Levantados e instalados para resaltar a la vista de quién transita cerca de ellos, los monumentos se han vuelto una estampa de la mayoría de las urbes en el mundo. Presentes en muchas formas o tamaños, estos se manifiestan tanto como espacios u objetos denominados así con el tiempo o construidos desde un principio con la intención de homenajear.
Así lo señala Pía Montealegre, académica del Instituto de Historia y Patrimonio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de Chile.
«En el caso cuando algo es designado como monumento, es lo que nosotros llamamos monumentos históricos, es decir, un lugar cuyo valor amerita ser catalogado como un monumento. En el caso del monumento erigido es fácil de conceptualizar, siendo cualquier escultura que se levanta en honor a algo o alguien que se quiere conmemorar», explica Montealegre.
Precisamente, estos elementos, los monumentos erigidos, se han vuelto materia de controversia, pues existen muchos casos en distintos lugares del mundo donde estatuas han sido retiradas o destruidas como parte de un revisionismo de la historia.
Para Luis Montes, escultor, académico y vicedecano de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, este fenómeno responde a la lógica de poder bajo la que se construye este tipo de monumentos.
«El monumento debe ser entendido primero como un ejercicio del poder. Es un ejercicio del poder en el espacio público y, normalmente, lo que hace es reivindicar una historia oficial que, estando escrita, se reafirma mediante el signo artístico para perpetuarla. Vale decir, siempre el monumento tiene que ser entendido como mensaje que vincula un presente con un pasado, como una manera de leer el pasado y que lo proyecta al futuro», señala Montes.
Esta concepción también se entiende como un esfuerzo por prolongar permanentemente un relato histórico, algo que para Rodrigo Caimanque, académico del Departamento de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU), resulta insostenible en el tiempo. Esto, en el marco del constante cambio de las sociedades a través de los procesos sociales.
«El cómo nos relacionamos con estos monumentos y con estos espacios va cambiando. Eventualmente, podría haber nuevas resignificaciones de lo que entendemos por monumento y a lo mejor algunos existentes ya no serían tal. Son discusiones bien complejas», afirma.
Es bajo el marco de esta resignificación que la profesora Montealegre reconoce, a nivel global, más compleja la realización de monumentos ante una sociedad que progresivamente busca eliminarlos.
«En Europa, muchas manifestaciones sociales han terminado con el derribo de monumentos que se consideran coloniales, símbolos del patriarcado, símbolos de la cultura racista, etc. Hoy día se tumban más estatuas que las que se levantan. Y nuestros cánones culturales hacen más difícil levantar una estatua de algún personaje, porque quizás tenemos una mentalidad que es menos heroica respecto a la que existía en la tradición decimonónica de la estatuaria», plantea la académica del Instituto de Historia y Patrimonio.
El memorial como espacio de homenaje
Contrario al monumento, el memorial se plantea como una reivindicación de una historia que antes no pudo ser escrita. Así lo señala Luis Montes, quien se ha encargado de la realización de dos memoriales y actualmente se encuentra trabajando en un proyecto de memorial.
Es así como, desde la perspectiva del escultor, el memorial pone en práctica ciertas gramáticas que se diferencian de la noción monumental tradicional para así poder establecer vínculos con aquellos hechos que sucedieron tan dramáticamente en la historia.
«Es, finalmente, marcar aquellos lugares que permitan hacer un reconocimiento de aquello que de forma tan tremenda ha acontecido», apunta.
Es en este sentido que también surgen los sitios de memoria, un tipo más específico de monumento que se entiende que ha sido construido o designado para recordar algo que no necesariamente es un proceso cerrado, como la historia, y su objetivo es conmemorar un evento específicamente traumático.
«Generalmente, los memoriales se usan para conmemorar eventos traumáticos, eventos sociales traumáticos», explica Pía Montealegre.
Coincide con esta visión el profesor Caimanque, quien señala que la historia que llevan detrás estos sitios, claramente los convierten en espacios o lugares que tienen una característica especial y que deben ser resguardados.
«Tiene que existir un reconocimiento estatal, como en muchos de los centros que antes fueron de tortura y violación a los derechos humanos, por ejemplo, y exterminio, pero que se han ido resignificando y que, de alguna manera, el Estado los reconoce, no necesariamente todos como monumentos, pero sí reconocen ese carácter histórico y de memoria», comenta.
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Foto Portada: Agencia UNO / Manifestantes derriban estatua de Pedro de Valdivia en Concepción en noviembre de 2019.
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