El 13 de abril de 1974, a solo siete meses del Golpe de Estado contra el Presidente Salvador Allende, en una carta dirigida a la diplomática chilena Victoria Morales Etchevers, el general Carlos Prats escribió: «Ante el futuro sólo siento un gran anhelo: que llegue cuanto antes el día en que la masa de mis compañeros de armas se convenzan, por sí mismos, de que han sido engañados y de que han incurrido en la equivocación histórica más tremenda, al convertirse en verdugos del pueblo de su patria. Porque sólo en ese momento se puede empezar a recorrer el camino de la liberación».
La cita -consignada por Volodia Teitelboim en su libro La gran guerra de Chile y otra que nunca existió– sirve para recordar la magnitud y el legado de la figura del general Carlos Prats, quien fuera asesinado junto a su esposa, Sofía Cuhbert, un 30 de septiembre de 1974 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, a través de una bomba instalada en su automóvil por parte del agente de la DINA, Michael Townley. El mismo método se ocuparía dos años más tarde para matar al ex canciller de la Unidad Popular, Orlando Letelier, en Washington, EEUU.
El constitucionalismo de Prats y su presencia permanente como figura internacional atormentaban a Pinochet, que además se sabía intelectualmente inferior a quien fuera su profesor en el Ejército. Era, para él, una figura opositora inaceptable, en múltiples aspectos.
Esta última parte es abordada en forma notable por el periodista Juan Cristóbal Peña, en su libro La secreta vida literaria de Augusto Pinochet. Allí, se revelan distintos episodios que dan cuenta del resentimiento que el dictador sentía por quien fuera su mentor, que a sus 59 años de edad, había aceptado una oferta laboral de una universidad española y esperaba sus documentos oficiales para partir rumbo a su nuevo destino. En eso estaba cuando lo asesinaron.
«Prats era una excepción en el ejército chileno. Podía hablar de igual a igual con Allende y otros dirigentes de la Unidad Popular. Podía conversar de gestas bélicas y anécdotas de cuartel pero también de literatura, arte y política. Sus conocimientos eran amplios y ponían al descubierto las deficiencias de Pinochet. No solo ante dirigentes políticos, sino que también ante sus propios compañeros de armas», señala Peña en su libro.
Pinochet, por su parte, «desde sus años de cadete militar, cuando debía esforzarse el doble que sus compañeros para conseguir logros que no superaban la medianía, resintió una adversidad que muy probablemente juzgaba injusta. A diferencia de Prats, que tuvo una carrera brillante, la de Pinochet estuvo marcada por claroscuros (…) Prats egresó de cadete como primera antigüedad y más tarde, en la Academia de Guerra, volvió a ser el alumno más destacado de su generación. Pinochet, en cambio, fue un estudiante del montón: nunca entre los primeros pero tampoco entre los últimos», agrega el texto.
Por eso, continúa el relato, «no fue casual que Prats alcanzara la Comandancia en Jefe del Ejército; lo casual fue que un alumno de calificaciones regulares como Pinochet llegara a un puesto que tradicionalmente era y es ocupado por los mejores oficiales de cada generación».
«Más que encono, Pinochet debería haber sentido gratitud hacia Prats: fue él quien lo promovió a comandante en jefe, creyéndolo capaz y, sobre todo, leal. Si algo de eso hubo, no duró más que diecisiete días. Roto el juramento de obediencia al presidente Allende, la gratitud derivó en encono. No porque Prats haya tenido responsabilidad alguna en las dificultades que Pinochet sorteó en su carrera, sino porque las ponía en evidencia», sentencia Juan Cristóbal Peña.
Continúa leyendo el fragmento sobre Pinochet y Prats AQUÍ
Sigue leyendo: Organizaciones sociales y de DDHH repudian espionaje y persecución política revelados tras hackeo al Estado Mayor Conjunto