Hecha la ley… escaños vitalicios

Por Patricio Araya González / Luego que este martes 3 de junio la Cámara de Diputados aprobara en tercer trámite el proyecto de ley iniciado en marzo de 2006 y aprobado en 2012 por esa corporación, que limita la reelección de senadores a un máximo de dos períodos (16 años), y de tres en el […]

Hecha la ley… escaños vitalicios

Autor: Absalón Opazo

Por Patricio Araya González / Luego que este martes 3 de junio la Cámara de Diputados aprobara en tercer trámite el proyecto de ley iniciado en marzo de 2006 y aprobado en 2012 por esa corporación, que limita la reelección de senadores a un máximo de dos períodos (16 años), y de tres en el caso de diputados, alcaldes, concejales y consejeros regionales (12 años), de inmediato se activaron las glándulas salivales de “perjudicados” y “favorecidos” por la normativa que quedó en condiciones de ser promulgada por el Ejecutivo.

¿Es una buena ley? En principio es acomodaticia, como todas las leyes que se promulgan en este país tan especial; interpretable, vulnerable, con vacíos y, qué duda cabe, sujeta a verónicas y burlas varias. Desde ya la norma no prohíbe cambiarse de carril en búsqueda de la infinita permanencia como servidor público. Así, un senador, tras pasar 16 años en la parte sur del Congreso (frente a la Plaza O’Higgins, en Valparaíso), podría hacer uso de la opción de mudarse al ala norte (ubicada frente a la Avenida Argentina) del Parlamento donde se encuentra la Cámara de Diputados y radicarse en esos pastos, sin mayor sacrificio, por un período de otros 12 años, ejerciendo como diputado.

Por su parte, aquel diputado que ya ha hecho uso de sus tres períodos, no tendría impedimento legal alguno para mudarse a la zona sur del edificio, instalándose en un escaño del Senado, donde de mantenerse libre de cuchillazos y maldiciones, podría conservarlo hasta por 16 años. En resumen, un senador que haya completado dos períodos (16 años) podría sumar otros 12 años como diputado, es decir, 28 años como residente del mismo Barrio Almendral, en la arruinada ciudad de Valparaíso; lo propio podrá hacer un diputado, pasando 12 años mirando por los ventanales que dan a Avenida Argentina, y otros 16 haciendo lo propio por el lado de la Plaza O’Higgins.

Sin perjuicio de la anterior, existen algunos diputados con 30 años de permanencia en la Cámara, situación a la que la nueva ley pone coto; no obstante, la misma ley no los inhabilita para ir por sus respectivos 16 años en el Senado, completando en estos casos 46 años de servicios patrios, casi medio siglo, al que cualquier de estos treintañeros podría aspirar postulando a los cuatro años correspondientes a la presidencia de la República, acumulando 50 años de servicio público.

Y si es que todavía les quedara energía para continuar recorriendo las arterias sangrantes del Estado, un hombre muy interesado en el bien público, podría descender unos peldaños y completar otros 12 años como alcalde en algún municipio, y tras ello, otros 12 años como concejal. Nada lo impide. Y si aún no expira su admirable vocación servidora, uno de estos patriotas podría saltar a algún Consejo Regional, haciéndose elegir hasta por otros 12 años como representante de alguna olvidada provincia.

En total, un servidor público que se precie de tal y siempre dispuesto a emprender tan sacrificado periplo, podría sumar 86 años ejerciendo cargos de elección popular. Ahora, si para su primera elección como diputado el hombre tenía como mínimo legal 18 años de edad cumplidos, las alfombras rojas de las instituciones a las que perteneció o dirigió, tendrían que tenderse a sus pies para verlo pasar con sus 104 años a cuestas, caminando derechito al Servel para declarar su voluntad inquebrantable de fungir como vocal de mesa en la próxima elección, sin descartar su antiguo interés por la presidencia de la Junta de Vecinos de su barrio. Eso es tener auténtico espíritu cívico.

El exsenador Andrés Zaldívar Larraín es un buen ejemplar de esa pléyade insuperable de servidores que ha adquirido maestría en el arte de recorrer la red pública por dentro. A sus 26 años de edad, el joven abogado democratacristiano se convirtió en ministro de Hacienda y luego en senador. Tras el golpe militar y el exilio, en 1990 regresó al Senado, donde permaneció hasta 2005. Ese año perdió la relección por Santiago Poniente y tuvo que esperar hasta 2009, cuando resultó electo hasta 2018 por El Maule Norte, perdiendo ese escaño para el actual período en las parlamentarias de 2017.

De haber obtenido el triunfo, no solo habría vuelto a ocupar la presidencia de la corporación, también habría completado su período en el año 2026, a sus 90 años de vida, sin que esa tierna edad le impidiese aspirar a su merecido escaño de consuelo en la Cámara, o su silloncito municipal, o su sillita como consejero regional. Sin embargo, la derrota de 2017 no logró sacarlo por completo del Senado, pues en marzo de 2018 sus antiguos colegas lo designaron como miembro del Consejo de Asignaciones Parlamentarias, instancia creada para vigilar los gastos de los honorables.

En el actual Congreso Nacional existen parlamentarios que son parientes. El senador Coloma es padre del diputado Coloma. El senador Bianchi es padre del diputado Bianchi. No son los únicos. También hay hermanos en ambas ramas del Parlamento, como los Van Rysselberghe –cuyo padre Enrique también fue diputado. Hoy, igual que papi, sus retoños también representan a la región del Bíobio. Jacqueline, exalcaldesa de Concepción, es senadora; Enrique, exconcejal de Concepción, es diputado. El senador Girardi es hermano de la diputada Girardi, exalcaldesa de Cerro Navia; la esposa del senador fue concejala de Cerro Navia, el hermano del senador fue concejal en la comuna de al lado, el papá del senador fue diputado. El abuelo del senador fue alcalde. Otros hermanos son los Ossandón; Manuel José, exalcalde de Puente Alto, es senador; mientras que Ximena, exconcejala de Las Condes, es diputada y madre de la actual concejala por Puente Alto Bernardita Paul Ossandón.

En el edificio del Congreso Nacional en Valparaíso existen varias formas de cruzar entre el Senado y la Cámara, los más utilizados por funcionarios e invitados son el Salón de Honor y la mezzanina (placa que une las dos corporaciones, en ella se emplazan una confitería, un Courier, un cajero automático y un par de locales comerciales). Aun cuando esos dos sitios son de alto tráfico interno, no son los únicos empleados por senadores y diputados para mudarse entre las dos ramas del Poder Legislativo; de hecho, esos puentes se ubican en otro mundo, el mundo líquido donde todo es posible, donde el poder se vuelve invisible y peligroso. Allí los señores tribunos deciden los quiénes y los cuándos. Y en ese mundillo inmaterial se llevarán a cabo todos los vaciamientos y trasvasijes necesarios para continuar dándole armonía a la ceremonia infinita de la transferencia de influencias y danza de dinero. Allí, parlamentarios, alcaldes, concejales y consejeros regionales se jugarán el pellejo.

De no prosperar la iniciativa del senador Moreira –anunciada a dos días de la promulgación de la nueva ley que limita la reelección de autoridades– de permitir de manera excepcional mediante una ley corta que alcaldes, concejales y consejeros regionales que ya completaron tres períodos en sus cargos, puedan repostular en la próxima elección, es muy probable que senadores y diputados emparentados por consanguinidad, y que se encuentren afectos a la misma limitación legal, busquen una salida más simple: el trasvasije parlamentario.

De esta forma, qué vergüenza, no sería raro prestarse los escaños, total, los electores ni se fijan cuando marcan el mismo apellido en la papeleta por el que optaron hace ocho o cuatro años, según sea.


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