Jenny se demoró cuatro horas en llegar a Arica a sentarse en una silla frente a nosotros. Su pueblo se llama Cobija y queda en la Quebrada de Camarones, heredera de la cultura Chinchorro, donde los cerros son sagrados y se defienden.
Escuchamos decenas de historias de centralismo que se mezclan con abandono, sequía, injusticia y extractivismo. Nos hablaron del olvido de los olvidados y de la indiferencia hacia los diferentes. Como un epílogo de una historia que nunca pudimos escribir. Hasta ahora.
Tuve varias horas para pensar mirando por la ventana, algo que no hacía hace años; me acordé de los viajes en bus que hacía de Antofagasta a Santiago cada mes de marzo y diciembre cuando estudiaba en la universidad. Eran 20 horas de viaje, de mirar, recorrer las siluetas de los cerros, aprenderse de memoria los letreros y la bienvenida de cemento de Santiago.
Lloré hacia adentro cuando la Sra. Mirta Gallardo, del valle del Limarí, nos contaba desde su alma y nos entregaba personalmente un pulcro documento firmado por ella, que lo más importante es que se reconozca en la Constitución la identidad campesina y comunitaria, mientras recordaba que las mujeres se hicieron dirigentes agrícolas ya que la dictadura asesinó a la mayoría de los dirigentes del Valle.
El bus se detuvo en la aduana en Quillagua, a lado del río Loa. Si hubiesen tenido mejor señal de celular quizás hubiesen visto algún mensaje del llamado a Audiencias Públicas y, tal vez, hubiesen participado y nos hubiesen contado que la contaminación del Río Loa acabó con la agricultura milenaria y que ahora apenas sobreviven en un pueblo que se niega a desaparecer. Porque la memoria no tiene precio.
Mi papá siempre recuerda a un compañero de curso en la Escuela Normal de Copiapó que le decían el “Punitaqui”, al parecer es frecuente para quienes vienen de dicha localidad los llamen así alguna vez. Camila Rojas, con su voz clara y fuerte, enunció las 42 localidades que tiene la comuna de la cual ella es concejala, dándoles voz y dejándolas en los archivos audiovisuales de la Convención Constitucional, porque todos quienes estábamos en aquellas salas distribuidas en Arica, San Carlos, Ovalle y Ancud, sabíamos muy bien que estábamos viviendo un momento único, irrepetible e histórico. La historia la hacen los pueblos, decía el compañero Presidente.
La compañera Presidenta Elisa Loncón nos dijo que la descentralización es justicia epistémica. Justicia de saberes. Los campesinos saben tanto de estrellas y ciclos de la vida, como nosotros podemos saber de fútbol. Camila vuelve a insistir que en la Quebrada Los Mantos hay tranques de relaves cianurados y que nadie se hace cargo.
La Asamblea de Mujeres de Salamanca, después de largas horas de viaje a Ovalle, parten diciendo que son hijas de la Reforma Agraria. Que la violencia, el machismo y el abuso está normalizado en las comunidades rurales, que la pobreza rural tiene cara de mujer, que las mujeres no tienen donde parir. Las mujeres del Valle de Chalinga y Valle de Choapa reclaman autonomía territorial y plenos derechos políticos. La violencia y abandono estructural e interseccional del Estado hacia las mujeres, niñas, niños, jóvenes, todos. ¿Acaso alguien nunca ha sentido injusticia viviendo en este imaginario territorio llamado Chile?
La presencia nítida de Consuelo Infante logró conmover los cimientos del discurso. Habló de descentralización y deshegemonización, que el estallido social fue urbano y no necesariamente rural y propuso ideas claras sobre cómo entender la lógica campesina. Hija de la tierra y de los ríos, conocedora de estrellas y cicatrices.
Calama, la ciudad fea, la ciudad contaminada, el sueldo de Chile, Calama plus, minería verde. “Tierra de sol y cobre, pero seguimos pobres”, dijo una emocionada Jaqueline Echeverría que junto a su organización Movimiento Ciudadano de Calama lleva décadas buscando la dignidad para su ciudad, su gente, su entorno. Lo mismo para las defensoras del Río Loa y de la madre tierra. Jaqueline nos mostró un video que no dejó indiferente a nadie. ¿Cómo no conmoverse cuando se clama por un centro oncológico en una de las ciudades más contaminadas de Chile? El Metro de Santiago fue construido con dineros del cobre de Chuquicamata, la Casa Central de la Universidad de Chile con dineros del salitre. La Ley de Pesca fue fraguada con dineros de la explotación de la biodiversidad de la corriente de Humboldt. Y así, se va la tierra y el agua y queda el olvido. La tierra del olvido.
No estamos solas. Cada voz que escuchamos, cada frase que repetía como un mantra “Descentralización” nos hizo comprender la fragmentación de Chile. Un país pegado con scotch donde sus habitantes resisten el olvido y la indiferencia, que, a pesar de todo, se conectan, viajan y con la dignidad mayor de los ríos, de los pueblos y de los mares nos dicen que hay esperanza.
*Artículo publicado originalmente en Ladera Sur: https://laderasur.com/