Por Álvaro Bustos Barrera
Su fachada con los colores de la bandera de Italia es inconfundible y se ha mantenido así durante poco más de 45 años. Es el ristorante y pizzería Giuliano, ubicado en pleno centro de Santiago, en calle Monjitas #722, entre Enrique Mac Iver y San Antonio.
Un negocio que nace en la década del 80’ y de los pocos que van quedando en el golpeado casco histórico de la capital, pero que se mantiene vigente y con sus cortinas arriba, esperando a los comensales que asedian todos los rincones de la selva de cemento capitalina, buscando comida casera, siempre sabrosa, siempre abundante.
Las opciones en este paraíso gastronómico son diversas y apetitosas, dignas de ser reseñadas por “Sabores Ciudadano”. Aquí se ofrece cocina honesta, simple, llenadora, con esos platos colmados de enjundia, como una reponedora cazuela de vacuno o ave, porotos con mazamorra, lentejas con longaniza, lomo a lo pobre o con agregados, atún con ensalada o arroz, sanguches varios y hasta degustaciones naturistas, sin contar sus clásicos bebestibles como el shop de medio, copas de vino, la Malta Morenita, bebidas y mucho más.
Giuliano de Luca, 74 años de edad, es el dueño del local. Es hijo de padre siciliano y madre chilena nacido en Copiapó, quien mantiene intacto el sello del negocio y orgulloso de lo que ha logrado con el pasar del tiempo y los avatares a los que se ha visto enfrentado, incluyendo el estallido social y la pandemia. Pese a estos verdaderos “cachetazos” de la vida, ha superado los malos momentos y con todas las velas desplegadas, sigue entregando lo mejor de sí para agasajar a quien busque restaurar su estómago muy temprano por la mañana, a medio día o por la tarde noche.
Me dejé caer un día cerca de las 12:30 horas en pleno verano y furor de las fiestas de fin de año, con una temperatura de 30 grados a la sombra. Ya ingresando por la puerta de entrada logré capturar con mi nariz algunos olores y aromas del día, como esa verdurita fresca que entrega sabor y color a la cazuela o esa cebolla caramelizada que acompaña el lomo con papas fritas.
-Buenas tardes, me espetó el maestro sanguchero que lucía impecable su uniforme blanco y un gorrito del mismo color, mientras limpiaba la plancha ubicada entrando a mano derecha. Un poco más allá, el propio Giuliano se encontraba acomodado en uno de los antiguos taburetes de la barra.
-¿Qué hay de bueno hoy?, pregunté con un cierto tono familiar y escondiendo mis verdaderas intenciones de querer reseñar este emblema gastronómico del centro de Santiago, y que hace poner felices a los parroquianos a la hora de almuerzo.
-Luego lo atienden joven, me advirtió el hombrón desde su puesto de observación, mientras chequeaba que todo estuviese listo para recibir a la clientela y ordenaba el menú del día, junto a Ximena, su garzona favorita y quien lo ha acompañado por más de dos décadas.
Tomé asiento en una mesita pegada a la muralla cerca de la entrada, y en breve se acercó la simpática señorita quien me pasó una hoja plastificada con los platos del día, además de comentarme otras opciones.
Con la película clara, luego del repertorio que me describió la joven mujer, decidí pedir un lomo con arroz graneado, una porción de papas fritas caseras y un shop de medio litro, bien helado para matar la sed y el calor del día.
Mientras esperaba mi orden y escuchaba de fondo clásicos italianos del recuerdo como Parole Parole cantado por Mina, Solo Tú de Matia Bazar o Giardino Proibito o Silenzo interpretado por Nini Tosso, me dediqué a fisgonear el lugar y ver el ir y venir de los comensales que a esa hora invaden el local y hacen uso de su hora de colación.
El restaurant no es pretensioso en su decorado, ni mucho menos abunda el lujo. Las mesas, muy limpias, son tipo fuente de soda para dos, tres o cuatro personas, cada una con su respectiva alcuza, kétchup, mostaza y ají. Los ventanales de entrada lucen algunas de las preparaciones pintadas con cola fría y los valores diarios de cada una.
Mientras bebía mi cerveza y miraba a ratos el televisor y las noticias del día, aproveché mi buena suerte de intercambiar temas con Giuliano de Luca, quien se mostraba molesto con la contingencia nacional atiborrada de noticias negativas.
Mi carne a la plancha y el acompañamiento preparado por don José Catrileo -quien lleva 30 años trabajando en el lugar- estuvo más que a la altura o al menos fue lo que yo esperaba. Un gran corte bien jugoso, con un arroz sabroso y graneado y el picante justo de un pebre que me habían dejado sobre la mesa, me llenaron de satisfacción.
Giuliano, es un fiel representante de esos restaurantes, picadas o fuentes de soda donde el sabor manda y las porciones sobresalen de los platos con bastante generosidad. Se trata de lugares donde se come a gusto y sin el temor de tomar la presa de pollo con la mano o chorrearse la boca con mayonesa o kétchup de un completo italiano. Acá lo que importa es quedar “pochito” y feliz.
Él es un hombre por momentos dicharachero, que siempre se ha llevado bien con su competencia y los dueños de los otros locales próximos a su restaurant. Tiene amigos de años entre las distintas colonias y siempre recuerda sus años mozos en “Copayapu”.
En suma, Giuliano se alza como un negocio muy acogedor y donde además de comer bien, tendrás la oportunidad de cruzar palabras con otros parroquianos y comentar los platos y la actualidad nacional.
Antes de retirarme y poner fin a esta nueva, pero a la vez antigua experiencia gastronómica, veo de reojo la plaquita negra en la entrada, que reconoce y distingue a Giuliano como uno de los bares o restaurantes históricos y patrimoniales del centro de Santiago. Todo un orgullo, me dije en silencio y esperando en un futuro no muy lejano, volver a sentir el chirriar de la plancha y ver en algún rincón sentado al mandamás de este imperio de sabores, don Giuliano de Luca.
Evaluación: Muy bueno.