Por CMS
-¿Cómo llegaste a ser un médico de izquierda?
-Mi papá era una persona de izquierda y todo eso influyó. Uno no se daba cuenta cuando era muy joven, cuando era niño o joven. Y en la Facultad de Medicina nos hicimos muy amigos de Miguel Enríquez y de Bautista van Schouwen. Eran dos personas realmente muy inteligentes los dos, muy buenas personas y muy simpáticos. Nos juntábamos en mi casa, en la casa de Miguel o en la casa de Bautista. Con ellos empezamos a pintar Concepción y decíamos: tenemos tan pintado Concepción que al andar, nos tropezábamos.
La profesión también colaboró, en forma paralela. Ser general de zona en una zona muy muy pobre entonces, en Santa Juana, con las personas llegando enfermas sin zapatos y en carretas tapados con pieles. Cruzando con los enfermos el Bio Bio, en balsa o bote, cuando el camino a Concepción se cortaba, yo ya operaba apendicitis, incluso vesícula al salir de la escuela, porque un gran cirujano, el doctor Ulloa en Talcahuano, nos enseñaba para que saliéramos de apuro cuando no hubiera quién lo hiciera. Entonces, después de ser General de Zona me especialicé en cirugía. Pero luego, en Salud Pública, para ampliar las soluciones…
-¿Y qué pintaban?
-Pintábamos el nombre de nuestra organización que tenía que ser bien revolucionario. Entonces el nombre que le pusimos fue Vanguardia Revolucionaria Marxista. Después se formó el MIR.
EL GOLPE
-¿Dónde estaba usted el 11 de septiembre de 1973?
-El 11 de septiembre, como lo hacía diariamente, muy temprano fui a dejar a mis dos hijas mayores, de cuatro y cinco años, al colegio. La menor de dos años aún no iba. Al pasar de vuelta a mi casa antes de ir al trabajo, supe del Golpe de Estado. Inmediatamente volví a retirarlas, las dejé en casa con mi esposa y me dirigí a La Moneda.
En esa época, militaba en el “Frente Revolucionario”, un grupo pequeño que se había escindido del MIR, del cual fui parte. Había nacido en Concepción, siendo creado fundamentalmente por estudiantes de la Facultad de Medicina. Apoyábamos el gobierno de Salvador Allende, pero con ciertas críticas. Si bien valorábamos el proceso al socialismo en libertad y con democracia, queríamos avanzar más rápido, lo que fue un enorme error. Discutíamos sanamente con mi esposa, con la cual llevamos ahora 56 años de matrimonio, porque ella, que no militaba en ningún partido pero era muy de izquierda, pensaba que había que ir avanzando más lentamente para poder consolidar.
Aunque con temor y total incertidumbre, sentí ese 11 de septiembre que era justo, indispensable y responsabilidad de todos quienes éramos de izquierda, apoyar a Allende. Y me dirigí a La Moneda en el auto. Deben haber sido alrededor de las nueve de la mañana. Llegué a Plaza Italia y estaba todo acordonado. Imposible pasar ni a pie ni en auto. Las calles laterales cerradas. Las fuerzas armadas impidiendo acercarse al centro. No pude llegar. Volví entonces a mi casa.
Era docente del Departamento de Salud Pública de la Universidad de Chile. Después de un toque de queda total, y una vez permitido salir a trabajar, me fui al Departamento de Salud Pública. Voz a voz, comenzamos a conocer de los miles de compañeros y compañeras apresados, torturados, fusilados…
Y entonces se produjo el allanamiento total al Hospital José Joaquín Aguirre y al departamento de Salud Pública. Cientos de trabajadores fuimos llevados a un patio, y separaban personas para llevárselas. Entonces, un docente médico conocido por sus ideas de derecha, me tomó del brazo y dijo: “yo lo saco de aquí porque aquí la cosa es grave y usted tendrá problemas. Vamos a mi auto”. Nunca he olvidado a ese colega. Una persona buena que probablemente me salvó la vida.
Dadas las circunstancias, y como seguían apresando colegas y funcionarios, presenté mi renuncia al nuevo Director del Departamento, un cirujano marino que reemplazó al extraordinario salubrista que fue el doctor Hugo Behm. Este nuevo Director, muy de derecha, y con quien había tenido grandes discusiones públicas, estuvo encantado de dejarme sin trabajo.
Pasaron los días, la represión fue haciéndose más organizada y selectiva, y comencé a recibir recados de que debía asilarme porque estaban buscándome.
Pude hacerlo a mediados de octubre en la Embajada de Colombia. Ese país se portó extraordinariamente bien con los perseguidos. Éramos muchos. Allí estaban Adonis Sepúlveda, Hernán del Canto, Carmen Lazo, Óscar Guillermo Garretón… A todos ellos les fueron entregando los salvoconductos para salir del país antes que a mí. Pasaron nueve meses hasta que en junio de 1974 recibí la autorización y pude finalmente viajar a Bogotá. Después supe que había sido el exiliado a quien más tiempo se habían demorado en dar el salvoconducto. ¿Por haber sido del MIR años antes? ¿Por ser médico partidario de la Unidad Popular cuando la mayoría de los colegas estaban en contra? Nunca lo sabremos con exactitud.
Mi esposa arquitecta se había adelantado y encontrado trabajo en Venezuela, dejando a nuestras tres hijitas con mis suegros en Concepción, sin saber lo largo que sería esa separación familiar.
EL EXILIO
-¿Por qué motivo escogieron quedarse a vivir el exilio en Colombia?
-Podríamos habernos ido a Europa o a algún país más desarrollado. Pero había dos razones para quedarnos en Colombia. Porque estábamos agradecidos de la forma en que la Embajada y el Gobierno de Colombia habían actuado; no queríamos irnos de Latinoamérica, porque nuestro trabajo podía ser un mayor aporte en ese país con mayor pobreza, pero además porque la dictadura, si bien finalmente me había permitido salir de Chile, no me otorgaba pasaporte, como sucedió con algunos exiliados. Durante meses estuve sin documentos de identidad, luego, con un pasaporte entregado por Naciones Unidas que nos permitía salir del país, hasta que la Embajada de Chile en Bogotá finalmente me entregó un pasaporte chileno con esa fatídica “L”, que significaba que estaba en un listado de quienes no podíamos regresar.
En suma, nos quedamos en Colombia y fue una excelente decisión.
Al día siguiente que llegué, a las 8:00, estaba en el Ministerio de Salud. Me habían dicho que hablara con el Viceministro. Una anécdota; él me preguntó: “Dr., ¿se sirve un tinto?”. Esto me sorprendió y pensé que era una amabilidad ofrecer a un chileno un vino a esa hora. No sabía que allí significa un café. Lo extraordinario fue que “inmediatamente -me dijo-, se va usted a trabajar en el Centro de Administración de la Salud (CEADS).
Fue una buena etapa de vida. Sin embargo, fueron años de dictaduras en América Latina. Épocas de exiliados chilenos, uruguayos, argentinos, bolivianos.… que llegaban con lo puesto, sin tener dónde dormir o vivir. Colombia los aceptaba, pero no tenía presupuesto para mantenerlos. Pocos se quedaban; fue un país de paso de exiliados. Alojamos decenas de exiliados y exiliadas en nuestra casa, incluso familias. Eso fue un aprendizaje para las hijas.
Además fui contratado en la Universidad Nacional de Colombia, equivalente a la Chile de aquí, para trabajar en el Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina. Docente de pre y postgrado, tuve el honor de ser elegido Director del Departamento por mis compañeros de Facultad. Hechos y situaciones realmente comprometedoras, académica y sentimentalmente. Y el orgullo de representar a Colombia en congresos internacionales, seguido de un reclamo formal de la dictadura chilena al gobierno de ese país por enviar a este guerrillero de la Salud Pública. Y la indignación colombiana por el reclamo.
Como en Bogotá había mucha inseguridad, para no dejar solas a las hijas pequeñitas, mi esposa instaló, junto a una prima profesora -exiliada chilena-, en una casa grande que arrendamos, un jardín infantil en el primer piso. Yo no podía acompañarla mucho, con dos trabajos y coordinando la solidaridad con Chile. La mezcla de 30 niños en el primer piso por las mañanas, el paso de los exiliados, las reuniones de la solidaridad en las mesitas del jardín infantil, además de nuestra vida familiar, hizo de esa casa una lección de paciencia.
Con posterioridad, mi esposa instaló un taller de confección de muebles en otra casa, cuyo living-comedor era la sala de ventas, y nosotros dormíamos en el segundo piso. En esa casa alojó la “Payita”, que venía de Cuba, reuniendo obras de arte que le regalaban para el Museo Salvador Allende; era una mujer encantadora y muy sencilla.
Había una izquierda muy particular que solidarizaba con el sufrimiento de Chile. Incluía desde personas del diario El Tiempo -el equivalente a El Mercurio– como a ex rectores, dirigentes y académicos de la Universidad Nacional y otras universidades; pintores, escritores, grandes defensores de Derechos Humanos, incluyendo a Gabriel García Márquez. Personas extraordinarias, muy cultas, capaces de recitar sin preparación a Neruda o a Gabriela Mistral.
También ayudaron a la solidaridad con Chile los jesuitas, que tenían un centro de estudio en Bogotá, el CINEP. Ellos también nos brindaron espacio para cursos sobre participación política. Conferencias, mesas redondas…. Los jóvenes chilenos organizaban peñas, con música y bailes de Chile con enorme éxito.
Fundamos el CELA, Centro de Estudios Latinoamericanos, a partir de 1978 y hasta 1984. Apenas tres personas organizábamos y dirigíamos, pero contábamos con la ayuda generosa, importante y entusiasta de muchos dirigentes estudiantiles y sindicales. Institución que desarrollaba actividades por la democracia y la solidaridad con Chile y países América Latina que sufrían dictaduras. A través del CELA se organizaron seminarios y foros en Bogotá, con la participación –entre otros- de ministros de Estado y personalidades de Colombia. Lo curioso es que pertenecían tanto al Partido Conservador como al Liberal, los dos partidos importantes en esa época. Participó en estos seminarios el ministro de Relaciones Exteriores conservador, Alfredo Vásquez Carrizosa. Colombia tiene una gran tradición de asilo. Ellos no aceptaban que la gente que estaba en la embajada, no llegara a Colombia. Mencionar también a Apolinar Díaz, abogado, gran luchador por la democracia en América Latina y en Chile, el principal colombiano de la solidaridad. Había sido viceministro, parlamentario, escritor.
Con el Premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, el economista Ernst Mandel, el escritor Gabriel García Márquez, el poeta Ernesto Cardenal; Carlos Tünnermann, ministro de Educación de Nicaragua; Guillermo Ungo, líder de las fuerzas democráticas de El Salvador; el Secretario General del PS de Uruguay; el general Leonidas Rodríguez, presidente del Partido Socialista Revolucionario del Perú; el ex Presidente de la República Dominicana, Juan Bosh…
Entre los chilenos que invitamos y estuvieron: la sra. Hortensia Bussi de Allende; Ricardo Lagos; Luis Alvarado, ex ministro; Ricardo Núñez, Hernán Vodanovic…
Recibimos en nuestra casa a la esposa de Salvador Allende, la sra. Tencha. Gran persona, muy organizadora y trabajadora. Incansable, recorría el mundo obteniendo los más altos niveles de solidaridad con Chile. Sobre todo ella, pero también otros de los chilenos invitados por el CELA pudieron tener entrevistas con el Presidente de Colombia, con ministros, dirigentes políticos, medios de comunicación…
Una curiosidad: en la entrevista con el Presidente Belisario Betancourt, en conocimiento de que la Sra. Tencha tenía la intención de visitar Cartagena de Indias con Hernán Vodanovic y con nosotros, le ofreció la Casa Presidencial en Cartagena. Una casa preciosa, enorme, cómoda… Con Any y Vodanovic nunca habíamos estado en un lugar como ese. Nos consultaban por el almuerzo, las bebidas, etc. Para nosotros, todo eso era muy muy especial, muy novedoso.
También solidaridad con luchadores contra tiranías, como los sandinistas. A Nicaragua, a nombre de la Universidad Nacional. Había una gran expectativa y optimismo al zafarse del dictador. Tenía la misión de ofrecer la ayuda de la Universidad Nacional de Colombia a ese proceso. Nunca imaginamos que algunos dirigentes como el ahora Presidente Daniel Ortega, iban a adoptar las decisiones actuales…¡Algunas personas cambian radicalmente al llegar al poder! Empieza a utilizar el poder en beneficio personal y de sus grupitos.
EL RETORNO
-¿Cómo decides volver?
-Siempre estábamos «con las maletas hechas.” Pero no se abrían las puertas. Decidimos entonces, con mi esposa, el retorno de ella y las tres niñas a Chile. Crecían muy contentas en Bogotá. Si seguían no iban a querer salir de Colombia por su amistad, por su colegio, etcétera… Se vinieron en 1984 y yo me trasladé a Buenos Aires, con una enorme nostalgia por Colombia y sus habitantes. Pero era más fácil viajar a Buenos Aires que a Bogotá. A lo largo de los diez años en Colombia habíamos hecho seis solicitudes de retorno en la Embajada de Chile en Bogotá, todas contestadas negativamente.
Allí fui docente en la Universidad de Buenos Aires. Presidí el Comité de Solidaridad. Realizábamos manifestaciones en el Obelisco; en la Feria del Libro de Buenos Aires nos enfrentamos con los “representantes de la cultura” de la dictadura, etc.
Es muy duro para una familia unida y querendona estar separados. Un día propuse, reservadamente, a pocos compañeros, viajar a Chile. Luego de la aceptación de algunos, me comuniqué con 45 compañeros de diferentes países, intentando ampliar el grupo. Finalmente solo seis compañeros hicimos esos tres viajes: Jorge Arrate, Jaime Gazmuri, Luis Guastavino, Eduardo Rojas, José Vargas y yo.
Esos viajes fueron en 1984. El primer viaje lo hicimos una mañana en Air France. Antes de aterrizar le informamos a todos los pasajeros, a través de un discurso, que éramos exiliados que intentaríamos ingresar y que no teníamos ninguna intención de hacer nada violento. Me llamó la atención la reacción de las personas, que en lugar de pensar en algún riesgo, nos aplaudieron.
Durante la preparación de los tres viajes, se produjo una discusión permanente: ¿Avisar o no a los periodistas por medio de nuestros familiares? Siempre perdía mi opinión cinco a uno. Les decía que si avisamos, no nos van a dejar bajar del avión. Ellos tenían cuidado del peligro que significaba para nosotros no avisar. En realidad estábamos en plena dictadura, con asesinatos y desapariciones. Nunca logré convencerlos. No avisar a los periodistas significaba que solo familiares, dirigentes políticos, iban a estar en el aeropuerto. Entonces la situación no es que fuera tan fácil.
Después de muchas horas de permanencia en el aeropuerto, el mismo avión nos llevó de regreso a Buenos Aires a medianoche. Nos acompañaron unos 15 policías que trataron de esposarnos a los asientos a cada uno de nosotros. Y no era fácil en un avión esposar a cada uno por la resistencia que oponíamos, el escaso espacio… Nos esposaron. No obstante, en un momento se dan cuenta de que íbamos en un avión francés, sobre territorio argentino, con unos presos chilenos. Entonces trataron de sacarnos las esposas y eso es más difícil todavía, porque cualquier movimiento que uno haga, se aprietan. Y llegamos a Buenos Aires. Esa noche propuse que alojáramos en el hotel del aeropuerto, pensando en la posibilidad de volver. En el mismo hotel estaban los 15 policías chilenos. A las cinco o seis de la mañana me levanté y consulté si había algún avión en que pudiéramos volver a Chile. Desperté a los compañeros y reunimos el poco dinero que nos quedaba. Abordamos el avión de Avianca que salía como a las 08:10. Los 15 policías quedaron durmiendo en Buenos Aires en el hotel del aeropuerto. Pero nuevamente los compañeros avisaron. Nuevamente no nos dejaron bajar. Y así llegué a Bogotá otra vez. Los bogotanos nos recibieron con una enorme solidaridad. El tercer viaje fue desde Buenos Aires. La dictadura chilena había amenazado a las líneas aéreas que si nos llevaban otra vez, las suspenderían. Muchas no quisieron llevarnos, pero Alitalia era del estado italiano, y era un gobierno progresista. Entonces viajamos en esa aerolínea. Cómo nunca logré convencerlos, los compañeros avisaron y otra vez no nos dejaron bajar.
Ese vuelo desde Santiago, regresaba a Buenos Aires y luego a Europa. Los italianos nos ofrecieron: -Miren, nosotros los podemos llevar a Buenos Aires, pero si ustedes quieren viajar con nosotros, los llevamos gratuitamente a Europa. Nos llevaron a Buenos Aires en primera clase. Nunca volví a viajar en esta clase y nunca lo volveré a hacer. Yo no conocía Europa. Estuve un tiempo visitando y reuniéndome en actividades con chilenos exiliados y organismos de defensa de los Derechos Humanos de Italia, Bélgica y España.
Lo importante que se logró con esos viajes fue el conocimiento mundial del exilio en Chile y que la dictadura estuvo obligada por la presión internacional a publicar la lista de los chilenos y chilenas para los cuales el ingreso a su patria estaba prohibido y a entregar listados cada cierto tiempo de personas a las cuales se les levantaba esa sanción.
Después del regreso a Argentina había compañeros que nos ofrecían participar en nuevos viajes a Chile.
Pero, la familia estaba decidida a reunirse. Mi esposa, Ana Dall´Orso Sobrino, había seguido haciendo presentaciones en Chile para que me dejaran entrar a Chile sin resultados positivos. Empezamos entonces, ya en el año 1986, a preparar el ingreso clandestino. En esto, como siempre, se portó muy bien el abogado Roberto Garretón de Derechos Humanos, de la Vicaría. El abogado Jaime Rocha, de Concepción, era nuestro contacto, nuestro defensor. Y, por supuesto, don Jaime Castillo Velasco. Preparamos esto con cada detalle en Buenos Aires. Tomábamos medidas que, vistas desde la distancia, probablemente eran exageradas. Por ejemplo, yo viví esos dos años en Argentina en un pequeño apartamento que me había facilitado gratuitamente el Dr. Carlos Jara, un compañero del MIR que se había trasladado a Haití. Pensando que nuestro apartamento podía estar vigilado, con mi esposa nos reuníamos en los lobbys de los grandes hoteles. Así preparamos, durante muchísimas horas y días, cada detalle de ese ingreso. Fue una iniciativa familiar.
Entré por tierra y en forma clandestina llegué a Concepción. Me alojé en la casa de Jaime Rocha. Al día siguiente, 9 de junio 1984, con Jaime, me presenté a la Corte de Apelaciones con un escrito: quiero que me investiguen y me juzguen acerca del delito que he cometido que pueda justificar mi exilio. La señora que nos atendió, dijo: -Mire, yo tengo que ir a revisar, tengo que consultar esto… y se retiró. Le hablé a Jaime Rocha: -Oye, yo no me quedo aquí. Entonces me fui. Estaba nervioso y no reconocí a mi cuñada Luz María, que estaba afuera de la sala, esperándome, disfrazada. Un sobrino mío, me esperaría abajo, para llevarme en su auto al Colegio Médico, dónde se haría una conferencia de prensa; yo me cubría con un diario con la fecha del día 9 de junio, para no cruzarme con alguien que pudiera reconocerme. Cuando me aproximé, al lado del auto de mi sobrino había un jeep militar. Después supimos que era nada más que una casualidad, porque las oficinas militares están cerca. Pero yo no podía discriminar, así que me fui a pie solo al Colegio Médico.
En el Colegio Médico el Dr. Mariano Ruiz-Esquide, que era el presidente, democratacristiano de izquierda, no llegaba. Los funcionarios nos decían: si no está el presidente. no podemos hacer la reunión con la prensa. Pero llegó, y con don Jorge Barudy, que dirigía la Comisión de Derechos Humanos en Concepción, se hizo la conferencia de prensa, y los periodistas fueron inmediata y directamente a las autoridades que no tenían la menor idea de este suceso.
Mientras tanto, tenía que esconderme, y estaba definido un punto de encuentro en una calle. Aquí tampoco llegaba oportunamente la persona que me iba a trasladar al lugar de refugio clandestino. Desde la distancia parece que mi preocupación y temor quizás no tenían motivo. Pero en esa época, podía pasar cualquier cosa. Al final, llegó, me llevó y así estuve escondido mientras el juicio fue avanzando. Cambiaba de lugar de refugio en casa de tres generosas y solidarias familias. Los dos obispos se portaron muy bien: José Manuel Santos y Alejandro Goic. El arzobispo Santos me decía: «mi casa está disponible ¿Usted quiere quedarse en ella?»
Entonces, luego de casi tres meses escondido, la decisión fue entregarme. Junto a Jaime Rocha, trabajaban en esta situación varios abogados. Entonces me dijeron: -Mira, ya es hora de presentarse. Esto ha avanzado, parece que los trámites están bien. Y se hizo a través del arzobispo, monseñor Santos, quien me dijo: «personalmente lo voy a presentar a Carabineros; hemos conversado y lo vamos a dejar, no tendrá ningún problema». En su casa nos reunimos con mi mamá, Any y mis tres hijas. Luego, con monseñor Santos conduciendo su vehículo, nos trasladamos a carabineros, que nos escoltaba. El día que llegué, el capitán o comandante, me dijo: «mire doctor, yo vivo aquí cerca. No se preocupe, aquí no le va a pasar nada. De aquí no lo va a sacar nadie. Si viene la CNI nosotros no lo vamos a entregar».
Y así estuve un mes detenido en Carabineros. Tenían que acusarme de algo y fue de “guerrillero urbano y rural”.
Citado a la Corte de Apelaciones con esa acusación, la jueza me dio la libertad, porque la dictadura no había presentado ninguna prueba, con consulta a la Corte de Apelaciones. Trasladado a la cárcel, estuve dos días; la Corte apoyó la moción de la jueza y me dieron la libertad.
El éxito de este proceso se debe a la inmensa solidaridad desde distintos países lograda por los exiliados, a la impresionante solidaridad de mi ciudad Concepción; somos penquistas por tercera generación, por lo que el apoyo hasta de personas de derecha fue enorme…
Dos curiosidades: Cuando todo el proceso terminó, fuimos a saludar a la jueza. Ella me dijo “yo sabía que usted no podía ser un canalla porque, si no, no podrían haber tomado presa a su suegra dos veces por marchar en contra del exilio, para que usted volviera”….
El primer día que me había presentado a la justicia cumplíamos 19 años de casados con Ani. Dada la situación, ninguno de los dos nos habíamos acordado. Me di cuenta en la tarde, escondido, y logré con uno de mis amigos hacerle llegar un ramo de flores, lo que le indignó y quemó la tarjeta del peligro.
Cuando salí libre, lo primero que hice fue ir a al cementerio a ver la tumba de mi papá, que había fallecido durante mi exilio. Y luego al barrio universitario donde había estudiado.
PLEBISCITO Y ELECCIONES LIBRES
-¿Cómo veías a Chile? ¿El Chile al que tú incluso volviste?
-Bueno, Chile estaba con todos los cambios negativos, Pinochet y la dictadura cívico militar continuaban violando los Derechos Humanos, una enorme pobreza y desempleo, había privatizado Chile…
Nos parecía que lo más importante en ese momento era que había que terminar el gobierno de Pinochet. Para eso era necesario unir a todas las fuerzas democráticas. En ese proceso constituimos el Comité de Elecciones Libres nacional, en Santiago. Luego en provincias.
En este comité planteamos hacer un plebiscito en Chile en lugar del plebiscito de Pinochet. Ellos, quizás prudentemente, no quisieron hacerlo a nivel nacional.
Entonces decidimos hacerlo en Concepción en 1987. Formamos un Comité Regional de Elecciones Libres. Lo hicimos con el apoyo de la Iglesia.
El intendente de esa época, no nos causó problema. Aparecieron funcionarios de la DINA cerca de los lugares de votación, pero no hubo ningún incidente. Los primeros que votaron fueron los dos obispos en un barrio pobre.
Vinieron de Santiago, de nuestro Comité de Elecciones Libres, Eduardo Frei, Sergio Molina…
También Ricardo Lagos, Manuel Bustos, presidente nacional de la CUT, representantes de los partidos democráticos, observadores internacionales… Participaron alrededor de 50.000 personas y se sumó gente de otras comunas; Tomé, Punta Arenas… Fue un gran éxito.
Después supimos que alguna gente en Francia comentaba: -se está haciendo un plebiscito en Chile.
Por CMS
Entrevista publicada originalmente en Cuadernos Médico Sociales del Colegio Médico de Chile. 2023, Vol 63 Nº3: 93-99.
Fotografía Portada: Dr. Edgardo Condeza Vaccaro. Salón ex Congreso Nacional, Stgo. 23 julio 2013.