¿Fue vencido el octubrismo?

Lo que sí sabemos es que si el octubrismo significa algo es la crítica de todas nuestras categorías, todavía demasiado anudadas a una tradición filosófica y política que ha quedado, en parte, fuera de lugar: la intempestividad de la revuelta nunca avisa, y siempre marca.

¿Fue vencido el octubrismo?

Autor: Wari

Al modo de una nota al pie de página a mi columna “Pinochetismo Cyborg” publicado recientemente en la revista Lobo Suelto, quisiera formular esta pregunta a propósito que pareciera ser que el triunfo de Kast en primera vuelta –y el tercer lugar de su “hermano menor” Parisi– habría cristalizado la derrota del octubrismo. Derrota que habría estado prefigurada en la revuelta. La revuelta que abrió los afectos, puso a trabajar la imaginación popular y destituyó –como nunca antes en la historia reciente- el dispositivo subjetivante neoliberal (su Constitución Política de 1980), se dice que parecería experimentar su fin, en virtud del ascenso del pinochetismo cyborg y la transmutación de las pasiones que él presupone.

Pero si se mira con mayor atención, la atmósfera de impunidad persiste, la percepción de abuso institucionalizado se mantiene y la “rabia” como afecto preciso parece profundizarse. La cuestión es si esa “rabia” volverá a encontrar un lugar en el que habitar o estará conminada a devenir “odio”. En cualquier caso, subrayo lo siguiente: la tesis de que estaríamos experimentando el Termidor es demasiado lineal y está apegada al paradigma categorial moderno cuya fuerza gravitatoria pasaba por el término Revolución. Dicho paradigma no ve las sublevaciones “moleculares”, microfísicas, o a veces, protestas que irrumpen aquí o allá o líneas de fuga expresada en gestos singulares que antes no existían.  A su vez, tiene una noción “purista” de la revuelta que vale la pena subrayar y que, curiosamente, comparte tanto izquierdas como derechas, porque ambos, abrazan una imagen de la autenticidad que no puede sino ser una metafísica burguesa. Izquierdas y derechas tienden a “purificar” la revuelta y privarla de lo que precisamente ella pone en juego: el encuentro y su “aleatoriedad” -para recordar al viejo Althusser; su “mezcla” -diría Said– o el “punto de intersección” que abre –diría Jesi. Una revuelta no es esto ni lo otro, desafía precisamente toda fácil identidad que se le quiera poner. Ella deviene mutación infinita de formas que hacen que brille por lo que, en otro lugar, hemos llamado el “cosmopolitismo salvaje”: frente al identitarismo que producen los dispositivos gubernamentales contemporáneos, la revuelta interrumpe dichas formas de subjetivación y abre posibilidades para otras formas.

Pues ¿qué es una revuelta? “Suspensión del tiempo histórico” –sostenía [Furio] Jesi. Irrupción del encuentro que devienen mezclas enteramente heteróclitas. Por eso, una revuelta no es nunca la afirmación de una subjetividad, sino de una desubjetivación. Ello significa, una revuelta se define por abrir posibilidades múltiples de subjetivación sin pertenecer a ninguna en particular. Ni la docilidad del tránsito ni la eternidad de lo estático, la revuelta es como el cine una “imagen-movimiento” (Deleuze) que no deja de mutar. ¿Puede ser capturada y devenida fascismo? Por supuesto. Ella no es garante de nada. Puede abrir, tanto el infierno como el cielo porque es ambas, porque no es nada más que posibilidad o, si se quiere, imaginación. Cualquier intento de “purificarla” puede ser fatal hermenéutica y políticamente. Con la revuelta no se imaginan paraísos. Ella es infierno y paraíso a la vez. Monstruo. Se resiste a cualquier autenticidad y siempre revela que cuando existe algo así, es solo un efecto de una máquina, un montaje, si se quiere.

¿Fue vencido el octubrismo? Entre el Acuerdo del 15 N y la elección de Kast, el octubrismo se apropió de diferentes espacios institucionales, entre ellos, la Convención Constitucional [CC] que, de haber sido un acuerdo para salvar a Piñera y a la episteme transicional, igualmente devino una Convención paritaria, que integró pueblos originarios y, en virtud de su funcionamiento, logró destituir el quórum de 2/3 prefigurado por la Constitución de 1980. La Convención devino así, una institución tomada por el octubrismo si entendemos por tal, no a la revuelta, sino a su imaginación o potencia transformadora. Pero, junto a ello, Kast se erige como posibilidad real para ganar la presidencial chilena. ¿Habrá sido porque el candidato Boric firmó el mentado Acuerdo y, con eso, imposibilitó la liberación de afectos populares? ¿No es la tensión que atraviesa a la CC –entre la imaginación transformadora y el discurso juristocrático del orden- lo que condensa toda nuestra tensión que, al tiempo que resiste, siempre está a punto del fascismo?

¿Fue vencido el octubrismo? No sabemos. No se puede saber del todo. Por un lado, triunfa el candidato pinochetista en primera vuelta, por otro, el parlamento fue ganado por la izquierda. Lo que sí sabemos es que si el octubrismo significa algo es la crítica de todas nuestras categorías, todavía demasiado anudadas a una tradición filosófica y política que ha quedado, en parte, fuera de lugar: la intempestividad de la revuelta nunca avisa, y siempre marca. 

Sobreestimar al neoliberalismo –como he leído en algunas interesantes columnas- o a las fuerzas de orden y subrayar la idea del “termidor” de octubre es parte del fatalismo de cierta intelectualidad que, sin embargo, no atiende demasiado el devenir pulsional y el que la deriva afectiva parece estar todos los días en medio de una profunda transformación, de un conflicto incesante que a veces se repliega, otras, ataca, disminuye su visibilidad u otras irrumpe con potencia. ¿Qué puede operar como mediación entre el desierto de la presidencial y el silencio del octubrismo? Posiblemente el feminismo, tal como fue para octubre de 2019. Quizás, sea éste el momento para catalizar ese ritmo, el único que puede abrir el conjunto de abrazos a lxs amigxs, nuestras organizaciones, resistir con ellas, trabajar críticamente en ellas y en otras, en función de la destitución de las máquinas que siempre están al acecho, para abrir, cada vez, el radical erotismo de los pueblos. Todo sigue abierto, nadie ni nada ha vencido aún, estamos en plena batalla.

Por Rodrigo Karmy Bolton

Publicada originalmente el 25 de noviembre de 2021 en Revista Disenso.

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