Este 5 de enero se estrena en Villarrica la obra teatral “Ñuke: Una mirada íntima hacia la Resistencia Mapuche”, historia que retrata el sufrimiento de una familia por el encarcelamiento del hijo mayor, mientras la comunidad es constantemente asediada por las fuerzas policiales.
La obra, basada en hechos reales, ha sido desarrollada por la compañía Kimvn Teatro, escrita por David Arancibia y dirigida por Paula González Seguel (34), con quien conversamos para introducirnos en este relato de denuncia y resistencia, que invita a reflexionar en torno a la violencia histórica ejercida por el Estado en contra el pueblo Mapuche.
¿Qué experiencias rescataron para construir el texto de la obra?
El texto se escribió entre el año 2012 y 2013 por David Arancibia, en el marco de los talleres que impartió el Royal Court Theatre acá, cuando participaron alrededor de 15 dramaturgos chilenos.
David recopiló varios relatos que, en ese minuto, habían ocurrido en torno, por ejemplo, a la desaparición de José Huenante, de otras personas que él conocía y que estaban viviendo el tema de los allanamientos; de lamüen (hermano/a en mapudungun) que estaban siendo procesados por la Ley Antiterrorista y también parte de su mundo, como dramaturgo, porque él también viene de familia mapuche. Además se inspiró en una familia que conocía de la Isla Huapi.
Yo ya estaba trabajando con la compañía, había hecho «Ñi Pu Tremen», «Galvarino» y «Territorio Descuajado». En ese minuto, David me cuenta que había soñado que yo dirigía su texto –esto fue en el 2015– y me lo entrega. Yo siempre había trabajado con la recopilación de testimonios y, a partir de eso, hacer las dramaturgias, pero esta vez era un desafío tener un texto listo y montarlo.
También se nutrió de varias biografías de los mismos actores, quienes son parte del elenco. Una de las actrices, Francisca Maldonado, su papá fue víctima de las violaciones a los derechos humanos en dictadura y su historia fue nutriendo este montaje.
¿Desde tu trabajo como directora, qué acercamientos has tenido con el pueblo Mapuche?
No pude evitar ir a tomar otros testimonios y fui a Cañete. Ahí tuve la oportunidad de conocer a Blanca Melín, una mujer que trabaja en una cooperativa en su comunidad y que me pudo contar la situación que se estaban viviendo, que a veces va Carabineros, hay control de identidad, que hay allanamientos y que a su papá y a su abuelo los habían torturado en el período de la dictadura militar.
Cuando comienzo a dirigir, en el año 2008, me inserté en la comuna de El Bosque con mi hermana. En ese minuto, junto Marisol Vega –dramaturga– comenzamos a tomar testimonio de mujeres mapuche que habían migrado del campo a la ciudad, entre ellas, mi abuela, una tía y algunas mujeres de la comunidad Petu Moguelein Mahuidache de la comuna, donde empezamos a trabajar y seguimos hasta el día de hoy.
¿Tienes ascendencia mapuche?
Yo soy mapuche por parte materna, por lo que no tengo apellido mapuche. Mi bisabuela era machi del sector de Chucauco y mi abuela migró muy pequeña del campo a la ciudad. Se produjo un desarraigo absoluto. Mi abuela no transmitió su lengua, producto de la fuerte violencia y discriminación que vivió en Santiago y yo crecí en una familia que se avergonzaba de ser mapuche.
Sin embargo, a los 14 años, tuve la oportunidad de estar en una comunidad que estaba en recuperación territorial. Una tía que era profesora intercultural nos llevó también a la Isla Huapi, donde había gente que solo hablaba mapudungun y a mí me quedó muy grabada esa experiencia, porque escuché un canto mapuche adentro de una ruca y para mí eso fue algo muy significativo.
Hay muchos jóvenes en Santiago que están volviendo y tienen la necesidad de recuperar su historia y su memoria familiar que nos fue negada, producto de la violencia y de la discriminación. Quienes somos tercera generación, hemos sentido la necesidad de volver.
¿Qué nos puedes contar acerca de la situación que vive la familia protagonista de la obra, cuyo hijo está encarcelado?
Lo que vemos es cómo se vive este conflicto adentro del hogar. Si bien hay un conflicto macro, con el Estado de Chile, producto de esto hay muchas disputas dentro de la misma familia. Por ejemplo, Carmen, que es la madre, si bien ella quiere rescatar su cultura y hablar su lengua, no está de acuerdo con que su hijo sea un weychafe, porque no lo quiere ver encarcelado.
Es una situación bien humana y desde ese aspecto estamos enfrentándonos a esta historia, no solo desde el discurso, sino que también mostrando lo íntimo. Está Carmen, que es la protagonista, su hijo Pascual en la cárcel, tiene otro niño pequeño y tiene miedo de que le pase algo.
En el último tiempo, las comunidades han reportado numerosos casos de violencia policial contra niños mapuche. ¿Se puede observar en la obra el impacto de la represión sobre la infancia?
Tuvimos la oportunidad de conocer a una profesora que trabaja en Tirúa y ella nos contaba que muchas de las cosas que tenemos en este texto, son cosas que están sucediendo.
Los niños que viven en los territorios en conflicto dibujan helicópteros tirándoles balas a las casas, en vez de flores. Y eso está en la obra, por eso hay un niño. Ese es el aspecto desde el lenguaje del teatro documental de trabajar con el testimonio en tanto cuerpo. Quienes están en la escena, están poniendo también su historia, porque no queremos alejarnos mucho de lo que es la realidad, para de esa manera, poder sensibilizar a quienes no conocen lo que está sucediendo.
En relación al desarrollo de Ñuke en una ruca, ¿cómo describirías la atmósfera que se genera en ese espacio y qué elementos entrega al relato?
Ñuke sucede en una ruca, la vivienda tradicional del pueblo Mapuche. La gente no va a entrar al teatro a sentarse en las butacas, sino que va a entrar a una ruca –que es un teatro también– se sienta alrededor del fuego a escuchar esta historia que es dura, sin embargo, es bien íntima.
Es mágico, porque al entrar está sonando un kultrun, entonces, uno ingresa y algo sucede que ya nos trasladamos hacia otro lugar. Siento que es un regalo para quienes nunca han estado en una vivienda mapuche. Es mostrar esto que está vivo.
A partir del trabajo que has realizado como directora y documentalista, ¿qué imagen tienes acerca del papel jugado por el Estado respecto a las demandas de las comunidades?
Siento que nadie se ha hecho cargo frente a este problema histórico. Hay un tema de que nos debiésemos reconocer como un país pluricultural. Dentro de mi ámbito, hay muchos artistas e historiadores que estamos mostrando esta historia que ha sido invisibilizada.
Siento que los niveles de violencia no se justifican para nada. Hay un mal manejo político y económico de lo que es la problemática mapuche. No puede ser que en ciertos territorios no haya agua, cuando Chile es un país de recursos naturales, pero quiénes tienen los recursos hoy en día: las grandes forestales, las centrales hidroeléctricas.
Si bien las demandas del pueblo Mapuche son territoriales, muchas de ellas tienen que ver con el derecho a la vida, el respeto a la naturaleza y eso no está sucediendo.
¿Tiene una relevancia especial presentar la obra en estas fechas, cuando se conmemora el décimo aniversario del asesinato de Matías Catrileo a manos de un funcionario de Carabineros?
Sí, es mayor responsabilidad, principalmente. No es algo que teníamos presupuestado empezar justo en la conmemoración de los 10 años de Matías, pero sin duda es una responsabilidad, porque como compañía también estamos trabajando con base a un testimonio anónimo de un Carabinero de origen mapuche, que está trabajando en Fuerzas Especiales, reprimiendo y cuidando las tierras a los terratenientes y, en cualquier momento, puede reprimir a una comunidad.
El año pasado mataron a Macarena Valdés, también desapareció José Huenante [NdR: en el año 2005] y así hay cuántos más. Yo me pregunto hasta dónde vamos a llegar. O sea, a Brandon Hernández Huentecol le dieron 117 perdigones, siendo un chico de 17 años. Entonces, ¿qué país estamos construyendo? Estamos en democracia, ya no estamos en dictadura.
¿Qué significa para ustedes como compañía presentar esta obra en territorio mapuche?
Es trascendental, porque estamos en territorio ancestral y porque estamos haciendo visible aquello que han querido invisibilizar. Esa es principalmente nuestra labor como comunicadores sociales. Desde esa perspectiva nos instalamos y tenemos esta vitrina que es íntima, en la ruca caben 80 personas. Esperamos que la comunidad se sienta parte y eso también ha sido un regalo para nosotros, porque mucha gente mapuche se acerca a nuestro trabajo y siente que esto también es una expresión de su lucha.
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