Por Vanessa González Peña, Movimiento por el Agua y los Territorios, Comité socioambiental de la Coordinadora Nacional de Inmigrantes y Secretaría de Mujeres Inmigrantes.
Soy el agua que corre/ dormido va el mar en mí y despierta la montaña (Elicura Chihuailaf).
Acercándose el día mundial del agua, y también la gran marcha del 22 de marzo por la liberación y desprivatización de las aguas en todo el territorio nacional, iniciamos unas reflexiones migrantes sobre la relación que ha tenido la especie humana con el agua y los numerosos desplazamientos que han ocurrido a propósito de su búsqueda.
Ancestral e históricamente el ser humano se organizaba en función a las aguas, quienes eran las que permitían la conformación y subsistencia de comunidades enteras donde convivían tanto especies humanas como no humanas; las aguas, sus cuencas, sus cuerpos eran sinónimo y garantía de la abundancia, del alimento, de la expresión y continuidad de la vida. La relación humana con el agua era directa, e incluso recíproca, teniendo concordancia los ciclos humanos con los ciclos de la naturaleza.
Hoy día, el ser humano se organiza en función al dinero, al valor económico, a la mercantilización de la vida, lo que ha sido garantía de devastación, de despojo e incluso muerte. Esta situación ha sido producto de una serie de imposiciones a lo largo de la historia, desembocando en la incorporación de ideales de modernidad y de desarrollo (crecimiento económico).
Desde estas concepciones, se empujó a la humanidad a moverse a las ciudades, desde las lógicas de lo urbano que pre-definían la forma en que teníamos que vivir, configurando la relación que debíamos tener con la naturaleza, una relación indirecta en su lejanía y de desconexión permanente. Esto último fue necesario para que, desde quienes tenían grandes intereses de apropiarse de ella y fragmentarla para su beneficio económico, tuviesen el camino despejado.
Hoy día más del 60% de los habitantes del mundo viven en las ciudades, en donde gran parte de ellos están en condición de precariedad y sin acceso libre a los bienes comunes básicos fundamentales; a su vez que quienes viven en territorios no urbanos están sometidos a constantes amenazas y riesgos, resultantes de los conflictos y disputas asociadas con los modos de apropiación de la naturaleza y el uso de la tierra y el agua.
Es resaltante evidenciar cómo actualmente hay una distancia enorme en la relación que tenemos con el agua, en donde pasamos de haber vivivo en una relación libre y de cuidado mutuo a su alrededor, a: en primer lugar, depender de un servicio que nos lleva a pagar grandes costos por tener acceso a esta, a través de una empresa que se ha declarado su dueña y que es legitimada por un Estado que siempre ha estado a favor del capital; y en segundo lugar, tener que defender o recuperar las aguas de su contaminación o acaparamiento por su uso en actividades extractivas.
A esto además se le suman las migraciones internas que siempre han existido y que se han comenzado a intensificar por el colapso o la gestión negligente de los servicios, el inacceso al agua en asentamientos rurales y la sequía aparente que muchas veces esconde detrás de sí una situación de acaparamiento de aguas. Es necesario recordar que en el mundo existen millones de personas que se movilizan tanto dentro de sus propios países como fuera de ellos, asumiendo la posición de migrantes y/o refugiados, por conflictos asociados con el agua y los territorios.
El conflicto de las aguas, denominado mundialmente como “escasez de agua” (que en el fondo es una crisis hídrica) es un problema de carácter mundial que genera el detrimento de la vida misma y situaciones de enfermedad y muerte, hambre y pobreza (por no poder producir alimentos), extinción de múltiples especies y conflictos atravesados por el despojo y la violencia; sus consecuencias derivadas motivan a comunidades enteras a buscar sitios seguros para vivir-existir-resistir. Ni los organismos multilaterales ni los Estados aprueban la existencia de categorías como refugiados climáticos y emigrantes ambientales, por no querer asumir las implicaciones que esto acarrea para los países, ni tampoco evidenciar quiénes son los verdaderos culpables.
Las personas desplazadas en contextos de desastres o en el marco de urgencias ambientales/degradación ambiental, son personas desplazadas por la forma profundamente desigual que tiene este sistema: un sistema económico, social y político de dominación, basado en el crecimiento económico, sostenido desde el capitalismo y fundamentado en el extractivismo.
La Palabra surge de la Naturaleza y retorna al inconmensurable Azul, dice el poeta Chihuailaf; nosotros decimos que la existencia (que se hace palabra) surge de la naturaleza y retornará a ella a través de la recuperación y defensa de sus aguas. Creemos firmemente que los pueblos pueden buscar su soberanía, impulsar la gestión de bienes comunitarios y apostar por su autodeterminación. En esto, el reconocimiento de la diversidad de estos pueblos se hace fundamental para aportar en la construcción de horizontes colectivos desde la plurinacionalidad, de cara al proceso de transformación que se está generando en Chile.
Por la liberación y la desprivatización de las aguas, por los pueblos que buscando el agua están buscando la vida, por la defensa del agua y los territorios, por lo derechos de la naturaleza, por una nueva constitución desde una asamblea popular constituyente, feminista y plurinacional, ¡Marchemos este 22 de marzo!