Por Rodrigo Karmy
“La policía no es nada apolítico. La política mundial es una política muy intensiva, resultante de una voluntad de pan-intervencionismo, es sólo un tipo particular de política, y, por cierto, que no la más atractiva, a saber: la política de la guerra civil mundial.”
Carl Schmitt
La policía deja a la luz del día el fracaso de lo que comúnmente se llamó “transición”. Si esta última se habría planteado por objetivo la restitución del poder civil del poder de las FFAA y de Orden, entonces ese objetivo no se cumplió. Si bien, las reformas a la Constitución de 1980 propuestas el año 2005 posibilitaron la remoción por parte del poder civil de los Comandantes en Jefe de las FFAA y de Orden, ello fue completamente insuficiente porque no impidió la intervención y control profundo por parte del poder civil de dichas instituciones. De haber posibilitado dicha intervención se habría podido desactivar el histórico ejercicio fáctico que convierte a las FFAA y de Orden en grandes partidos políticos capaces de asediar o intervenir directamente al poder civil.
Pretender que la “legítima defensa” sea potestad de la policía es pretender que sean los ciudadanos los que cuiden de ellos y no al revés, como comúnmente cualquier teoría contractualista propondría. Los policías protegidos por los ciudadanos significa convertir a los ciudadanos en suprapacos que velan por la protección de quienes les protegen. Ello puede servir para definir que puede ser la guerra civil en la que la diferencia entre los que “legítimamente” pueden usar armamento, se indistingue de los que no tienen dicha “legitimidad”.
La guerra civil es su único resultado, el atropello a los derechos civiles su constatación, precisamente porque no hay civiles y fuerzas de Orden, sino una completa difuminación entre ambos. Así, los policías se victimizan por estar “desprotegidos” y le exigen al poder civil intervenir con leyes para “protegerlos”. El poder civil, cuya sede fáctica reside en el parlamento, sabe que su Nueva Constitución tiene un débil grado de legitimidad y, por tanto, deberá contar con la fuerza pública si pretende hacerla respetar.
Así, el poder civil –en particular los parlamentarios del partido portaliano (conservadores y liberales –derecha y ex Concertación)- se nutre de las fuerzas de Orden, pues saben que el nuevo pacto oligárquico que están intentando imponer es frágil y requerirá de su constante presencia, como, a su vez, éstas se nutren del poder civil para ganar posiciones e inmunizarse cada vez más frente al uso de armas.
Así, se configura el carácter circular de una máquina “securitaria” que opera suturando violencia y derecho, armas y discursos, policía y políticos, en una misma articulación mitológica: el origen del mal reside en la “delincuencia” y sus hordas amenazan la consistencia del país completo. Un viejo discurso ya presente en las nihilistas cartas de Diego Portales (el “policía” precisamente) que monta la máquina securitaria sin contrapesos para moldear enteramente los contornos de la nueva democracia “neofascista”.
Sin embargo, el problema de la policía, así como el problema de las FFAA en general, no es que se hallen “desprotegidos” y sean las pobres “víctimas” de la sociedad, sino que están desbocadas porque el poder civil no les ha impuesto límites ni control. Nunca reformó a las FFAA y de Orden de manera estructural, incluso, cuando mes tras mes se han repetido uno y otro caso de corrupción con grandes montos asociados (gracias al diligente trabajo de la ministra Rutherford), apenas ha habido remoción de los comandantes en jefe.
Nuestras FFAA y de Orden son verdaderas asociaciones ilícitas, pero “legalizadas”, que han terminado inmunizadas por el débil poder civil que, cada vez que avizora dichos problemas, simplemente les atomiza, adjudicando la responsabilidad individual y nunca institucional. Tanto en materia de Derechos Humanos como en materias de corrupción, siempre la responsabilidad está individualizada y nunca institucionalizada.
La complicidad del poder civil en dicho abordaje ha sido fundamental: si la transición justificó su existencia en razón de que el poder civil restituyera el lugar jurídico y político que supuestamente le correspondía a las FFAA y de Orden para garantizar su “no deliberación”, fue precisamente porque éstas permitirían el desarrollo de la transición a cambio de su impunidad institucional. La transición fracasó. El poder civil se ha mostrado incapaz de intervenir a las FFAA y de Orden porque, en rigor, lo necesita fuerte dada su baja legitimidad y su paupérrima astucia.
En rigor, el golpe civil y parlamentario se ha instalado y la policía se sube al carro de la victoria porque, nuevamente, ha logrado impunidad: a cambio de impedir que el proceso de redacción constitucional que lleva a cabo el poder civil fracase ve intensificada su fuerza y sus dispositivos de impunidad gracias al propio poder civil que le ofrece singulares “leyes” para “defenderse” y quedar así en la más irrestricta impunidad. Haber aceptado la agenda de la derecha desde el Gobierno tuvo como efecto toda esta avalancha neofascista.
Una avalancha que ha terminado por derechizar al propio gobierno para urdir el pacto “securitario” con los pacos: protección de los pacos al deslegitimado poder civil a cambio de potenciar su impunidad en todo nivel. El pacto oligárquico se construye de a poco, pero velozmente. Pero no puede hacerlo sin la violencia institucionalizada, sin el funcionamiento impune de estas asociaciones ilícitas que, usualmente, se llaman FFAA y de Orden.
Para ejercer esa violencia cotidiana y permanente que orienta sus esfuerzos en producir una subjetividad docilizada que prefiere perder sus derechos civiles a cambio de ganar el mito de la “seguridad”, los pacos –en sus diversas operaciones- funcionan perfectamente. Porque la “seguridad” ¿qué produce? Mayor inseguridad. Su paradoja consiste en que la mayor fuerza de sus dispositivos se justifica siempre a mayor fuerza de sus enemigos (el delincuente). Por eso, es una máquina de nunca acabar. La “seguridad” es un estado de miedo permanente que se intensifica, que no se detiene, sino que nos conduce de manera veloz a un único punto: la guerra civil.
La “seguridad” es, en realidad, el paraíso de lo que Furio Jesi llamará la “cultura de derechas”: una cultura hecha de autoridad, de tradición, de modo de conducción y de formas de obediencia. Así, lo que llamamos “democracia” en la medida que ésta no deja de “protegerse” a sí misma del mal recurriendo a fórmulas no democráticas que debilitan el derecho, el poder civil y su legitimidad, en realidad, termina plegándose enteramente con una sociedad neofascista. Hoy la democracia liberal muestra su rostro tanático en la forma del neofascismo al dejar expuesto el reverso colonialista que siempre la sostuvo. Y si la policía “legaliza” su impunidad, si el poder civil no tiene capacidad de controlar e intervenir al poder policial, el único resultado posible ya lo adelantaba Schmitt: la guerra civil mundial.
Por Rodrigo Karmy
Columna publicada originalmente el 9 de abril de 2023 en El Porteño.