El 18 de Septiembre no es el día de la independencia de Chile

"En verdad, la reunión del 18 de septiembre de 1810, sólo era parte de una estrategia realista continental, anti-republicana y anti-independentista, por ende, enemiga de la causa patriota que ya se alzaba en toda Hispanoamérica desde fines del siglo 18 contra el coloniaje español..."

El 18 de Septiembre no es el día de la independencia de Chile

Autor: Absalón Opazo

Por Haroldo Quinteros, profesor Universidad de Tübingen, Alemania

En 1808, el emperador francés Napoleón Bonaparte, que por entonces ya había ocupado toda Europa continental excepto Rusia, procedió a la invasión de España, una de las tres mayores superpotencias colonialistas de la época, junto a Francia e Inglaterra. La resistencia española a los disciplinados, diestros y poderosos ejércitos napoleónicos fue inútil. Napoleón, ya emperador, ocupó el país, obligó al rey Carlos IV a abdicar en favor de su hijo Felipe, y puso en el trono español a su hermano José.

Al conocerse estas noticias en las colonias españolas americanas, sus administradores, obviamente realistas, criollos la mayoría más algunos nacidos en España, organizaron juntas de gobierno cuyo fin era asegurar la continuidad de la posesión española de las colonias. Por lo tanto, éstas, mientras España no se liberara de los franceses, serían administradas por fieles súbditos de la lejana corona. La esperanza de la monarquía hispana era que Napoleón fuese finalmente vencido por las restantes potencias europeas. Débil esperanza, porque Inglaterra no tenía ninguna fuerza para enfrentar al emperador, y la otrora poderosa Prusia y demás estados alemanes, estaban ocupados por el Corso.

Administrar la colonia en nombre de la corona de España, sobre cualquiera otra consideración involucraba un rechazo a los ideales republicanos que aunque fuese en teoría Napoleón representaba, aventados y sostenidos por los independentistas de toda la América hispana. Por lo tanto, la convocatoria a la junta realizada en Santiago de Chile por un pequeño grupo de realistas, la mayoría aristócratas habitantes de una de las colonias del rango más modesto entre ellas (Chile era sólo una “capitanía general” en la nomenclatura imperial española) fue un llamado a reafirmar el coloniaje. En verdad, la reunión del 18 de septiembre de 1810, sólo era parte de una estrategia realista continental, anti-republicana y anti-independentista, por ende, enemiga de la causa patriota que ya se alzaba en toda Hispanoamérica desde fines del siglo 18 contra el coloniaje español.

Sólo hasta aquí, la conclusión ya es obvia: no hay ninguna razón que sirva para justificar que esta fecha sea el día de la independencia de Chile. En el mejor de los casos, se puede llamarla “día en que la colonia comenzó a ser administrada por criollos realistas,” etc., pero en ningún caso nuestro Día Patrio. De modo que dicho con toda claridad, se ha engañado al pueblo chileno con esta celebración, porque todas las explicaciones que se han dado para celebrar el 18 de septiembre como el día de nuestra independencia carecen de todo fundamento, tanto histórico como ideológico.

Había, se dice, entre los convocados a formar la junta, algunos personajes de convicciones independentistas. Eso es cierto, pero eran una ostensible minoría. Si hubiesen sido mayoría, Chile habría proclamado entonces su independencia; además, no habría sido elegido Mateo de Toro y Zambrano como su presidente, un anciano criollo aristócrata posesor del título nobiliario de Conde de la Conquista. (¡vaya nombre independentista… “de la conquista”!). Los independentistas que participaron en la Junta eran un pequeño grupo en lo que era una asamblea derechamente realista que se reunió, precisamente porque temía que la derrota del imperio español ante Napoleón pudiera alentar y servir a los patriotas a transformar la colonia en una república independiente.

También se argumenta en favor de otorgar al 18 de septiembre la categoría de nuestro Día Nacional, la irrupción del “Motín de Figueroa,” pero ese incidente sólo fue expresión de contradicciones entre los propios realistas, no entre realistas y patriotas. Veamos: El 1° de abril de 1811, más de 6 meses después de reunida la Junta, un teniente coronel español ultra-conservador, Tomás de Figueroa, junto a algunos seguidores, se alzó para impedir la constitución de un congreso que remplazaría a la Junta del 18 de septiembre del año anterior y así deponer al viejo gobierno colonial. El congreso, en todo caso, sería realista y sólo modernizaría jurídicamente a la colonia; es decir, la colonia seguiría siendo colonia, lo que significa que conservaría enteramente su sello y carácter anti-independentista.

La razón que tenía el desbocado militar español Figueroa era su temor que este congreso, cuyos miembros serían elegidos, aunque fuera bajo el principio de fidelidad a la corona, pudiese ser infiltrado por independentistas. Figueroa pensaba -y así lo declaró en su defensa- que para gobernar la colonia bastaba la Real Audiencia y un gobernador leal al rey, mientras el monarca continuara refugiado en Cádiz, el puerto español del sur peninsular que, protegido por la flota inglesa, Napoleón evitó ocupar, porque una guerra directa con Inglaterra debilitaría fuerzas para su proyecto de invadir y ocupar Rusia. Se comprobó que algunos miembros de la Real Audiencia habían apoyado a Figueroa, y ante ello, la minoría patriota secretamente activa en la Junta se jugó por entero por disolver la Real Audiencia, ejecutar a Figueroa (que fue finalmente condenado a muerte y fusilado), y encarcelar y deportar a los que apoyaron su asonada (destaco aquí que entre aquellos primeros patriotas estaba don Ignacio de la Carrera, el ilustre padre de los cuatro hermanos Carrera que había integrado de modo derechamente clandestino la Junta de gobierno realista del 18 del año anterior).

El esfuerzo patriota fue, en verdad, débil porque la disolución de la Real Audiencia y la destitución del corrupto gobernador García Carrasco ya había sido decidida desde España desde hacía mucho tiempo, antes de la invasión francesa; de modo que el poder político y la administración de la colonia terminó concentrándose en el congreso que sustituyó a la junta de 1810.

Detengámonos aquí y volvamos a la junta de aquel 18 de septiembre de 1810: Naturalmente, no hubo en ella ninguna resolución de independencia, en absoluto. En verdad, aunque existe, es bien desconocido el texto del acta evacuada ese mismo día. La junta que se reunió el 18 de septiembre de 1810 no se hizo llamar “Junta Nacional de Gobierno,” como falsamente se nos enseñó a los más viejos en nuestras escuelas y como aún se enseña en ellas. Obviamente, no podría ser “nacional” puesto que la nación no existía, lo que explica por qué el nombre real y oficial que le dieron sus organizadores, i. e., los autores del acta-acuerdo que evacuó, solamente tenía que ser “Junta Provisional Gubernativa del Reino.” “Provisional” porque existiría sólo hasta cuando el rey de España volviera al trono; “gubernativa” no de gobierno, matiz que indica que se proponía sólo la administración de la colonia, nada más; y “reino” porque esa palabra era otro nombre que se daba en la época a las colonias. Dicho con el idioma castellano de hoy, el nombre de esa reunión fue “Junta para administrar la colonia hasta que vuelva el rey.” En suma, esa acta partía por reconocer a Chile como una colonia, y no como un país que se independizaba.

Hay más falsedades todavía: La educación oficial de Estado chilena no ha sido veraz sobre el carácter que tuvo esa reunión. La ha llamado “cabildo abierto” en circunstancias que tuvo lugar en un recinto cerrado, al que asistieron unos 300 criollos celosamente custodiados por el ejército colonial de entonces que, por supuesto, era un cuerpo armado realista, monárquico y anti-patriota.

A todo esto, los patriotas conspiraban. La primera y más importante conspiración patriota fue la de los “Tres Antonios”, anterior, incluso, a la Revolución Francesa, de la que harto poco se habla. Esta conspiración reviste una tremenda y crucial importancia en el largo proceso de lucha por la independencia de Chile y de todas las colonias españolas. ¿Por qué apenas se la menciona en nuestras escuelas, aunque, como chilenos debiera honrarnos proclamarla y enseñarla, porque fue uno de los primeros gritos de libertad en todo el continente? Tuvo lugar en Chile en 1780, poco después del triunfo de la revolución de independencia de Estados Unidos en 1776, y sólo un año después de la ejecución en Cuzco del patriota indígena peruano Tupac Amaru. Inspirados en los principios del enciclopedismo francés (Rousseau, Voltaire, Diderot, Montesquieu) que dieran origen ideológico a la Revolución Francesa, tres hombres de nombre Antonio, protagonizaron en Chile el primer esfuerzo independentista. Dos de ellos eran nacidos en Francia, Antoine Berney y Antoine Gramusset, pero, en verdad, eran muy chilenos porque ya vivían muchos años en Chile y tenían esposas e hijos nacidos en Chile; y uno criollo-chileno, Antonio de Rojas.

Los Antonios organizaron un grupo independentista clandestino, que tenía varias células en el país. El jefe mayor del grupo era Antoine Berney, profesor de Latín y Matemáticas. Fueron finalmente descubiertos y capturados. Los Antonios franceses no fueron ejecutados porque entonces España no arriesgaría ningún conflicto con la poderosa Francia post-revolucionaria. Además, por finales del siglo 18, el enemigo tanto de España como de Francia era Inglaterra. Antonio de Rojas, el Antonio chileno, no fue fusilado porque sus dos camaradas franceses abogaron por él. Los tres, por su calidad de conspiradores en primer grado, fueron deportados al Perú, para ser juzgados en el virreinato, y allí fueron condenados al exilio. Partieron a Francia, pero el barco en que viajaban naufragó en el océano. Los dos Antonios franceses murieron ahogados y Antonio de Rojas, que se salvó, consiguió ser rescatado y llevado finalmente a Francia. Como sucede con los verdaderos revolucionarios, siempre incansables, apenas pudo volvió a Chile, con la intención de seguir luchando. En Chile fue capturado, torturado y murió en prisión a causa de los malos tratos y de las torturas sufridas.

Las proclamas de los Tres Antonios fueron los primeros documentos revolucionarios independentistas chilenos, y fueron conocidos en toda la región americana colonial española. Algunas se han conservado gracias a las investigaciones y archivos de varios de nuestros historiadores de la República (Amunátegui, Vicuña Mackenna, Barros Arana, especialmente). Una de esas proclamas declaraba el carácter que tendría el nuevo Estado libre de Chile. Decía:

Queremos, 1. La sustitución del régimen monárquico por el republicano. 2. Un gobierno establecido en un cuerpo colegiado, repartido entre el Jefe de Estado y el Senado. 3. Elección de las autoridades por voto popular, incluyendo el voto de los indígenas ‘araucanos’ o mapuches. 4. Abolición de la esclavitud y de la pena de muerte. 5. Fin de los títulos de nobleza y las jerarquías sociales. 6. Redistribución de la tierra, repartiéndola entre todos los chilenos en lotes iguales. 7. Exportación de la revolución chilena al resto de América y el mundo.

Que este recuerdo que aquí hacemos de los Tres Antonios sea un homenaje a su valentía y patriotismo.

Sigamos. Volviendo al tema de la mentira del “cabildo abierto” de 1810: La verdad histórica es que los primeros cabildos abiertos de nuestra historia fueron convocados un año después, en 1811, bajo el gobierno del Primer Padre de la Patria (por lo menos, en sentido cronológico), y Primer Presidente de Chile, don José Miguel Carrera y Verdugo. Un “cabildo abierto” es una instancia de participación popular y de carácter resolutivo, y la reunión convocada por la junta realista el 18 de septiembre de 1810 congregó, por simple co-optación, solamente a criollos ricos conocidos por su figuración en el ambiente de la aristocracia, dueños de tierras y algunos poseedores de títulos nobiliarios, condición completamente contraria a los ideales patriotas. En la junta también se reunieron dignatarios, autoridades y burócratas de la corona, la jerarquía de la Iglesia Católica, tan monárquica como anti-independentista, como lo consigna el historiador Miguel Luis Amunátegui en varias de sus obras como La Encíclica del Papa León XII contra la independencia de la América Española (1874); y finalmente, los oficiales mayores del ejército colonial. Entonces, ¡vaya día de la “independencia” el 18 de septiembre! Ese día, una reunión conformada por aristócratas, clérigos y militares anti-independentistas, evacuaron una declaración, que entre otros conceptos, decía:

Procuraremos los medios más ciertos de quedar asegurados, defendidos, y eternamente fieles vasallos del más adorable monarca Fernando.

En resumen, el día 18 de septiembre de 1810 hubo una reunión que se realizó con el fin de rechazar, primero, la posibilidad que la colonia española de Chile pasara a ser una colonia francesa; y segundo, la posibilidad que la derrota militar de España ante Napoleón y una larga ocupación de la metrópoli hispana pudiera dar origen a un alzamiento independentista en las colonias de América.

Como hemos señalado, la figura de Mateo de Toro y Zambrano, elegido presidente de la junta que iba a administrar la colonia de Chile, grafica bien el tono ajeno a todo cariz de independencia. Es muy decidor el hecho que Toro fuera el elegido. Nótese que a pesar de tener 83 años, una edad exageradamente avanzada en aquellos tiempos (murió sólo 5 meses después de constituida la junta), su elección sirvió para enfatizar el carácter criollo-conservador, nobiliario aristocrático y pro-colonial de la reunión del 18 de septiembre.

Es de concluir, entonces, que esta fecha sólo puede recordarse como aquella en que los realistas se reunieron como colonos, para darse un gobierno local con el solo objetivo de administrar lo que era una posesión de España, puesto que el rey no podía hacerlo desde su perdido trono imperial. En otras palabras, la junta del 18 de septiembre de 1810 trajo por consecuencia el establecimiento de un gobierno anti-patriota, que no se habría constituido si Napoleón Bonaparte no hubiera invadido y sometido completamente a España en 1808. Los juntistas reafirmaron ese día sus convicciones monárquicas, proclamaron su conformismo colonial, su oposición al republicanismo, su desprecio a la igualdad y a la libertad de pensamiento, su oposición al laicismo de Estado, al republicanismo, a la democracia y la independencia; exactamente lo contrario a lo que propugnaban los patriotas, como los 3 Antonios, y más tarde Carrera, O´Higgins y Manuel Rodríguez.

En cuanto a qué fechas pueden servir para proclamar la independencia de Chile, hay muchas. En orden cronológico, está el 4 de septiembre de 1811. Ese día, José Miguel Carrera seguido por sus hermanos, algunas fuerzas militares y civiles armados patriotas atacaron la guarnición realista de Santiago y desarmaron otros cuerpos armados de la capital. Al día siguiente, Carrera, sin importarle un rábano el “congreso” realista que sustituyó a la junta, proclamó por primera vez la independencia de Chile; poco tiempo después hizo confeccionar los primeros símbolos patrios, la bandera que bordó su hermana mayor Javiera, y el escudo nacional, tallado en madera por un artista criollo, que rezaba:

Post tenebras lux. Aut consilliis aut ense. (Después de las tinieblas, la luz. Por el acuerdo, o por la espada)

Recordemos también que el 4 de septiembre era en nuestra antigua democracia la fecha en que el pueblo elegía a los presidentes de la República, precisamente en homenaje a la gesta de Carrera, fecha completamente lanzada al olvido por la dictadura militar de Pinochet.

La victoria de Rusia contra Napoleón fue “el comienzo del fin” para su imperio, parafraseando a Churchill cuando la ex Unión Soviética, la Rusia de hoy, derrotó a los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. La derrota definitiva del Corso se selló en Waterloo en 1815, y, como era natural, los realistas recuperaron la colonia con la derrota patriota de O’Higgins en Rancagua. Así, la corona proclamó la “Reconquista” de Chile, lo que dio origen al período que los realistas llamaron la “Restauración.”

También está el 12 de febrero de 1817, fecha de la victoria patriota en Chacabuco, día que, un año después, fue proclamado por O’Higgins como el día de la independencia. Ese mismo año 1818, los realistas derrotaron a los patriotas en Cancha Rayada, cuando Chile ya había proclamado su independencia, lo que explica el contenido ideológico del grito de Manuel Rodríguez “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”, llamando a los chilenos ya libres a resistir al español Osorio y sus tropas realistas que avanzaban hacia Santiago.

Finalmente, está también el 5 de abril de 1818, fecha en que el Ejército Libertador comandado por José de San Martín derrotó definitivamente a los realistas en Maipú.

Volvamos a 1810: Los patriotas activos que había en Chile en 1810 no tenían nada en común con los realistas de la junta del 18 de septiembre, como así lo confirma el gobierno de José Miguel Carrera, que no hizo otra cosa que dar cumplimiento a los ideales proclamados por los tres Antonios. Para empezar el gobierno de Carrera tuvo una clara impronta popular. El 15 de noviembre de 1811, el primer gobernante de Chile convocó a un cabildo abierto de verdad, el primero en nuestra historia que se realizó en la Plaza de Armas, para proclamar ante el país y el mundo que Chile era un país libre y administrado por chilenos, no por españoles ni criollos realistas. Esta vez no hubo invitaciones ni reuniones a puertas cerradas custodiadas militarmente, pues la convocatoria fue universal.

Un mes después, viéndose apoyado por la mayoría de los criollos, Carrera dio el golpe de gracia a los realistas. Expulsó del país a los oficiales del Ejército conocidos como realistas, la mayoría de ellos criollos; es decir, nacidos en Chile. Después disolvió el Congreso, que como hemos dicho, no era sino una derivación de la reaccionaria Junta de Gobierno del 18 de septiembre de 1810. En 1812, Carrera proclamó nuestra primera Constitución Política como nación soberana, que llamó “Reglamento Constitucional,” carta política de carácter republicano, conocida como la Constitución de 1812, cuyo texto, en verdad, no se enseña en nuestras escuelas y liceos, y que no hace sino repetir lo que proclamaron los tres Antonios 32 años antes.

Durante su gobierno, Carrera hizo algunas concesiones formales a los todavía poderosos realistas, pero esto sólo fue para impedir enfrentamientos que pudieran dar inicio a conatos que terminaran en una guerra civil. En los dos años y medio de su gobierno, Carrera decretó la libertad económica y de comercio, rompió relaciones con el virreinato del Perú, el primer bastión del colonialismo español en Sudamérica; impulsó la instrucción pública para niños y, sépase, también de las niñas, lo más revolucionario imaginable en esa época, puesto que la corona española y la Iglesia no admitían la educación institucional escolar de las mujeres. Carrera puso también en marcha la primera prensa nacional, en la que difundió la nueva cultura chilena como nación libre e independiente, republicana e igualitaria, tal como la describe el diario oficial de gobierno “La Aurora de Chile”, a cuyo cargo estaba Camilo Henríquez, un cura revolucionario disidente de la jerarquía de la Iglesia, que unos años antes había sido juzgado en Lima por un tribunal de la Inquisición porque se le encontró libros de los precursores ideológicos de la revolución Francesa.

Carrera además fundó el primer ejército nacional, que se llamó “Granaderos de Chile”; construyó escuelas para el fomento de la educación; otorgó derechos políticos y de propiedad de tierras al pueblo mapuche, respetando su calidad de pueblo y nación diferente a los criollos. Carrera, además, ha pasado para siempre a la historia universal como el primer gobernante de todo el continente americano que abolió la esclavitud. Finalmente, cerró el Tribunal de la Inquisición, autorizó la lectura de los livri prohibitorum et expurgatorum, es decir, los libros revolucionarios franceses que constituyen la base sobre la cual se sustentan filosófica y políticamente las democracias del mundo de hoy, y prohibió los pagos por los sacramentos que el pueblo católico pobre no podía pagar; sin embargo, respetuoso de la Iglesia, fijó sueldos a los sacerdotes y nunca puso en entredicho el ministerio eclesiástico en Chile.

En resumen, si bien Carrera, por la situación revolucionaria en que se encontraba el país, gobernó en forma unipersonal, su ideal era la democracia parlamentaria estadounidense, cual era su objetivo político ulterior, que vino a ser truncado por la Reconquista.

Como se ha señalado, Napoleón fue irrecuperablemente derrotado en Rusia en 1812, y en 1813, los ingleses, encabezados por el Duque de Wellington, habían expulsado definitivamente a los franceses de España y devuelto la corona española a Fernando VII. Como la historia y la política son fenómenos globales, la derrota de Napoleón también fue la derrota de la causa patriota en Chile, porque en 1814, España volvió a ser la gran potencia imperialista de antes. Fernando VII restauró el orden monárquico absolutista, reinstauró la Inquisición y persiguió a los liberales en España, para luego saltar al continente americano con el fin de recuperarlo de las manos de algunos atrevidos revolucionarios independentistas como Carrera. Entonces, el cuerpo colegiado de patriotas que administraban el país, encabezado por Carrera, eligió al patriota y militar Francisco de la Lastra como “Director Supremo”, mientras Carrera organizaba la guerra de resistencia.

En 1814, se produjo el inicio de la profunda enemistad entre los patriotas Carrera y O’Higgins, que hasta hoy es materia de discusión. El hecho es que O’Higgins, el primer jefe militar después de Carrera, firmó con los realistas el “Tratado de Lircay,” ante la superioridad enemiga y los continuos fracasos militares patriotas desde un año antes. El tratado reconocía la autoridad del rey de España en Chile, lo que, para los “o’higginistas” sólo supone una táctica de guerra para ganar tiempo. Carrera se opuso a ese tratado, y finalmente los dos primeros Padres de la Patria, ya definitivamente enemigos, se enfrentaron militarmente en el combate de Las Tres Acequias, que ganó Carrera. De la Lastra estuvo con O’Higgins, y Carrera no trepidó en sacarlo del poder y asumir él la conducción del país y la guerra; sin embargo, sabedor del apoyo militar que tenía O’Higgins, pactó con él la continuación unidos de la guerra de resistencia. Puede ser que esa desunión pudo ser la mayor causa de la derrota patriota en Rancagua y el fin de lo que fue la Patria Vieja. Antes de Rancagua, e incluso después de Las Tres Acequias, los dos primeros patriotas de Chile habían enfrentado juntos a los realistas luchando a muerte contra sus ejércitos comandados por los generales Gaínza, Pareja, Sánchez y Osorio.

Aunque los ejércitos patriotas comandados personalmente y en combate por Carrera y O’Higgins ganaron varias batallas (Yerbas Buenas, San Carlos, Talcahuano), finalmente en octubre de 1814, los realistas recuperaron su antigua colonia, luego del desastre patriota en Rancagua. Cada una de las obras del gobierno de Carrera fueron aniquiladas, y así terminó la “Patria Vieja”, iniciándose el período de nuestra historia conocido como “La Reconquista”. Como sabemos, nuestros incansables patriotas se reagruparon y reiniciaron la lucha por la libertad, cuyo más fiero y audaz exponente fue el guerrillero Manuel Rodríguez. Aquella difícil tarea concluiría exitosamente en abril de 1818, con la batalla de Maipú.

¿Por qué la aristocracia consiguió recuperar su poder en Chile, luego de obligar a O’Higgins a abdicar? Veamos las cosas desde el comienzo. La misma aristocracia que se declaró española en 1810 con la junta del 18 de septiembre, se declaró chilena después de Maipú. Valiéndose de su poder económico e influencia sobre parte de la oficialidad y de la Iglesia, expulsó a O’Higgins del poder en 1823, entonces Director Supremo y el más conspicuo de los patriotas republicanos vivos. La esperanza de un Chile popular, igualitario y democrático, que quisieron Carrera y O’Higgins, se esfumó luego que los “pelucones” (los conservadores) vencieran a los “pipiolos” (los patriotas liberales) en la batalla de Lircay en 1830. Al mando de las tropas conservadoras estaba José Joaquín Prieto, entonces un convencido pelucón, aunque había luchado con Carrera contra los realistas durante la Patria Vieja. El bando pipiolo tenía como jefe a Ramón Freire, héroe de Maipú y antiguo lugarteniente de O’Higgins.

Luego de Lircay, y después de algunos mandatarios provisionales, Prieto fue investido presidente de Chile, aunque el cerebro de su gobierno fue el vicepresidente del país, y más tarde su Primer Ministro, Diego Portales Palazuelos. Portales, además de rico comerciante, un especulador y dueño del “estanco” (o sea, el monopolio) del tabaco, era miembro de una familia conservadora y pro-realista; por lo tanto, contraria a los ideales y obras tanto de Carrera como de O’Higgins. Terminó con la Constitución Política de 1823, reformada por Freire en 1825, y temeroso que los ideales patriotas de igualdad social y política y plurinacionalidad volvieran a emerger en Chile, negó sistemáticamente la presencia de O’Higgins en Chile, prohibiendo su vuelta desde el exilio en Perú, aunque sólo fuese para morir en la Patria, lo que muchas veces se lo pidió el Libertador.

El día de la independencia de Chile se celebraba, primero, el 12 de febrero, como lo había estatuido O’Higgins un año después de la victoria patriota en Chacabuco, en 1818; luego, el 5 de abril con Freire. Portales derogó ambas fechas, cambiándolas en 1832, para siempre, por el viejo, realista y aristócrata 18 de septiembre. Es decir, y dicho con toda claridad, fue la aristocracia de Chile, la triunfadora militarmente en Lircay, la que inventó el 18 de septiembre como nuestro día nacional. Portales, su mayor dirigente, desligó la celebración de nuestra verdadera independencia de la realidad histórica y de la figura y obra de más ilustres patriotas de la Independencia, explícitamente de O’Higgins, al eliminar el 12 de febrero como el Día Nacional; y de Carrera, al dejar en el olvido el 4 de septiembre.

En 1832, para rematar el edicto que imponía al país el 18 de septiembre, Portales ordenó la primera “Revista Militar” al día siguiente, el desfile y ceremonia que hasta hoy tiene lugar en todo el país, que conocemos como la “Parada Militar,” acto que se celebra en lo que pasó a llamarse “el día de las glorias del Ejército”.

Para terminar, aunque la mentira del 18 de septiembre siga en curso, nadie podrá borrar los hechos objetivamente históricos. Indiscutiblemente, el 18 de septiembre de 1810 no es la fecha en que Chile debiera celebrar su independencia. Como lo hemos señalado, ese día los realistas, tanto peninsulares como criollos, dejaron “guardada” la colonia de Chile hasta la vuelta de “su adorable rey”. Sólo 22 años después, el ministro Diego Portales, un aristócrata anti-independentista por pensamiento, origen y familia, lo transformó, falsamente, en el Día de la Independencia. Portales fue uno de los primeros pre-capitalistas de Chile, como también el primer chileno que vinculó el poder económico con el político. Es fundador del Estado conservador que aún rige, que aunque ya debilitado en 1973, fue restituido íntegramente por la dictadura de Pinochet.

Portales, un gobernante tiránico y opresor, al revivir el olvidado 18 de septiembre nada menos como el Día Nacional de Chile, selló así la vuelta de la aristocracia al poder. Restauró el poder de la oligarquía, inició la ocupación de la Araucanía y sustituyó la Constitución Política de 1825 por la suya, la Constitución de 1833. Era natural, entonces, que la derecha golpista y autora del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, además de frenar la continua marcha del país hacia una nación verdaderamente independiente económicamente, más democrática e igualitaria, hiciera de Portales su mayor ídolo y mentor ideológico.


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