EL FUEGO NOS PROTEGE
28 de octubre Valdivia
Por Isabel Andaur
Recuerdo que cuando éramos chicos me burlaba de mi hermano por miedoso. Le aterraba verdaderamente atravesar esa escalera durante la noche si no encendía alguna luz. Se orinaba en la cama porque prefería mojar el colchón que bajar al baño en medio de la oscuridad. Lloraba de miedo. Yo no entendía su miedo y me burlaba de él con espíritu vengativo.
Esta noche entendí a mi hermano. Ahora que estoy pronta a cumplir los 30. Me temblaban las piernas al salir de la casa, apenas podía moverlas, tengo el estómago apretado, me empuja una lágrima seca por dentro. No podía creer que estuvieran corriendo balazos en las calles donde todas las noches caminaba en confianza. En Valdivia no pasa nada, decíamos. Pero resulta que hace más de una semana rondan las noticias de personas asesinadas, desaparecidas, compañeras violadas entre 4 milicos. No sé si las piernas me tiemblan de miedo o si me tiemblan de rabia, de incredulidad. De la rabia que me da que la supuesta ley le otorgue blindaje absoluto a los asesinos de civiles desprotegidos. No hay recurso de amparo, no tenemos a quien recurrir para escapar de violaciones y balas. Nos protegemos de ellos con las barricadas. El fuego que encendemos está de nuestro lado. Nos reunimos detrás de las llamas que nos resguardan de los asesinos que manda el estado. Con ese fuego también mandamos señales. Señales de fuerza y resistencia, de poder popular. Aunque (cuidado) el panóptico nos está vigilando para acusarnos de cualquier cosa.
No puedo reírme de tus bromas, hermana. Me cuesta cambiar la carita. No puedo trabajar, no puedo planificar nada, todo ha cobrado un valor diferente. Ya nada es como fue. Esta ciudad se parece a Valdivia, pero no sé en qué realidad paralela. No hay normalidad a la cual regresar. No hay ningún lugar a dónde volver. Del horroroso Chile no se sale. Si tuviéramos armas, ¿estaríamos en igualdad de condiciones?