La defensa de los derechos laborales ha sido una batalla históricamente disputada por hombres. Fue así al menos hasta la incorporación de la mujer al mundo del trabajo fuera del hogar. A partir de entonces, se abrió un espacio nuevo de conquista para las mujeres: el mundo laboral. Una lucha que empezó a darse en el contexto de la Revolución Industrial, con episodios tan destacados las protestas de las empleadas de una fábrica de Nueva York en contra de los bajos salarios, en 1857.
En Chile, las primeras organizaciones de mujeres trabajadoras surgieron por primera vez en 1887, en Valparaíso, donde un grupo de costureras creó la “Primera Sociedad Mutualista femenina, la Sociedad de Obreras N° 1”, presidida por Micaela Cáceres.
Poco a poco el mundo sindical empezó a romper con la profunda masculinización que lo caracterizaba. Junto con la entrada de las mujeres a los distintos gremios, se dio una progresiva y tímida sindicalización.
Según los últimos informes del Ministerio de Trabajo (mayo 2015), a pesar de la baja sindicalización general de los trabajadores chilenos –de cada 100, poco más de 14 se encuentran afiliados en un sindicato-, la afiliación femenina en el sector privado registró un crecimiento a partir de 2002. Mientras entonces sólo un 8% de trabajadoras participaban en los sindicatos, el 2013 la cifra aumentó hasta alcanzar casi el 13%. Un incremento que dobló el número de hombres que se afiliaron en el mismo período.
Sin embargo, no ha habido un crecimiento proporcional de las mujeres que se han convertido en dirigentas. Hoy sólo un cuarto del total de los dirigentes son mujeres y la cuota disminuye a medida que se asciende en los tipos de organizaciones y cargos.
Según la cartera del Trabajo, unas 2.500 mujeres ejercen como secretarias sindicales, unas 2.550 ocupan las tesorerías, unas 2.250 presiden las organizaciones y, por último, poco más de 700 dirigen las organizaciones.
Son mujeres que se desempeñan en universos aún muy marcados por los códigos, las formas y los tiempos definidos por hombres. Espacios donde ser mujer se convierte en un frente más de lucha dentro de la organización, aunque a menudo las reivindicaciones de género quedan invisibilizadas o minorizadas por las propias dinámicas patriarcales que la mayoría de las entidades siguen arrastrando.
Tres mujeres hablan con El Ciudadano sobre sus experiencias y luchas como dirigentas sindicales en un momento en el que las políticas laborales están al centro del debate mediático y político.
Procedentes de militancias y causas diversas, Bárbara Figueroa, presidenta de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT); Nelly Díaz, presidenta de la Asociación Nacional de Funcionarios del Registro Civil; y Ana Lamas, secretaria nacional de la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC) y presidenta de la división El Salvador, radiografían el panorama sindical desde sus roles directivos y desde su condición de mujer.
AGENDA DE GÉNERO
“Hemos avanzado poquito. Faltan aún más mujeres. Si hubiéramos más mujeres otro gallo cantaría en este país”, opina Nelly Díaz.
En pocos aspectos coinciden de pleno las tres representantes. Sin embargo, la idea sostenida por Díaz atraviesa las diversas realidades del mundo sindical chileno. “Si las mujeres estuvieran más sindicalizadas y hubieran más dirigentes mujeres, la lucha avanzaría más rápido”, señala Bárbara Figueroa.
Una conclusión en común que resalta también Ana Lamas, quien añade que no es sólo en el mundo sindical que falta la participación de más mujeres: “Faltan en el político, en el social, etc. Vivimos en una institucionalidad que sigue siendo la de la dictadura”.
A pesar de eso, Nelly Díaz reconoce que en los últimos años “más mujeres hemos tomado el megáfono”. Y detalla: “La DIBAM estuvo en paro bajo la presidencia de una mujer; en el Sename también tenemos una mujer, en la Corporación de Asistencia Judicial también. Nos dimos cuenta de nuestro rol y de que somos necesarias en esta lucha porque somos más aperradas, más idealistas, creemos en esto y peleamos para conseguirlo”.
Queda harto camino por recorrer en el proceso de conquista de los derechos laborales. Las agendas sindicales de las organizaciones lideradas por mujeres insisten mucho en estas luchas que, para otras entidades, a menudo quedan relegadas a un segundo plano.
La presidenta del Registro Civil, quien desde 2007 representa un servicio formado por más de un 70% de mujeres, asegura que una de sus peleas más cotidianas pasa por “la defensa de las mamás que se les enferma un hijo y cuando vuelven a trabajar les quieren dar las penas del infierno”. Y añade: “Ahí yo las defiendo con todo, porque los directores tienen facultades y hay una normativa, que es el Estatuto [Administrativo]. Pero los dirigentes estamos para ir más allá del Estatuto y de la facultad. El dirigente está para violar la norma, para quebrarla, sino, no sirve como dirigente”.
También en la CTC, en cuyo directorio de 15 miembros sólo participa una mujer, se vela por las cuestiones que afectan más directamente a las empleadas: “El tema de la maternidad lo hemos visto desde siempre –asegura Ana Lamas-, como también el derecho a amamantar. Son problemáticas que llegan a diario a la organización y hay que defenderlas día a día”.
Desde la Central, Bárbara Figueroa subraya los otros temas que, más allá de la maternidad, preocupan a las mujeres de las organizaciones, como los relacionados con la salud y seguridad: “Nuestra desigualdad no sólo es por el salario, sino también porque nos enfermamos más. Hay alto nivel de riesgo psicosocial y eso se esconde. Si una se desborda, es que está histérica o loca, no que está en situaciones de riesgo. Si tiene altos niveles de estrés o se deprime, es que no es capaz de llevar el ritmo”.
Reforma Laboral y mujeres
Precisamente en el marco del diseño y aprobación de una reforma que modernice el sistema de relaciones laborales sostenido en el Código de Trabajo impulsado durante la dictadura, la CUT ha puesto sobre la mesa la necesidad de visibilizar otros temas importantes para el colectivo de mujeres trabajadoras. “El esfuerzo por incorporar en el debate cláusulas de género fue nuestro porque sabíamos que la única manera efectiva de avanzar en políticas de igualdad de oportunidades es que la mujer se incorporare a los procesos de negociación colectiva”, indica la dirigenta.
Además de la cláusula de género, la CUT incluyó también un artículo que establece que la información salarial de la empresa se publique segregada por género: “Hoy no tenemos cómo determinar cuándo efectivamente hay arbitrariedad en el pago diferenciado entre hombre o mujer. Si no es muy evidente, siempre hay la posibilidad de justificar que fue X factor el que influye a que una trabajadora gane menos. La única manera de resolver eso es crear estándares para poder medir, y para eso hay que empezar a conocer cómo nos tratamos entre hombres y mujeres”.
Figueroa pone especial hincapié en la indicación propuesta por el Ejecutivo que introdujo que en las directivas de los sindicatos, federaciones y confederaciones tendrá que haber una cuota de género del 30%. “Esa indicación generó inquietud y tensión –explica–, en algunos casos, por el temor de que llegue otro a ocupar tu lugar y que además, ese otro, sea mujer”.
La dirigenta habla con propiedad de lo que representa competir por un alto cargo con un hombre. Su candidatura para la presidencia de la CUT en 2012 generó “cierto ruido” porque el problema no era sólo que se presentara una mujer, sino que además era joven y sin reconocimiento de una trayectoria; no creían que esta niña fuera la que estaba disputando”, recuerda.
La presidenta de la CUT, que llegó a la organización tras ser dirigente nacional del Colegio de Profesores, confiesa que más tarde sintió eso desde el otro extremo: “Me decían ‘que bien lo haces, excelente’. ¿Pensaban que lo habría hecho mal? Cuando demostraba que podía, había tremendo halago y detrás de ese halago estaba el machismo”, afirma.
¿CARGOS INFRAVALORADOS?
“No es lo mismo ser dirigente que ser dirigenta. No es lo mismo ser dirigente madre que cuando el dirigente tiene a su pareja que se hace cargo del niño. Esas cosas no se verbalizan, no se ponen encima de la mesa. Así se pueden tapar y nadie se hace cargo de eso”. Para Bárbara Figueroa es clara la diferencia de ocupar un cargo como el suyo siendo mujer. Existen obstáculos que muchas veces tienen que ver con la relación con dirigentes y altos cargos hombres que adoptan –con o sin intención- actitudes machistas que subestiman a sus contrapartes femeninas.
“La pregunta de siempre era ¿vas a venir sola o con alguien?”, apunta la líder de la Central. “Cuando iba sola a las reuniones, había casos en los que ni siquiera se anotaban las conversaciones, en cambio, con un compañero quedaba todo registrado en el papel”, continúa.
En su opinión, es clara la diferencia del trato cuando quien dirige es una mujer: “No sé si Valdés trataría igual a su contraparte de la CUT si fuera un hombre, o si su contraparte del ministerio de Trabajo fuera un hombre. No quiero hacer juicio de Valdés pero hay cosas que una ve y que no las pueden esconder”, espeta.
Una opinión similar defiende la representante del Registro Civil, que además reflexiona sobre que a veces las actitudes ofensivas proceden de las propias mujeres que ostentan cargos de poder. La dirigenta del Registro tuvo que enfrentar unas duras negociaciones con el Gobierno durante el paro de más de un mes que el servicio protagonizó a finales del año pasado. El conflicto la llevó a reprochar tanto a la presidenta, Michelle Bachelet, como a la ministra de Justicia, Javiera Blanco, porque siendo mujeres fueron incapaces de sentarse a escuchar a un colectivo mayoritariamente femenino. “No concebía que una persona que presidió ONU Mujeres, donde llegan los problemas de todas las mujeres de todos los países, no pudiera sentarse a escuchar un problema de mujeres”, asegura.
“¿Cómo ellas que han levantado la bandera de las mujeres en alguna oportunidad no son capaces de escuchar a otras mujeres?”, se pregunta. “Era un grito de género. Son muy buenas para salir en los medios a defender los derechos de las mujeres, aparecen todas, hasta las ministras que nos dieron duro. Por eso no creo en los políticos de este país”, sentencia.
También Ana Lamas de la CTC, argumenta que a veces el problema no pasa por una cuestión de género. Reconoce que no se ha sentido nunca infravalorada por ser mujer, sino que “el enemigo te va a subestimar independientemente del género”. Y añade: “Una tiene que tener argumentos sólidos para poder defender su punto de vista y eso no pasa por ser hombre o mujer”. Para ella, la cuestión tiene más que ver con “un tema cultural; la lucha es de clase no de género, porque los abusos son transversales”.
La exposición pública a la que son sometidas es otra dificultad añadida para las líderes sindicales. La opinión pública y los medios de comunicación no tienen reparos en emitir juicios sobre su aspecto o apariencia física y dejar en un segundo plano sus discursos políticos: “Las mujeres estamos mucho más expuestas a estos comentarios. Somos valientes los chilenos, es muy fácil tirarse contra una mujer. Todas las mujeres que tenemos un cargo importante lo sabemos”, señala Díaz.
La dirigenta del Registro Civil, que fue duramente criticada en las redes sociales durante la huelga, apunta: “Me han criticado mi forma de vestir; me dicen ‘Nelly péinate’, y yo no me peino. Me dicen ‘Nelly píntate’, y yo no me pinto. ‘Ponte una chaquetita’, y yo no me la pongo. Yo voy a defender otras cosas y a mí esto nunca me preocupó. Lo que hemos logrado los dirigentes ha sido sólo por la fuerza, eso ni siquiera es tema”, asegura.
Coincide con ella la líder de la CUT, quien subraya que en las redes “hay mucha crítica que no tiene nada que ver con el tema político ni con el rol que uno juega”. E insiste: “Muchas no te las dirían si fueras un hombre”.
Mamás y dirigentas
Conciliar la vida de madres y representantes sindicales es la pequeña lucha cotidiana de las mujeres que asumen funciones de responsabilidad en las organizaciones sindicales. Una tensión producto de la necesidad de compatibilizar la vida familiar, laboral y su papel de dirigentas.
Nelly Díaz, con dos hijos, reconoce que “nos tratamos de autoconvencer, pero siempre una mamá que trabaja vive con culpa, sea dirigente o no, de no dedicarle el tiempo que debería a los hijos. Cuando asumí el cargo, traté de que no sintieran la no-presencia de la mamá. Me levantaba a las 6 de la mañana y cocinaba para que no comieran comida añeja, les dejaba todo listo. Era bien fanática. Y hacía lo mismo con mi marido –explica–. De ahí parte nuestro machismo.”
Figueroa, que es mamá de un niño, coincide en que la conciliación laboral es todo un tema, “el más difícil”, asegura. A pesar de eso, la dirigenta no deja de llevar a su hijo al colegio cada mañana: “No tengo por qué negarme ese derecho por ser dirigenta sindical”.
La presidenta de la CUT apuesta por que las mujeres “adapten los espacios de trabajo e instauren nuevos códigos”. Y ejemplifica: “Cuando hay vacaciones y no tengo con quién dejarlo, mi hijo viene a las reuniones. Ahí no se puede fumar, ni decir garabatos, ni nada. Sí, las reuniones son muy serias pero mi hijo igual puede estar y pedirme cualquier cosa. Eso no le va a quitar nada de peso a la reunión”. “Tenemos que estar dispuestas a eso”, asegura.
LO QUE QUEDA PENDIENTE
Que aumente el número de mujeres afiliadas a los sindicatos no implica ninguna transformación en las organizaciones si esta sindicalización no se traduce en más y mayor capacidad de incidencia dentro y fuera de las organizaciones.
“La clave pasa por que en la cultura sindical no basta con luchar por la desigualdad empleador-trabajador. También hay que luchar contra la desigualdad intratrabajadores. Si lo vamos incorporando podemos lograr que el mundo sindical dé ese giro y entienda que el momento actual implica no sólo tener grandes luchas sino también mirarnos adentro y reconocernos en las diferencias”, concluye Bárbara Figueroa.
Los desafíos que el mundo sindical en su conjunto –hombres y mujeres– tiene que enfrentar pasan por plantear una política de fomento de la sindicalización y sus liderazgos más igualitaria para que las voces de las trabajadoras tengan un altavoz que las proyecte.
Madres, dirigentas, compañeras, trabajadoras, militantes. Todas y cada una de estas facetas tendrán que ir reconociéndose en las políticas laborales para que, progresivamente, el ser mujer y liderar una organización sindical no sea un impedimento sino una potencialidad. Los derechos laborales son un gran frente desde el cual pueden converger muchas otras luchas de forma transversal. La de las mujeres es, sin duda, una de ellas.
DESTACADOS
La presidenta del Registro Civil asegura que una de sus peleas más cotidianas pasa por “la defensa de las mamás que se les enferma un hijo y cuando vuelven a trabajar les quieren dar las penas del infierno”.
Conciliar la vida de madres y representantes sindicales es la pequeña lucha cotidiana de las mujeres que asumen funciones de responsabilidad en las organizaciones sindicales. Una tensión producto de la necesidad de compatibilizar la vida familiar, laboral y su papel de dirigentas.