Estoy confundida. ¿Usted me lo puede aclarar? Me siento bombardeada. La publicidad se expande como los piojos. No solo en televisión. En las paletas, en las pantallas gigantes de las avenidas. Aparecen muchos niños diciendo: “Vive la magia en esta Navidad! ¡Cumple tus sueños ahora! ¡La tecnología es parte de tu vida en esta Pascua! ¡Paz y amor…el mejor descuento para tus regalos! Aprovecha, compra los mejores plasmas para esta Nochebuena! Y en todas las propagandas veo a un viejito pascuero como símbolo de traer muchos, muchos regalos, con muchos niños riendo, admirándolo, como si fuese la felicidad total.
Más me espanta ver imágenes de bebés pidiendo con sus gestos créditos a sus padres para comprarles muchos regalos.
Veo árboles de plástico hasta de 20 metros. Y no solo verdes: plateados, dorados, blancos, repletos de adornos muy lujosos. Como, por ejemplo, un cerco de bastones y de renos forrados en tafetán esplendoroso y refulgente. Cuánto dinero gastado en un solo adorno. Veo a mucha gente comprando y comprando como locos. Todos muy nerviosos, casi corriendo, sin mirar al del lado, con muchos paquetes de regalos muy grandes. Me da la sensación que estamos en guerra y hay que acaparar. Y me hacen creer que Cristo nació en la extrema riqueza.
Me angustio. Me dan náuseas. Se me irrita la piel. Prefiero volver a casa. Voy a buscar el diario y está repleto de revistas que titulan: ”Feliz Navidad: guía de regalos 2014”. Hojeando veo nuevamente a puros niños publicitando un sin fin de juguetes violentos, algunos horribles, pero los niños muy felices: “Transformers”…
Prendo el televisor para distraerme y ver noticias: me encuentro con imágenes de cenas navideñas ostentosas y una voz en off gritando: ¡A nadie le faltará nada en esta Nochebuena… compra en Líder o Jumbo! ¡Pascua feliz para todos! Y le juro que los veo a todos felices.
No comprendo nada. Una amiga pobladora me contaba ayer que no tenía ni para comprar un pollo. Que cómo entonces iba a comprar regalos! Y no es la única. Conozco a mucha gente pobre, de campamentos y también a alcohólicos de la calle que no tienen plata ni para comprar azúcar para el té. Que sus hijos pasan hambre, pero se las arreglan dándoles mucho pan. He visto a mucha gente, en su mayoría hombres, muy sucios con harapos tirados en la calle enajenados. Sin saber quiénes son y dónde están. Soy amiga de muchos de ellos y no están felices. Explíquenme por favor! Nadie me responde… Me angustio más y más. Me da fiebre.
Para tratar de salir de este estado crítico, intento entender algo por mí misma y evadir esta manía humana. Me remonto a mi infancia. Cuando mis padres me contaron que la Navidad era el cumpleaños de Jesús. Que nació en un pesebre, rodeado de animalitos, acompañado de su madre, María y su padre, José. Al enterarse de la Buena Nueva llegó un cortejo de pastores con ovejas en sus brazos, como ofrendas a Jesusito recién nacido. Y que, guiados por la Estrella de Belén, llegaron los tres Reyes Magos, para rendirle homenaje y entregarle regalos de gran riqueza simbólica: incienso, oro y mirra.
Que el viejito pascuero era enviado por Jesús para hacer feliz a los niños con un regalito muy sencillo y una bota de dulces de madrugada. Navidad era para los niños. Jesús los adoraba y los privilegiaba por su inocencia. Y cuando la multitud intentaba echarlos, porque, para ellos, molestaban, Él les decía: “Dejad que los niños vengan a mí”.
Vuelvo al actual escenario y para convencerme de que lo que vivo es una pesadilla, prendo de nuevo el televisor. Escucho a muchos, muchos niños con adultos: ¡Regalar hace bien! ¡En esta Navidad sorprende…es tiempo de sentirse ideal! ¡Tú puedes hacer milagros comprando lo que quieras a quienes amas! ¡Son oportunidades que no te puedes perder!
Hago zapping. Busco y busco a Jesús en el pesebre. Busco a María y José. Busco el establo rodeado de vaquitas, burros, corderos, a los pastores con ovejitas, a los Reyes Magos con sus camellos y ofrendas. Pero nada de aquello se ve a través de las pantallas. Solo la locura de vender más y más y más cosas. De ofrecer créditos y más créditos. De mostrar cómo vas a ser feliz si haces caso a la fiebre por comprar y te olvidas del sentido de esta Nochebuena. Escucho:”Miles de ideas para regalar” y con más estupor aún “La Navidad ES París”.
¡Exijo explicación! ¿Usted me lo puede aclarar?…nadie responde. Me rebelo, me asusto con este bombardeo, como si estuviese en una guerra. Y no me queda más que concluir que a los niños se les utiliza como moneda de cambio, para que manipulen a sus padres y los induzcan a endeudarse para comprarles todo lo que piden, con la creencia de que eso los hará completamente felices. La inocencia perdida.
O sea, me está faltando algo para comprender el todo. ¿Dónde está el Homenaje al nacimiento de Jesús? ¿Dónde está Cristo? Y llego a la fatídica y dolorosa conclusión de que, en Navidad ya no se ve al niño Jesús, no se siente la devoción ni la austeridad en que nació. Todo se compra. Al 90% de los chilenos no les importa endeudarse buscando felicidad. Mientras más ostentoso y lujoso mejor. Mientras más comida, licores finos, mesas pomposas, rimbombantes, más felicidad. Y compruebo con horror e infartada que el niño ya no está en el pesebre. Que nadie se percata de su austero cumpleaños. Y que sus únicos regalos eran simbólicos.
O sea, me respondo sola: al mismo niño Jesús, al mismo Cristo lo están vendiendo en el mall. Y usted lo puede comprar para vivir una feliz Navidad.
María Elena Andonie
Periodista
Universidad Católica de Chile