el plano ecológico intentó opacar hoy y perdió en el intento (las causas, más que “humanas”, responsabilidad de una clase minoritaria posesora, de la destrucción del Sistema Tierra explicadas por la ciencia) puede repetirse en el debate acerca del régimen de propiedad privada y del modo de producción depredador dominante en Chile. Es lo mismo en el plano económico que en el plano ecológico. Negar la categoría de capitalismo histórico y de sus relaciones de propiedad que desposeen a las mayorías, a la base para analizar los estragos del modelo neoliberal chileno, es cegarse: impide ver que las bases de la destrucción del planeta y del país están en el dispositivo de producción y en la forma jurídica, el derecho de propiedad (de la gran propiedad lucrativa y no de la propiedad personal) que lo acompaña. No debatir acerca del régimen de propiedad privada imperante por razones de “armonía” con los poderosos, no solo es no querer ir al fondo de la cuestión del calentamiento global y de la destrucción de la biodiversidad, sino otra forma de negacionismo y de aceptación de la ideología capitalista-neoliberal. Y aquí, “consensuar” un sistema irracional no es prueba de objetividad ni de dignidad política. Tampoco es ir al fondo de la llamada cuestión de la “redistribución del poder”.
Así fue. Mientras que el FA, para mostrar afinidad en pos de “gobernabilidad” decidió apoyar a la turbia candidata socialista de presidenta al CC, cosa que tiene que haberse decidido en la cima del FA, o al menos con la anuencia de Giorgio Jackson, los sectores independientes, pueblos originarios y movimientos ligados a lo que fue la fenecida Lista del Pueblo con apoyo del Partido Comunista – es decir los sectores más cercanos a lo que es el pueblo y al espíritu de las jornadas de la Rebelión del 18/O – mostraron la voluntad política de querer conducir la CC hacia una constitución que debe facilitar y no entorpecer el ejercicio de la voluntad soberana en pos de un Chile más justo, ecológico e igualitario. Por el momento, es lo que surge de las recientes vicisitudes convencionales. Y las esperanzas, pues cabe siempre esperar lo mejor con delegados del pueblo vinculados a sus necesidades, tal como ellas y ellos se definen y lo expresan, es que la conducción esclarecida por quienes tendrán la responsabilidad de hacer bien la pega en esta etapa, será escuchar a los frágiles y necesitados, a los sin voz y excluidos y a las y los trabajadores que no están para nada representados en la CC. ¡Y eso que son ellos y ellas las que producen la riqueza y hacen funcionar este país!
En concreto. La supra política a la que los y las convencionales han accedido por obra y gracia popular no puede hacerle oídos sordos a las andanzas de Juan Sutil de la Confederación de la Producción y del Comercio ni a sus compinches de la SOFOFA, defensores de la ideología “propietarista” a ultranza (sería bueno que los convencionales leyeran el incuestionable libro del investigador y académico Thomas Piketty sobre el tema, Capital e ideología). Se trata de que quede claro y estipulado en la futura Constitución que el pueblo, el soberano y depositario permanente del poder constituyente, podrá decidir acerca de cuestiones que la ideología del consenso pretende salvar. El debate acerca de quién decide del cómo, qué y para qué producir. Cuestión que implica a los grandes medios convertidos en verdaderas empresas productoras de información, opinión y consenso donde el deber de informar está sometido a líneas editoriales que no son decididas por los que trabajan en esos medios sino por sus propietarios. Permanecer vigilantes por nuestro lado, y exigir rendimiento de cuentas de los debates de manera clara y simple es lo que habrá que exigirle a la nueva mesa que tendrá las riendas de la CC en esta etapa definitoria.