Este año se estrenó el documental “Cantalao, el secuestro de un legado”, del director Diego del Pozo, el cual aborda la historia del gran proyecto que el poeta y Premio Nobel de Literatura chileno, Pablo Neruda, tuvo durante su vida y que, tras su muerte en septiembre de 1973, fue totalmente ignorado y olvidado por las personas que quedaron a cargo de su legado.
Se trata de una idea que siempre entusiasmó mucho a Neruda. De hecho, la menciona varias veces en distintos artículos de prensa de la época -a partir de la década del ’60-, donde fue dando a conocer el espíritu y el cuerpo de la que sería su Fundación “post mortem”, para la cual ya tenía adquirido el terreno donde se emplazaría y en donde incluso levantó una pequeña cabaña con un ancla -a modo de “primera piedra”-, que más de una vez fue saqueada por delincuentes comunes, según contó el mismo escritor en su columna de la revista “Ercilla”.
En líneas generales, la Fundación Cantalao consistía en la habilitación de una casa que sirviera de alojamiento a escritores jóvenes de Chile y Latinoamérica, para que pasaran un año trabajando sus respectivas obras -becados- en sus dependencias, ubicadas en Punta de Tralca, localidad ubicada en el litoral comprendido entre Valparaíso y San Antonio, muy cerca de Isla Negra.
Para Neruda, ese sería su único y gran legado. Y es que, según confirman varios de sus cercanos, el poeta jamás tuvo en mente convertir sus casas en museos. Todas sus energías estuvieron puestas, siempre, en Cantalao. En ese sentido, el documental de Diego de Pozo cumple dignamente con dejar una constancia de esta vulneración impune realizada hacia la voluntad del poeta, en la cual, dejando la inocencia de lado, podemos advertir claramente una intencionalidad política.
En una entrevista con el portal Ojo en Tinta, el director del documental se refiere a este último punto: “Nada me gustaría más que la voluntad del poeta se viera respetada, pero sé que pensar en la formación de una fundación como Cantalao es casi imposible, no solo por la complejidad del proyecto, sino porque los agentes que están a cargo del legado de Neruda no pueden estar más lejos de las ideas que inspiraron Cantalao. Pensar que mi película podría provocar un cambio así de radical, sería totalmente inesperado”.
Sobre la cinta, Diego del Pozo apunta, en la misma entrevista: “El documental muestra mayormente a un Neruda desde la ausencia. Estrictamente, el documental es sobre el destino post-mortem de Neruda. He sabido que los espectadores no lo notan, porque hay un ambiente nerudiano durante todo el film, pero realmente Neruda sale solo unos pocos minutos en toda la película. Y claro, el Neruda que está en el documental dice básicamente dos cosas: que está enormemente conectado con la realidad del continente americano, que su geografía y su gente son lo que lo ha inspirado siempre, no los libros sino la realidad, y por otro lado, habla de por qué él es comunista”.
“Es de alguna manera una imagen de Neruda muy diferente a la que estamos acostumbrados. Político y poético, pero desde otro lugar al común y oficial. Por lo demás es su testimonio, su propia voz, así que creo que tiene un nivel de veracidad indiscutible lo que sale en el documental”, puntualizó el cineasta.
Una idea demasiado revolucionaria
En 1973, Pablo Neruda estipuló la composición del Consejo Directivo y Ejecutivo de Cantalao, el que estaría conformado por 7 miembros: 2 representantes de Pablo Neruda, los rectores de las Universidades de Chile, Católica y Técnica del Estado (hoy USACH), además de un representante de la Central Única de Trabajadores, (hoy Central Unitaria de Trabajadores, CUT) y un representante de la Sociedad de Escritores de Chile.
Asimismo, en el artículo primero de los estatutos de la fundación Cantalo, redactados en conjunto con el abogado Sergio Insunza, Neruda escribe: “Se trata de una Fundación de beneficencia sin fines de lucro cuyo fin será la propagación de las letras, las artes y las ciencias, especialmente en el litoral comprendido entre San Antonio y Valparaíso, con un carácter que tienda a expandir su influencia y su acción en el país y el extranjero».
Esto confirma que el poeta consideraba a Cantalao como uno de sus más importantes legados. En una recordada entrevista de Neruda con la periodista argentina Rita Guibert, después de obtener el Premio Nobel, declaró sobre su proyecto: «Será una fundación para que los escritores becados puedan vivir por un año con el producto de mis derechos de autor, disfrutando de una casa común para reuniones y actos, además de cabañas individuales para trabajar».
Incluso después del golpe de Estado, el poeta comentó a sus cercanos que seguiría adelante con el proyecto “desde México” donde planeaba exiliarse tras un ofrecimiento formal del Presidente de ese país (Echeverría), como consta en el libro «Funeral vigilado» de Sergio Villegas.
En ese sentido, una de las amigas cercanas al poeta, Virginia Vidal, confirma que “el 11 de junio de 1973, Neruda se presentó en la Secretaría del Tribunal de Casablanca, autorizado por su cónyuge Matilde Urrutia, para donar la Fundación Cantalao en formación. Para erigirla, dona, a título gratuito, a fin de que se cumplan los fines que se contienen en los Estatutos de dicha Corporación, el inmueble ubicado en Punta de Tralca, comuna del Quisco, departamento de Casablanca de la provincia de Valparaíso, que compró al Seminario Pontificio de Santiago”.
Asimismo, el pintor Julio Escámez recuerda que Neruda ya había empezado a proyectar la construcción de Cantalao hasta en ciertos detalles: “En Isla Negra, cuando Neruda comenzaba a planear la construcción de una casa para escritores que se llamaría Cantalao, nombre tomado de su libro El habitante y su esperanza, ya tenía preparada la inscripción del frontis dedicada a dos personas: a don Carlos Nascimento y a Gonzalo Losada”.
Cantalao en la poesía
Pero no sólo se han escrito artículos de prensa y rodado películas en torno a Cantalao. El lugar, que aparece en uno de los primeros libros del poeta (“El habitante y su esperanza”, la única novela que publicó en vida), ha inspirado la publicación de al menos dos libros de poesía: uno del poeta mexicano Alvaro Solís, y otro del chileno Absalón Opazo.
El primero, titulado simplemente “Cantalao”, apareció en 2007 por la editorial de la Universidad de Guanajuato, y aborda la no existencia de Cantalao a través de una poesía que recuerda el estilo de Neruda en textos como “Alturas de Macchu Picchu”, estableciendo un paralelo entre las construcciones poéticas y materiales dentro de la obra nerudiana:
“Piedra sobre piedra y en medio la arcilla / que se niega a los estruendos. / Arriba rústicos maderos soportando el tejado / y más arriba la tormenta, el cielo allá afuera, / amplitud numérica de astros. / Adentro la casa, las herramientas, / las manos duras que nunca serán utilizadas, /el agua que penetra por debajo de la tierra. / Adentro la casa que resistirá al invierno, / un par de ventanas cubiertas con bolsas / que han persistido ya varias noches. / Adentro la casa y el tálamo, / la noche matizada por la luz de las velas. / Allá el frágil cementerio junto al mar. / En medio de la arcilla está la piedra, /invisibles telarañas que he tejido en las noches de insomnio. / Afuera el viento, / y aquí / esta casa vacía”.
En una reseña sobre el libro de Solís, la poeta Stephanie Alcantar escribió: “La conquista de la palabra es por fundar el principio, contemplar lo que abarca la húmeda esperanza (…) El poeta aquí quiere fundar: Hay que fundar antes que aúllen las rocas del ocaso/ o las tumbas ramifiquen en tristeza (…) habrá que zurcir los minutos airados en las rocas/ hasta que nada importe. Así, Cantalao existe por debajo de las cosas que lo preceden en los inicios, en las palabras que cuelgan de los árboles”.
En tanto, la segunda publicación, del chileno Absalón Opazo, ofrece otra mirada: la de un pueblo fantasma. Según explica el mismo autor, el texto se refiere “a un lugar no localizado del litoral central de Chile, que ha sido divisado por varios testigos, pero cuya ubicación exacta no ha podido ser definida. Se cree que la existencia de este ‘sitio fantasma’ tiene que ver con Cantalao o “Kantalao”, como le dicen algunos lugareños, así, cargando la ‘K’. Se cree que Kantalao adoptó esta forma errante porque algo en ella se perdió, o fue robado, lo cual explicaría su destierro y su perfil de pueblo fantasma”.
Así, “Kantalao” (con “k”), escrito por Opazo en 2007 y publicado recién en 2016 como parte del e-book “Estado del Arte” (Ediciones Periféricas), propone, ante la desaparición material de Cantalao, una aparición poética de su concepto: “Rescatar su legado de lugar imaginario, tal como aparece en uno de los primeros libros del poeta; donde vive la poesía y la mágica sensación del nunca jamás. Hacer de nuestra voz un llamado de atención hacia los sueños y lo posible de ellos, explorando mediante la poesía sucesos olvidados de la vida nacional”:
“Más allá de los bordes un sonido debe haber / algún cardumen que hace falta / algún silencio que necesitamos / alguna ventana que nos pertenece. / La mano se quedó abierta / sin lápiz / sin pesca ni contienda / sólo con la fuerza de las letras contenidas en el aire”.
En esta línea, en la presentación de este poemario se afirma que “si bien no se trata de una obra literaria, Cantalao tiene mucho que ver con la poesía y la creación. Como idea es un patrimonio universal que no debe perecer, sino mantenerse vivo como ejemplo de idea, gestión y política cultural, y en ese sentido, constituirse en un aporte para el nuevo país”. Una idea que cierra, acertadamente, el círculo en torno a esta parte de la historia de Neruda y el pueblo al que siempre quiso representar.
A modo de final: Neruda habla sobre Cantalao
Como se mencionó anteriormente, el poeta se refirió varias veces a su proyecto. Pero, fue en una columna específica, publicada en 1970 en la revista Ercilla -disponible en internet-, donde Neruda se refiere de manera más explícita a la Fundación Cantalao:
“Cuando cerca de Isla Negra se pusieron en venta unos terrenos costeros, yo reservé tal vez el más hermoso para fundar en él una colonia de escritores. Lo fui pagando por años con mi trabajo frente al mar, pensando restituir así con esta obra algo de lo que debo a la intemperie marina. Bauticé este territorio literario con el nombre de Cantalao. Así se llamaba un pueblo imaginario en uno de mis primeros libros. Y este mismo año, en 1970, he terminado de pagar las cuotas de la exigencia, no sin antes haber perdido terreno por delimitaciones defectuosas. En cuestiones de límites siempre pierde la poesía (…)
(…) Antes de entregar la fundación a los escritores, construí una cabaña con el doble objeto de guardar los materiales, clavos, tablas, cemento, y refugiarme allí de cuando en cuando. La hice de troncos sólidos y de ventanas frágiles, ventanas de viejas iglesias. Algunas de ellas tenían vidrios verdes, rojos y azules, con estrellas y cruces. De una sola habitación, desprovista aun de agua y alumbrado, esta cabaña se destaca sobre el acantilado. Hacia el norte su vecina es la imponente masa rocosa de Punta de Tralca, que significa Punta del Trueno en el idioma araucano. Las olas se elevan allí hasta cien metros de altura cuando golpean y cantan desarrolladas por la tempestad (…)
(…) Esta mañana me fui a dejar un ancla recién comprada en el puerto de San Antonio. Con serias dificultades y con la ayuda de un tractor pude depositarla en una altura del terreno. Nada más fundador que un ancla. Toda fundación debe ser así precedida. Por lo menos, en la costa, una construcción no debiera empezar con la primera piedra, sino con el ancla primera (…)
Tal vez no llegaré a conocer a los creadores que vivan allí mañana”.
El Ciudadano