Por Jorge Molina Araneda
Este artículo está dedicado a mis compañeras y compañeros de la UCSH, generación 2009.
La desigualdad en la educación es el acceso inequitativo a recursos como libros, equipamiento, clases de excelencia, docentes calificados, talleres variados, buenas instalaciones escolares y financiamiento. Se basa en un gran número de factores: la economía, la perspectiva de género, políticas del gobierno, localización, cultura, origen étnico y creencias, entre otras.
El resultado de la desigualdad es que las personas afectadas se mantendrán marginadas de buenas oportunidades, por no haber podido acceder a un proceso de aprendizaje exitoso.
Diversos estudios concluyen que la desigualdad educativa está directamente relacionada con la clase socioeconómica y el nivel de acceso a oportunidades (ante condiciones socioeconómicas deprimidas, menores oportunidades y viceversa). Así, la educación perpetúa las desigualdades que surgen con la clase social, el género y el origen étnico.
La educación es un derecho, pero no todas las personas tienen el mismo acceso a la misma calidad.
Existe una distancia inabordable entre las oportunidades educativas que se brinda en instituciones privadas y la realidad de las escuelas públicas. El acceso a educación de calidad y el entorno crean diferencias desde el primer día de clases, que pueden persistir toda la vida de una persona, “marcando” socialmente a cada niña o niño, afectando los conocimientos, relaciones sociales, el lenguaje, el desarrollo de habilidades y oportunidades, que se traducirán en empleabilidad, éxito profesional y movilidad social.
Las grandes brechas y desigualdades sociales son una parte integral de la cultura actual, pero no son imposibles de reducir y desarticular.
Según datos de 2017, Chile tiene uno de los índices más altos en desigualdad educativa entre los países de la OCDE, expresado en el índice Gini con un 0,503. Dicho de otro modo, los ingresos del 10% más rico del país son 26 veces más altos que los ingresos del 10% más pobre.
A nivel universitario, una carrera en Chile puede costar entre 20 a 50 millones de pesos en total, empujando a muchos estudiantes que no tienen recursos económicos suficientes o que no obtuvieron becas, o no cumplen con los requisitos para acceder a la gratuidad, a tomar préstamos o créditos de consumo con altas tasas de interés, llevando a muchos de ellos a endeudarse por largos años.
De acuerdo con las investigaciones recientes sobre la educación mundial, Chile tiene uno de los porcentajes más bajos de educación universitaria y tasas de graduación en los países de la OCDE. Esto puede ser en parte por las pobres condiciones de educabilidad y los altos costos de acceder y obtener una educación universitaria.
Según la información entregada este martes 16 de enero por la Escuela de Gobierno de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) en el estudio Radiografía de la Lectura en segundo básico: Resultados de Evaluación Muestral de la Región Metropolitana Primer Semestre 2023, con una muestra representativa de 1.153 estudiantes de la Región Metropolitana, realizado en conjunto con la Universidad de Chile y la Universidad de los Andes:
“Al finalizar el primer semestre de segundo básico, 3 de cada 5 niños y niñas de 2° básico en la Región Metropolitana están bajo el nivel de comprensión lectora esperado a fines de 1° básico.
Los resultados indican que el 60% de los estudiantes de la Región Metropolitana muestra un nivel de comprensión lectora inferior al esperado. Esta medición se realizó a través de DIALECT, una evaluación digital adaptativa que permite enfocarse en los distintos subprocesos lectores según el nivel de comprensión lectora de cada estudiante.
Los resultados muestran que el rezago lector parece explicarse, en parte, por una debilidad en los subprocesos de reconocimiento de palabras frecuentes y manejo de vocabulario, donde el 62% y 40% de las y los estudiantes respectivamente presentan un desempeño inferior al esperado a fines de 1° básico.
En términos más específicos, y según los grupos socioeconómicos asignados por la Agencia de la Calidad de la Educación, el nivel socioeconómico parece ser un determinante importante del desempeño lector de las y los estudiantes. Si bien el rezago lector está presente en todos los niveles, los resultados evidencian una amplia brecha educativa.
El 29% de las y los estudiantes del nivel socioeconómico más alto no logra el desempeño esperado a finales de 1° básico. En contraste, el 73% de los estudiantes en el grupo socioeconómico más bajo está bajo el nivel esperado. Para los autores, esto llama a priorizar con urgencia a los establecimientos de bajo desempeño que educan a los niños y niñas más vulnerables.
También se observan diferencias en relación con el tipo de administración del establecimiento educativo. Por ejemplo, en los establecimientos públicos (SLEPS y municipales) un 72% de los estudiantes tiene desempeño menor a primero básico, y en los colegios particulares subvencionados esta cifra alcanza el 64%.
En contraste, los particulares pagados evidencian una mayor ventaja, ya que en ellos el 29% de los estudiantes presenta rezago. Sin embargo, como aclaran los autores del estudio, dichas diferencias no necesariamente se explican por las diferencias de los sostenedores, sino que atienden también a estudiantes con diferentes atributos socioeconómicos.
Cabe notar que, tanto en los colegios particulares subvencionados como en los particulares pagados, las mujeres muestran un desempeño superior a los hombres, de un 7% y 9% respectivamente”.
Según un estudio del PNUD (2017), los hijos e hijas de la élite chilena son educados en apenas 14 colegios, todos ubicados en la Región Metropolitana, representando el 0,1% del total de los establecimientos.
La evidencia indica que -entre los años 1990 y 2016- 75% de los Ministros de Estado, 60% de los senadores y 40% de los diputados del país, salió de uno de los 14 colegios.
Zimmerman (2019), por su parte, muestra que 50% de los cargos más altos en las empresas chilenas lo ocupan exalumnos de un subsegmento que proviene de solamente nueve colegios de élite (los que están incluidos en los 14 colegios identificados en el estudio del PNUD).
Ello se explica por el carácter endogámico y las dinámicas culturales que históricamente han poseído las élites chilenas, que han configurado circuitos sociales cuyo acceso se encuentra restringido por ellas mismas. En palabras de Rothkopf: “Chile is not a country but a country club” (Chile no es un país, es un club social), cuyo acceso se encuentra posibilitado, en buena parte, al pasar por alguno de estos colegios denominados de élite.
Uno de los principales mecanismos de cierre social se encuentra en el ensamblaje entre las barreras de entrada que fijan los colegios de élite en su ingreso y las preferencias de las familias de élite por dónde educar a sus hijos. El cobro de altos aranceles a las familias es uno de los primeros mecanismos de selección y cierre social (Stevens, 2009).
Sumado a ello, los estudios que abordan estas instituciones en Francia, los Estados Unidos y el Reino Unido muestran que otro carácter de distinción de estos colegios son los cierres físicos, pues usualmente están ubicados en lugares alejados, con escaso acceso a transporte público.
A su vez, el tamaño de los colegios y el reducido número de matrículas que ofrecen, junto con otros mecanismos de reclutamiento como, por ejemplo, dar prioridad de cupos a los hermanos de los estudiantes o a los hijos de exestudiantes, son costumbres adquiridas hace muchos decenios.
Las familias, por su parte, cuentan con una serie de estrategias que refuerzan estos mecanismos de segregación por medio de la elección escolar. Van Zanten (2015) señala que las estrategias educativas de las familias de élite son seleccionar colegios guiados por su estatus de excelencia y por ser miembros de una comunidad de exclusividad, entre parecidos.
Los modos de elegir colegio, plantea, no son totalmente diferentes de los que desarrollan las familias de las clases medias, aunque la diferencia opera más bien en las amplias habilidades y ventajas que implementan las familias de élite. Estas capacidades serían económicas (pagar el acceso), de redes sociales, para poder incorporarse a la comunidad educativa, y geográficas, para poder ubicarse en sectores privilegiados.
Sumado a ello, estos colegios tradicionalmente han enseñado los códigos culturales de los países occidentales desarrollados y son habitualmente bi o trilingües (especialmente aquellos en países de habla no-inglesa).
Gran parte de la literatura tiende a converger en que estos colegios poseen currículums amplios, que abarcan diferentes conocimientos y, a su vez, diversas áreas del desarrollo humano (deportivas, artísticas, idiomas, etc.), orientados al desarrollo de capacidades analíticas, de conceptualización y de trabajo destinado a la dirigencia.
Se observa así la existencia de un imaginario normativo del hombre renacentista, es decir, que ha de ser capaz de desenvolverse en múltiples espacios de la sociedad (conocimiento, las artes, los deportes), pero también con la preparación para manejarse con naturalidad en espacios de privilegio y de gestión del poder.
Otro de los elementos constitutivos de los proyectos educativos de las élites se refiere a contar con servicios de beneficencia. Estas actividades de solidaridad y ayuda con los menos favorecidos son un elemento central en la superioridad moral de las élites, como grupos que solucionan problemas, ya sean locales o globales.
Hoy en día, estas prácticas no solo son vistas como un elemento de liderazgo y de responsabilidad de este sector, sino que también implican que los colegios de élite determinan qué problemas son dignos de ser abordados.
Quiebre con lo público
El quiebre de la élite con la educación pública en Chile se comienza a producir con los procesos de masificación del sistema escolar, particularmente durante el gobierno de Frei Montalva a mediados de la década de 1960. La extensión y popularización de la educación escolar gatilló, por una parte, la migración de la élite liberal desde los liceos emblemáticos hacia colegios privados con proyectos liberales (laico o católicos progresistas).
Por otra parte, se produce una ruptura entre las élites conservadoras de aquel entonces con congregaciones católicas históricas del país (Jesuitas y Sagrados Corazones) que apoyaron la reforma agraria y que se ligaron a movimientos más progresistas al interior de la iglesia católica.
En este caso, las familias católicas conservadoras tendieron a preferir colegios ligados a nuevas congregaciones que llegaron durante la dictadura, como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo, generándose una diferenciación al interior del segmento particular pagado.
Actualmente, los colegios de élite en Chile son privados y mantienen varias prácticas de exclusividad y segregación. La ubicación de estos establecimientos en las comunas más adineradas del país marca un precedente importante de segregación geográfica, fenómeno que complementa la explicación del abandono de las élites de los liceos públicos. Además del alto costo de la matrícula, hay una serie de otros costos (cuotas de incorporación, viajes, materiales), lo que alcanza sumas cercanas a los US$20 mil al año por estudiante.
En concordancia con lo observado en la literatura internacional, la mayor parte de los colegios de élite cuenta con sofisticados mecanismos de selección, ya sean académicos (exámenes de admisión) o sociales, suponiendo desafíos incluso para las familias de élite.
A pesar de su alto costo, resulta interesante que, comparativamente, estos establecimientos no logren puntajes destacados en comparación con el resto de los países de la OCDE. Por consiguiente, el costo no está asociado necesariamente a una mejor calidad educativa, sino más bien a elementos de distinción y cierre social.
Los criterios de elección responden a la identificación con ciertas fracciones de la élite (por ejemplo, conservadores/ liberales, laicos/religiosos, asociados a un idioma y país, etc.), a las cuales las familias se sienten pertenecientes o a las que aspiran a pertenecer (Bellei, 2019). Estas son las micro distinciones dentro de la propia élite, es decir, el cierre social lateral, intraclase y no interclase.
En línea con la investigación internacional, la evidencia chilena respecto del rol de las familias no se acota solo a la elección de escuelas, sino también al proceso de acompañamiento, el que, tal como lo muestra Gubbins (2014), consiste en diversas estrategias educativas pedagógicas (profesores particulares) y extracurriculares (deportivas, recreativas, etc.).
Otro de los aspectos indagados incipientemente se refiere a las dinámicas de socialización internas de estos colegios, ya que en centros solo de hombres se tiende a formar y reproducir masculinidades dominantes, que se caracterizan por una relación jerárquica y de subordinación por parte del sexo femenino y de otras masculinidades no consideradas como legítimas, lo que a su vez se cruza con el factor de clase social. La visión de familia hetero-normada se trasmite como el proyecto de vida deseado.
De acuerdo a Ernesto Treviño (PAES: interpretaciones erradas y conclusiones sesgadas; La Tercera):
“Al analizar los puntajes individuales de los estudiantes en la PAES y la PSU desde 2018 hasta el 2024 es claro que la situación comparada entre dependencias no ha cambiado, incluso a pesar de la pandemia. Al analizar el porcentaje de estudiantes que se ubica en el 20% más elevado a nivel nacional por dependencia, se observa que 60% en los colegios pagados alcanza este nivel, 16% de aquellos en educación particular subvencionada y 10% de la educación pública.
Cuando se focaliza en los estudiantes en el 5% más alto de los puntajes, 21% de estudiantes de colegios pagados, 2% de subvencionados y 1% de los públicos están en ese rango de puntuaciones. Es incorrecto atribuir las brechas de logro promedio entre escuelas de diferentes dependencias administrativas de las escuelas a diferencias en la calidad de la enseñanza. Las diferencias de logro promedio por establecimiento se deben, principalmente, a la doble selección que hacen los colegios pagados, que es económica y académica.
Cuando los estudiantes de estos colegios son evaluados por PISA logran resultados similares al promedio de los estudiantes de la OCDE, que en su mayoría asisten a escuelas públicas. Menos del 5% de los estudiantes de Chile son capaces de alcanzar los niveles máximos de aprendizaje en la prueba PISA”.
Los más elevados niveles de educación se encuentran allí donde viven los ricos: en Vitacura, Las Condes y Providencia. Ello es expresión de la segregación social y territorial, que pone en evidencia la división clasista de las escuelas. Por ello, con razón ha dicho la OCDE que Chile es el país con mayor segregación social en sus escuelas.
El sistema escolar inequitativo alcanza su culminación con los instrumentos de selección universitaria que han existido hasta la fecha, que amplificaron las desigualdades.
En palabras simples, la educación es clasista. Los niños y jóvenes de diferentes niveles socioeconómicos no se encuentran, no conviven, no se conocen, al estar radicalmente separados territorialmente y según niveles de ingreso de sus familias.
Así las cosas, las mejores escuelas están reservadas para los hijos de las familias ricas, y gracias a ello obtienen los más altos puntajes en las pruebas estandarizadas, lo que les permite acceder a las mejores universidades. En cambio, los malos colegios solo permiten a los jóvenes pobres y de clase media, ingresar a universidades de baja calidad o estudiar profesiones sin demanda en el mercado.
Así es como ha crecido un ejército de profesionales que no trabajan en la carrera que estudiaron y que, en el mejor de los casos, sirven como empleados de los jóvenes de su misma generación y que se convierten en ejecutivos de las empresas de sus padres. De acuerdo a Ricardo Haussman:
“Los empresarios chilenos vienen de los mismos 3 o 4 colegios, de dos universidades, de los mismos apellidos y tienen dificultades para relacionarse con los que no pertenecen a su mundo. Chile es un país que no da oportunidad de movilidad a su propia gente”.
El sistema educacional chileno, en vez de enseñar a todos por igual, servir para integrar a los niños de distintos orígenes sociales, promover la convivencia en comunidad, estimular la promoción social, favorecer un mismo lenguaje y valores, se ha convertido en instrumento de exclusión y ampliación de las desigualdades.
Además, la educación es uno de los ítem de gasto más importantes de las familias chilenas. Según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en la IX Encuesta de Presupuestos Familiares (EPF), los hogares de las capitales del país gastan en promedio $1.451.782, donde los “servicios de educación” comprenden un 4% del monto.
Crème de la crème
Uno de los colegios con mayores valores es el The Grange School, donde solamente la cuota de incorporación es de UF 200 (cerca de $7.370.000), mientras que la colegiatura anual para Prekinder a 4° medio es de UF 261 (unos $9.600.000).
The International School Nido de Águilas, otro de los establecimientos emblemáticos de la élite, tendría un estimado de UF 500 anuales ($18.400.000 aproximadamente).
Según los resultados de la última PAES, Cambridge College, ubicado en Providencia, fue el establecimiento con el promedio más alto (879,3 puntos). La mensualidad en este caso asciende a los $453 mil para educación media y $423 mil para educación parvularia y educación básica.
El Saint George College de Vitacura posee un valor mensual base de UF 17,54 (alrededor de $640 mil), y para el Colegio del Verbo Divino (Las Condes), la cifra para el 2024 está fijada en $664.454 mensual.
Un caso especial es del colegio San Ignacio El Bosque, el cual posee un sistema de colegiatura diferenciada, donde el valor mensual varía en base al ingreso familiar y la cantidad de hijos.
A modo de ejemplo, para un hogar con 2 cargas y un ingreso total entre $640 mil y $960 mil, el valor de colegiatura por hijo quedaría en $268.110. En el otro extremo, si la misma familia percibe entre $1.921.252 y $2.241.460, el valor de la mensualidad sube a $417.060, pudiendo llegar a los $943 mil máximo para familias con un solo menor.
Fuera de la Región Metropolitana podemos encontrar, por ejemplo, el colegio Sagrados Corazones de Concepción, donde la anualidad para el período 2022 fue de $3.446.400, mientras que en el Colegio Concepción de Pedro de Valdivia el valor mensual se ubica en $405.500 para Kínder a 4° medio.
Dentro de la ciudad penquista también se encuentra el Lycée Charles de Gaulle, el cual fue noticia por el recurso presentado por un apoderado donde se frenó el alza de la colegiatura en UF, lo que motivó a diversos padres a protestar fuera del colegio. Hasta el momento, la mensualidad es de $480 mil.
Más hacia el sur encontramos The British School de Punta Arenas, establecimiento donde se educó el presidente Gabriel Boric Font, cuya mensualidad estaría en $400 mil aproximadamente.
Y en el norte, específicamente en la ciudad de Antofagasta, podemos nombrar al Colegio Universitario Antonio Rendic, donde la anualidad para los cursos entre 1° básico y 4° medio para 2024 es de $5.220.000.
Finalmente, de acuerdo al académico Sergio Urzúa: “Hoy un jefe de familia de clase media que ve los resultados de la PAES y no puede pagar un colegio particular va a terminar por endeudarse […] La educación universitaria se hará más homogénea y después vamos a ver lo mismo en el mercado laboral. Esto elitiza las oportunidades”.
Por Jorge Molina Araneda (@JorgeMolina375)
Foto de portada: Graffiti del movimiento estudiantil de Quintero, Región de Valparaíso
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