Por Andrés Peña Mellado, periodista autónomo / Para entender el pensamiento de la gente chilena trabajadora consciente, la cual detesta con justa razón a la clase política, definida con nombre y apellido por Gabriel Salazar como el gran problema de Chile, y el saqueo de robar de manera libre todos los recursos naturales en subastas, con el propósito de quién hace más lobby para aumentar arcas de dinero que son imposibles de gastar en una vida promedio y luego celebrar en algún evento repugnante y sacar fotos para la sección Vida Social de El Mercurio, medio que miente desde el siglo pasado y por alguna razón todavía hay «periodistas» que no ven el problema ético de venderse para desvirtuar la realidad del ciudadano despojado de los derechos humanos básicos, como salud, educación y vivienda, para luego discutir entre ellos quién tiene el departamento o el auto más caro, sólo basta caminar desde el Metro Escuela Militar, lugar físico donde «forman» grupos de máquinas psíquicamente destrozadas para disparar sin dudar al vecino, como bien lo definió Hannah Arendt con el concepto de la Banalidad del Mal, hasta Plaza Italia, y leer los mensajes literarios impresos en las paredes.
Esto me lleva a pensar que el laboratorio humano, definido desde Estados Unidos en los años 70, es decir, el Neoliberalismo sin límites a nivel económico, pero extremadamente conservador en lo sociocultural, sumado a una nula educación cívica en las escuelas, que se derrumban en algunas comunas de Chile, fue derrotado el viernes 26 de octubre de 2019 y, por ende, el paradigma filosófico/histórico, llamado Posmodernidad, ha llegado a su fin.
Otro ejemplo: trabajé cinco meses en Rompecabeza Digital (agencia de marketing digital nominada como la mejor de LATAM por Interlat Group) para observar cómo pagan a profesionales universitarios endeudados prácticamente por toda la vida (150 mil pesos por tres meses), para luego desecharlas como basura y traer a otro. Sin embargo, quien logra soportar ese ambiente es contratado de la siguiente manera: piden los datos de las personas y les hacen un contrato que puede demorar cinco meses. Lo sé porque a la hora de renunciar me pidieron, por favor, firmar antes por «temas legales», con un sueldo promedio de 400 mil pesos, en donde te obligan a estar desde las 9.15 hasta las 18.45 horas, sin falta (yo debí asistir incluso con mi dedo cortado, situación que me tuvo a una hora de morir por desangramiento). Y, además, cómo hay personas encargadas del contenido de muchos sitios que no leen.
Ahora, la idea es controlar la entrada y la salida con una aplicación de datos biométricos, pero amparados con el Artículo 22 del Código del Trabajo, para que los jefes de área (personas que no tienen habilidades técnicas ni de liderazgo) puedan ganar más del doble y no tener horarios laborales. La sinvergüenzura continúa cuando casos de acoso sexual y machismo degenerado suceden a vista de todos, algunos tan graves que se encuentran en proceso judicial, pero no tienen vergüenza de hacer campañas de feminismo, lo cual me parece indigno para las personas de esa institución mediocre.
Ese es el verdadero problema en Chile y el resultado del Neoliberalismo implementado desde el 11 de septiembre de 1973 por la dictadura de un ser despreciable, en la que Chadwick y Piñera, junto a varios del Gobierno actual fueron trabajadores directos por años. No obstante, los chilenos, quienes muchos sí avergüenzan de su nación por culpa de un par de apellidos que dan asco, decidieron escribir literatura en las calles, pues no alcanzaron a cobrar por caminar en espacios públicos.
Este acto artístico y revolucionario no comenzó en octubre de 2019 y siempre he podido disfrutar de manera gratuita el arte callejero de Santiago. En un país convulsionado, los escritos han aumentado a un nivel de saturación. Sí, porque las personas han llegado al límite. No olvidemos, en todo caso, que Albert Camus planteó en su ensayo Los Almendros (1940), que «me vuelvo hacia esos países restallantes donde quedan aún tantas fuerzas intactas. Los conozco demasiado como para no saber que son la tierra elegida donde la contemplación y el valor pueden equilibrarse. Meditar acerca de su ejemplo me enseña que, si se quiere salvar la inteligencia, es necesario ignorar sus dotes para la queja y exaltar su fuerza y su prestigio. Este mundo está envenenado de desdichas y parece complacerse en ellas. Está entregado por completo a ese mal que Nietzsche llamaba espíritu de torpeza. No le tendamos la mano. Es inútil llorar sobre el espíritu, basta con trabajar por él». Por lo mismo, lo que sucede estos días es demasiado evidente para quienes nos hemos dedicado a leer, escribir y conversar la filosofía y la historia.
El hecho de que existan tantos artistas, trabajadores y emprendedores en Chile se debe a que para lograr el sueño que surge de nuestras emociones hay que dejar todo lo demás que ofrece en módicas cuotas el capitalismo de lado, y luchar día y noche contra quienes se juntan a almorzar al aire libre en jornadas laborales sin avisar a sus empleados, como es la práctica en Rompecabeza, gracias al Artículo 22.
La gente chilena no es tonta. Al contrario, tiene tan canalizada su rabia que, si ustedes salen como yo lo hice hoy al sector de Vicuña Mackenna con Santa Isabel, ven el mural que nos recuerda a Miguel de Cervantes y a El Quijote de la Mancha, gracias a la frase «Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia», completamente intacto. Un mensaje publicado hace 400 años atrás.