Por Leopoldo Lavín Mujica
En Europa las extremas derechas conservadoras avanzan de manera arrolladora, desplazan a las tradicionales orgánicas partidarias socialdemócratas y capturan gobiernos con elecciones. Y esto en un contexto de guerra. Al mismo tiempo que la posibilidad de transformar el corazón del Viejo Continente en campo de prueba y exterminio nuclear se convierte en una hipótesis de carne y hueso.
La paradoja es evidente: Europa produjo tanto la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, después de una violenta revolución en Francia, como los peores conflictos que han atravesado a la humanidad entera en el siglo pasado (las I y II Guerras Mundiales). El llamado Norte Global (incluidos Australia, EE.UU. y Canadá) ha sido siempre un factor clave en todas las empresas bélicas. Lo que se ha nombrado como Occidente tiene los antecedentes del pillaje por la fuerza, la persecución de las ideas de igualdad y de las diferencias, las prácticas de imperios bélicos y colonizadores y la producción de ideologías excluyentes. Occidente sigue siendo la sala de máquinas intelectual y práctica del mundo, pero con alto y reiterado riesgo explosivo.
Los estudios demuestran que la globalización del capitalismo triunfante con sus promesas de prosperidad por el consumo de mercancías, de energías fósiles y de materias primas extraídas sin miramientos ecológicos, tiene su origen en decisiones tomadas en Francia, EE.UU. e Inglaterra alrededor de los años ochenta del siglo pasado. Hoy, los Estados de bienestar (Welfare States) nacidos después de las dos terribles guerras mundiales, acompañadas del régimen fordista de acumulación, son actualmente sacudidos en sus bases mismas por políticas regresivas de las fuerzas de derecha en un marco de penurias energéticas. Las socialdemocracias inglesas y francesas desregularon las economías. La consecuencia inmediata fue favorecer la concentración de las decisiones económicas y comerciales en manos de centros financieros de poder y riqueza, así como en las grandes empresas de propiedad de poderosas oligarquías.
Al mismo tiempo, se expandieron los paraísos fiscales. El operador ideológico transformado en evangelio para desmantelar el sistema de derechos sociales en nombre de la subsidiaridad del Estado y la racionalidad del mercado es y ha sido el neoliberalismo. Tanto Rusia y sobre todo China -gran exportadora de capitales e inversiones a ultramar- se plegaron felices al tren de la globalización capitalista bajo el lema de que es una dinámica irresistible que augura bienestar futuro a los pueblos. Al mismo tiempo que, al igual que los países miembros de la OTAN, se preparaban para la guerra desde los noventa.
Hecho nuevo. En una civilización humana en mutación y con desafíos enormes como lo es la supervivencia de las especies vivientes amenazadas por el furor del cambio climático, las ideologías reaccionarias de ultraderecha encarnadas en partidos institucionalizados y financiados por las oligarquías nacionales se posicionan como gobernantes o aspirantes sin ambigüedad en países como Inglaterra, Suecia, Francia, Italia. En los tres primeros ya gobiernan. Las certezas que aparentemente procuran, se apoyan en el negacionismo del cambio climático y en la idea que la desigualdad social es natural e inherente a la especie humana. Que el lugar de las mujeres está en la casa y que los inmigrantes deben ser expulsados sin miramientos -el Rey Carlos III acaba de calificar de “horrible” la política de expulsión de ciudadanos ilegales ruandeses de Inglaterra practicada por el Gobierno conservador de B. Johnson (ver aquí)-.
En el Reino Unido, la flamante sucesora de Boris Johnson, Liz Truss, aplica medidas del thatcherismo neoliberal y promete rebajar impuestos a los más ricos en un ambiente de huelgas y descontento social reciente. Lo mismo hizo el primer gobierno de Emmanuel Macron en Francia, país donde las corrientes socialdemócratas no pudieron alzarse como alternativa en las pasadas elecciones de este año y que condujo a un segundo gobierno del ahijado de los banqueros franceses: ahí la extrema derecha de Marine Le Pen perdió por poco en segunda vuelta.
En Suecia, modelo histórico de la socialdemocracia, el bloque formado por los conservadores y el partido nacionalista de extrema derecha (SD) logró imponerse con un programa que alienta las privatizaciones en salud y educación y con temas xenófobos en las elecciones del 11 de septiembre pasado. El golpe de gracia a los derechos cívicos fue en Italia este 25 de septiembre. El partido “Hermanos de Italia” lidereado por la admiradora del Duce Benito Mussolini Giorgia Meloni (designada ayer como “líder postfascista” en Le Monde, 26/09) demostró que organizaciones partidarias que han mantenido rudimentos del fascismo como ideología pueden hacerse del poder del Estado y aplicar sus programas extremistas junto con designar como peligrosos para la sociedad a los movimientos feministas y a las disidencias sexuales.
Así pues, el Norte Global avanza a pasos agigantados a un periodo de agitada inestabilidad política y de conflictos sociales. Además del triunfo de las extremas derechas asistimos al repliegue de las “buenas” consciencias europeas y a la desorientación más completa de las izquierdas socialdemocratizadas. El conflicto entre Rusia y Ucrania es lo menos que puede decirse multifactorial, pero lo más importante es que tiene raíces profundas en la mentalidad de poder occidental, pues privilegia la fuerza para resolver los diferendos entre los Estados naciones “unitarios”. El mito de las constituciones democráticas queda al descubierto en estas circunstancias: devienen fácilmente un instrumento que pregona la convivencia democrática, pero se demuestran incapaces de detener el ascenso de extremas derechas neo-fascistas. Las “cartas magnas” les aseguran a los Estados los medios de pacificación interna que necesitan las clases dominantes. En períodos de crisis económica y de peligro de legitimidad éstas recurren a la guerra de clases y contra movimientos sociales democratizadores. Si la “Ley de Boyle” en ciencia política estipula que las democracias no se hacen la guerra entre sí, las oligarquías propietarias no dudan en hacerle la guerra de clases a sus propios pueblos. Es cosa de refrescar la memoria y recordar el Gobierno de Piñera II, de la consecuente Rebelión social y ciudadana del 18 de octubre de 2019 y el coletazo indiscutible que de esta provino, que fue la victoria del Gobierno progresista actual. De ahí se viene.
En un famoso debate filosófico de principios del siglo XX, que la filósofa francesa Brabara Stiegler explora en detalle en un magistral libro titulado «Debemos adaptarnos” (Il faut s’adapter), los pensadores estadounidenses Walter Lippmann (el verdadero forjador del concepto de “neoliberalismo”) y el pensador pragmatista John Dewey se enfrentan sobre las formas y condiciones de gobierno en una democracia. A un Lippmann neoliberal, convencido de la apatía e “ignorancia” intrínseca de las masas, que reclama un “gobierno de expertos” con decisiones tomadas en círculos restringidos de especialistas que en nombre de la “técnica” deciden de cuestiones constitucionales, económicas y que también planifican “científicamente” guerras e invasiones, el filósofo pragmatista John Dewey responde desde su concepción de una democracia radical, en la que el papel principal del gobierno es facilitar la apropiación por parte de las colectividades de los problemas con los que se topan: lo que él llama la formación de públicos impregnados de una “inteligencia colectiva”. Dewey insiste en la necesidad de espacios de debates abiertos y esclarecidos, sin manipulaciones al estilo del que vimos con los famosos “fakes news” de la derecha chilensis y del amarillismo emergente.
Hoy sabemos, tal como lo enuncia Jürgen Habermas en sus trabajos acerca de la formación de la opinión pública, que el “Espacio Público” o lugar donde se delibera racionalmente intercambiando argumentos pertinentes, está ocupado por los medios hegemónicos. Estos, con su cuerpo de periodistas de élite (no es el conjunto de periodistas o la profesión periodística en sí sino un puñado de ellos, “vedetarizados” y muy bien pagados por las cadenas de TV) impone los debates y escoge a dedo los temas y las preguntas, también entre “expertos” (*).
Así se instala una ideología anti ciudadana que en el fondo desprecia el debate profundo, racional, informado, al que todo ciudadana y ciudadano puede y debería participar. Es precisamente lo que vimos en el debate acerca del proyecto constitucional rechazado por el 62% y aprobado por el 38% de chilenos y chilenas. Otra paradoja entonces: en la propuesta constitucional no se abordaba ni siquiera el problema de la propiedad de los medios y del derecho ciudadano de estar bien informado. Menos se hablaba de la necesidad de una Ley de Medios. De que estos, en ciertos períodos limitados, deberían ser requisados por la democracia para garantizar debates libres.
Por supuesto, los medios son el Talón de Aquiles de las fuerzas políticas oligárquicas y empresariales. En el proyecto de Constitución rechazado había un vacío respecto a una cuestión fundamental en las democracias contemporáneas que se explica por el temor de los convencionales de ser tildados de “maximalistas” por el bloque de opinión de derecha, inflado por los medios hegemónicos. Y osar rozar siquiera la manoseada “libertad de expresión”, que no es otra cosa que el poder del dinero empresarial de realizar campañas dirigidas y manipuladoras en toda impunidad en momentos clave de la vida política nacional.
Y si fuera por cuestiones de forma, los mismos que ensalzaban el “sentido común” del pueblo del Rechazo tendrían que confiar en el sentido común de este mismo pueblo para que eligiera nuevamente a los ciudadanos a una Asamblea Constituyente libre y soberana y sin someterla a los bordes de un comité de “expertos”. Pero no es así, pues quieren que los expertos sean los perros guardianes del régimen social y político oligárquico que obligó salir a la calle a millones de ciudadanos y ciudadanas en las jornadas de octubre del 2019 y que echaron por tierra el mito de los treinta maravillosos años del consenso neoliberal concertacionista-RN-UDI.
Hoy, la captura del proceso constituyente es un hecho consumado. La deslegitimada casta política, incluso la que se presentaba por el Apruebo, no quiso ni supo defender el texto constitucional que constituía un avance importante en el plano democrático. La dirigencia gobiernista, apenas tuvo conocimiento de encuestas serias que daban ventaja de 10 puntos al Rechazo, retrocedió y optó por no defender el texto. El Acuerdo cocinado que firmaron las “dos almas” entre ellos, un par de semanas antes, fue un hecho vergonzoso que debe entenderse desde el punto de vista de quienes gozan de privilegios del régimen y quieren conservarlos. La consecuencia ha sido, tal como se ufana la casta en su conjunto, oficialismo y oposición incluida, que el “poder constituyente” ha sido recapturado por el poder legislativo, el mismo que en el plebiscito de entrada fue rechazado como redactor de las normas.
A la fracción del Gobierno de Boric representada por el FA y el PC no le queda otra que GOBERNAR. Es decir, resolver las urgencias populares en todos los planos y no dejarse intimidar por los llamados a moderar y negociar reformas clave en las que puede siempre intervenir. Crear esperanzas en un clima abrumador de agobio de la política institucional. Aún con un Congreso donde no cuenta con los votos necesarios para aprobar las reformas fundamentales, hay márgenes de maniobra. Chile necesita una Ley de Medios, regular la gran propiedad privada, disponer del agua como bien público, recuperar sus mares y bosques, otorgar salud gratuita y universal de calidad, satisfacer los derechos fundamentales, tomar medidas drásticas para detener los estragos de calentamiento global en Chile, pensiones decentes… todo eso está clarísimo. Solo falta la voluntad…
Para esto se debe convencer a los trabajadores que cambiar de régimen de producción es una cuestión vital. Es evidente que el proletariado minero y forestal está literalmente secuestrado por las grandes empresas, y que muchos votaron rechazo porque los patrones les dijeron que se cerrarían sus fuentes de trabajo al aplicar planes de protección del medioambiente a partir del proyecto de Constitución. No hubo ninguna intervención de los defensores del Apruebo con respecto a un tema tan delicado que la derecha explotaría a su gusto.
La experiencia demuestra que son las socialdemocracias sin voluntad para instalar las grandes transformaciones quienes facilitan y pavimentan el retorno de las derechas con ánimo revanchista. Lo vimos con Bachelet II. Fue la frustración generada por su gobierno la que gatilló la vuelta de Piñera y la brutal represión del 2019. Hoy, si Boric y su equipo estilo Nueva Mayoría más los frenteamplistas desorientados y un PC timorato fracasan, es la derecha que volverá triunfante. Ya lo vimos: no hay derecha liberal en Chile. Al final se ubicarán detrás de una candidatura a la Kast, Chahuán, Mathei o Macaya y los Evopoli. Y el programa será muy parecido al de las extremas derechas neofascistas europeas (Rojo Edwards lo dijo).
Hay que trancarle el paso a las derechas empoderadas por el triunfo del Rechazo. Si Gabriel Boric quiere pasar a la historia como un neoconcertacionista que permitió el regreso de las ultraderechas debe seguir escuchando a su círculo íntimo de “expertos” en derrotas socialdemócratas (los Maira, Auth, Lagos, Girardi). Por supuesto que si es dócil tendrá un puesto asegurado de burócrata en la ONU. Pero si quiere contribuir a realizar las transformaciones urgentes con apoyo popular, debe gobernar para el pueblo que le entregó su confianza para derrotar a Kast y a la derecha en su conjunto. Debe crear un sentimiento de que sus medidas contribuyen directamente al bienestar material de la gente, ahora.
NOTA
(*) La “entrevista” de la periodista Matilde Burgos de CNN Chile al presidente de la Sofofa es un ejemplo de lo que precisamente no es una entrevista de periodismo, sino más bien una maniobra comunicacional de relaciones públicas. Vea y escuche cómo, en esta “entrevista”, no hay ningún cuestionamiento argumentado a las posiciones de Von Appen, con vistas a que el televidente no se sitúe en otro plano que no sea la complacencia de la periodista con las posiciones del patrón de los empresarios. Documento para analizar en las escuelas de periodismo: