La partida de la activa defensora de los Derechos Humanos, Cecilia Heyder, ha reavivado el debate en Chile sobre el derecho a decidir sobre nuestra propia vida y la necesidad de una Ley de Eutanasia que permita a los pacientes terminales, con enfermedades intratables o en situación de sufrimiento extremo, tener una muerte digna y libre de dolor.
El caso de Heyder visibilizó nuevamente la situación de aquellas personas que demandan poder tener un final de vida con dignidad y respeto a los Derechos Humanos, y la necesidad de que la sociedad permita el diálogo en torno a este tema.
Chile es uno de los pocos países en el mundo donde la eutanasia está completamente prohibida.
Para avanzar en esta materia, el Gobierno anunció que pondría urgencia al proyecto de ley que establece el derecho a la eutanasia, regula las condiciones para su ejercicio, y modifica en conformidad a ello el Código Penal (boletín n° 11745-11), el cual fue ingresado el 2018, y aprobado por la Cámara.
Hasta hoy, la iniciativa está a la espera de ser puesta en tabla en el Senado.
«Estamos comprometidos con el derecho a los cuidados paliativos y a una muerte digna», dijo al respecto el Presidente Gabriel Boric en su Cuenta Pública del año 2022.
Para el profesor Miguel Kottow, académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, quien lleva décadas trabajando este tema -presentando en el Congreso los debates al respecto-, sentencia que «nos estamos demorando demasiado».
«Insisto en lo que he dicho hace años, que la eutanasia va a tener que llegar sí o sí y que hay que ponerle ciertas condiciones. Es decir, tiene que haber eutanasia, pero tienen que haber ciertas normas previas, además de la regulación técnica, que viene después de la ley. Primero habría que discutir quién podría optar en caso que la eutanasia se aceptase en principio y eso significa para mí cumplir algunas condiciones», planteó el académico.
En esa línea, Kottow dijo que en primer lugar hay que estar «en la situación física, no síquica, de sufrimiento no paleable, o no paleado. O sea, eso de cambiar eutanasia por un tratamiento paliativo obligadamente no sirve. Usted incluso puede negarse a un tratamiento paliativo, que no es ningún chiste».
«Entonces», agrega el especialista, «lo que hacen los países más avanzados es que te dan la opción: si quiere entrar a paliativos o a eutanasia. Si quiere entrar en paliativo, eso no implica que usted no pueda desde ahí tener la eutanasia más adelante. Pero, en todo caso, tiene que haber un sufrimiento intratable».
Además, tiene que haber una declaración repetida e insistente de que se quiere eutanasia y que se autorice directamente, pues es una situación urgente y esa esa urgencia la que tiene que representarse en el reglamento.
«Está planteado que se hicieran unos comités en diversas partes del país, y no. La eutanasia tiene que ser activa, rápida, oportuna, nada de ‘en unos 15 días vamos a ver su caso’. Esa persona está sufriendo», recalca el académico de la U. de Chile.
Por su parte, para Raúl Villarroel, decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la misma Universidad, la discusión sobre la eutanasia nos enfrenta a una situación que nunca habíamos administrado de una manera correcta, sino que habíamos intentado desconocer como sociedad.
«El criterio para poder enfrentar la muerte era el que se había establecido a partir de las convicciones religiosas. Pero como la sociedad se está haciendo cada vez más laica y plural desde el punto de vista de las opciones y de las creencias, aparece entonces la posibilidad de reivindicar el derecho a morir con dignidad, como se le ha llamado, y que consiste, en cierto modo, en darle curso a una iniciativa legal que permita el concepto que el moribundo pueda pronunciarse sobre el término de su vida de una manera libre, voluntaria y soberana. Entendiendo que la muerte digna sería un derecho que las personas tienen», explica el profesor Villarroel.
En el ámbito legal, en tanto, Antonio Bascuñán, académico del Departamento de Ciencias Penales de la Facultad de Derecho de la U. de Chile, dice que la primera prioridad es otorgar prestaciones de salud que eviten la muerte «a quienes quieren sanarse y sobrevivir, lo que razonablemente asumimos es el deseo de todos por regla general».
La segunda, añade, es otorgar cuidados paliativos al enfermo terminal que desea prolongar su vida.
La tercera, en tanto, es permitir al enfermo terminal y al afectado por una incapacidad grave e irrecuperable decidir acerca de su muerte, permitir a terceros aconsejarlo y auxiliarlo, y garantizar el acceso a una intervención letal.
Y la cuarta, finalmente, «despenalizar en general la inducción, el auxilio y la omisión de impedimento del suicidio que es ejecutado por una decisión libre y madura de la persona que quiere morir».
¿Qué hace falta para avanzar?
A nivel internacional, la eutanasia es legal en países como Bélgica, Países Bajos, Colombia, Luxemburgo, Canadá y algunos estados de EE.UU, donde los pacientes tienen derecho a solicitar una muerte asistida bajo ciertas condiciones.
En estas naciones, la eutanasia se ha convertido en una opción para aquellos que padecen enfermedades terminales o incurables, que les impiden tener una calidad de vida aceptable.
Esta semana se sumó a la lista Portugal, que despenalizó este procedimiento médico, ley que entró en vigencia este jueves 18 de mayo.
«El rechazo a la eutanasia es totalmente anticultural, en todos los países y estados donde se está discutiendo, se argumenta a favor. Acaban de aprobar en Portugal. Para allá vamos todos, y esta negativa absoluta o decir que con sistemas paliativos no es necesaria es falso por varios motivos, entre otros, porque no tenemos un sistema paliativo bueno, sumado a un sistema de salud deficiente. Y, además, donde sí los tienen, como en Bélgica, por ejemplo, las personas prefieren la eutanasia», advierte el Dr. Kottow.
El académico de la Facultad de Medicina recuerda, asimismo, que hace más de una década se aprobó la Comisión Nacional de Bioética y esta todavía no existe: «Sería un instrumento en el cual no solo se puede manifestar lo político, sino que también la gente. Pareciera que no quieren que lo tengamos», sostiene el profesor.
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