Por Sergio Salinas Cañas
No hubo homenajes masivos ni ceremonias privadas. “Hazte olvidar, hazte olvidar… Harás como la rama que no conserva la huella de los frutos que ha dejado caer. Hasta los hombres más prácticos, los que se dicen menos interesados en los sueños, saben el valor infinito de un sueño, y recelan de engrandecer al que lo soñó”, decía, gritaba, evocaba, el poema “A un sembrador”, parte del libro Desolación, primer poemario de Gabriela Mistral (1889-1957).
El 15 de noviembre pasó inadvertido en un país que nunca se atrevió a darle la cara, entregándole siempre más que ternura, desolación. Ese día, pero de 1945, se le otorgó el premio Nobel de Literatura a esta gran poetisa, pedagoga, y buscadora de la espiritualidad sincera, conocida como Gabriela Mistral, la primera iberoamericana en recibirlo.
La candidatura de la poetisa nació, obviamente, fuera de Chile, en un movimiento de opinión que emanó en el Ecuador y que se propagó por toda América, reclamando el premio para la escritora chilena. Fue apoyado por la prensa de todo el continente y por las instituciones literarias de Chile y de la casi totalidad de los países americanos. También se adscribieron las Academias de Letras oficiales, entre ellas la española. “Voy a contar cómo surgió mi candidatura para el Premio Nobel. La idea nació de una amiga mía, Adela Velasco, de Guayaquil, quien escribió al extinto presidente de Chile, señor Aguirre Cerda, que fue compañero mío, y sin consultarme presentó mi candidatura. En este momento tengo también que recordar a Juana Aguirre, esposa del presidente”, señaló Gabriela Mistral en una entrevista concedida a la United Press en Río de Janeiro, ese mismo año de 1945.
Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, su nombre real, pese a una juventud llena de carencias, exploró como una adelantada a su época en ideas espirituales casi desconocidas en el continente latinoamericano, pero en las que el amor por la humanidad y la naturaleza, era la clave central y donde el sentir por el corazón era quizá casi tan importante como la reflexión mental (teosofía, rosacrucismo, martinismo y fundamentalmente budismo). Estas ideas juveniles las defendió siempre con vehemencia apasionada tal como en sus escritos y poemas. Gabriela Mistral siempre se relacionó más con las personas que con los grupos y supo separar los afectos de las posiciones políticas. Aunque estas últimas las dejó en claro siempre enfrentándose a muchos. Y, además, siempre mantuvo valientemente su creencia en la reencarnación, pese a fallecer como hermana franciscana.
En Gabriela Mistral el hombre no consume su destino en un puro y determinado modo de aparecer y ser en el tiempo histórico. Hay un “algo más”, irreductible al absoluto de la historia, que toma forma en la sintonía espiritual (o religiosa) del hombre con la tierra, con el todo, con el universo, con Dios: es entonces cuando el hombre y su mundo se “abren” a su propia trascendencia, y es así, por esa vía, como de algún modo se salva, en el sentido de que se cumple.
En 1922, Gabriela Mistral fue invitada por el secretario de Educación, José Vasconcelos a participar en lo que él llamó las Misiones Culturales para combatir el analfabetismo en aquel México posrevolucionario. Mistral, en el poema “El himno al árbol”: “Árbol hermano, que clavado por garfios pardos en el suelo, la clara frente has elevado en una intensa sed de cielo”, le manifestó el agradecimiento a su amigo y hermano de camino espiritual.
Al parecer, la Gabriela Mistral más espiritual es casi desconocida en Chile; quizá por lo anterior estos dos últimos años han aparecido varios libros que analizan este momento de su formación. En Chile, Gabriela Mistral ha girado principalmente en torno a las figuras de madre universal y maestra. La iconización de la escritora en este doble ámbito potenció en el pasado la propagación y el análisis principalmente de los primeros libros, Desolación y Ternura. Las dos versiones de Lagar y Tala fueron postergadas en el análisis crítico.
Gabriela Mistral, en una de sus cartas a Pedro Aguirre Cerda, señala: “Yo no soy antirreligiosa, ni siquiera arreligiosa. Creo casi con el fervor de los místicos, pero creo en el cristianismo primitivo, no enturbiado por la teología, no grotesco por la liturgia y no materializado y empequeñecido por un culto que ha hecho de él un paganismo sin belleza. En suma, soy cristiana, pero no soy católica”.
Hace poco tiempo, tuve la suerte de lanzar un libro titulado: Gabriela Mistral y su desconocida historia espiritual, en la que investigué sobre esa América Latina, entre fines del siglo XIX y 1930, en que existió un grupo de intelectuales (poetas, educadores, pensadores y políticos incluso) que levantaron un movimiento espiritualista, donde se combinan elementos teosóficos, con hinduismo, reivindicación de lo oriental y, en ocasiones, creencias o prácticas espiritistas. Lo teosófico-oriental colaboró al establecimiento de una “red intelectual”, en la cual se redimensionaron aspectos teóricos como el indigenismo, el espiritualismo, raza cósmica, así también elementos más políticos y prácticos en el aprismo, el continentalismo y la creencia en un socialismo latinoamericano. Gabriela Mistral, por varios años se relacionó con esta “red”, quedando establecido en varios de sus trabajos. Importantes poetas y pensadores como José Vasconcelos, José Santos Chocano, Augusto César Sandino o Víctor Raúl Haya de la Torre, estuvieron influenciados por estas ideas, perteneciendo a la Escuela Magnética Espiritual de la Comuna Universal.
Su amigo teósofo Zacarías Gómez le señaló una vez a Gabriela Mistral: “Para mí es Ud. una verdadera santa laica, que actúa en la humana vida terrenal, como mensajera de la alta Jerarquía que debe reinar en el Reino Eterno; para mí nunca dejará Ud. de ser un alma Grande, de sentimientos unitarios y universales, que trabaja, lucha, se esfuerza y se gasta en llevar luz al pensamiento y amor al corazón de los hombres. Entre mi clientela hay muchas personas que la esperan con ansiedad, imaginándose que ellas creen que, su proximidad, su compañía, su relación con ella, pueden hacer el milagro de transformar su naturaleza, su manera de pensar. Su natural instinto de vivir, sin considerar que cada uno debe ser su propio guía, su propio redentor, su único Salvador, mediante el ejercicio de la voluntad y del propio esfuerzo”.
A casi 77 años desde que Gabriela Mistral recibiera el Nobel de Literatura, un 10 de diciembre, su figura debe seguir encantando a las generaciones de jóvenes chilenos, así como sus principios morales y su deseo de tener una educación de calidad, que mejorará -siempre desde la humildad- la condición de la sociedad chilena, sobre todo de los más desposeídos y los que aún siguen teniendo “hambre” espiritual. En medio del materialismo, la corrupción actual, más que nunca se debe conocer las enseñanzas recibidas y las que nos entrega esa humilde mujer elquina que llegó a ganar el Premio Nobel de Literatura.
En medio de la crisis que se vive en Europa y Asia, es bueno traer del pasado al presente unas letras, convertidas en frase de hechos portadores de futuro. En 1919, Gabriela Mistral le escribe a Ricardo Michel Abos-Padilla, quien llegaría a ser presidente desde 1955 de la Sociedad Teosófica de Chile: “Ricardo, el mundo necesita ser redimido, no importa quién lo ejecute. Que lo haga el budismo, el islamismo, que lo haga la masonería o que lo haga el ateísmo, es algo de valor secundario. Lo importante es que el mundo nazca de nuevo”.
Quizás el mejor homenaje a la poetisa sea estas letras que forman palabras con sentido, escritas por otro artista genial, William Blake, llamado Eternidad: «Quien a sí encadenare una alegría malogrará la vida alada. Pero quien la alegría besare en su aleteo vive en el alba de la eternidad».
Por Sergio Salinas Cañas
Columna publicada originalmente el 21 de noviembre de 2022 en El Pensador.