Por Verónica Ávila
“Aborto libre y legal ya, y que los curas se vayan a laburar”
Así versa uno de los cantos que sonaron durante todo el proceso de discusión del proyecto –hoy ley– de aborto legal en la Argentina y que tanto sentido hace hoy en nuestro país.
La reciente polémica entre en el príncipe de la iglesia católica Fernando Chomalí y la ministra de la Mujer, Antonia Orellana, pareciera estar dándose en los inicios del siglo pasado, donde la Iglesia católica tuvo un rol importante en la sociedad.
Esta iglesia católica, ha bajado paulatinamente su nivel de adherencia, así lo demuestran distintos estudios; la Encuesta Bicentenario UC de 2023, señala que el 45% de la población se identifica como católica, en contraste a lo que se informaba en 2006, cuyo porcentaje era del 70%.
En el mismo sentido, Ipsos señala que menos del 60% de las y los chilenos se declara católico y puntualiza que el porcentaje de adherencia es más alto –68%- en los mayores de 50, y de un 49% entre los menores de 35 años. Incorpora Ipsos, que casualmente la mayor adherencia a esta religión se da entre quienes se declaran políticamente de derecha.
Estos datos nos indican algo muy claro: los dichos de Chomalí están dirigidos a un porcentaje cada vez menor de la población y que pertenecen, como es de esperar, al sector político que se ha opuesto a todo lo que les huele a derechos y autonomía de mujeres y personas de las diversidades: anticonceptivos, pastillas de anticoncepción de emergencia, divorcio, matrimonio igualitario y, por supuesto, el aborto, diciéndonos respecto a esto último, que lo hacen por proteger a las dos vidas.
Chile, según la Constitución del 80, se declara un estado laico, por lo que la iglesia católica y cualquier otra religión tiene derecho a expresar libremente su credo a sus fieles y seguidores, pero no puede pretender influir en el resto de la población del país y, menos, buscar que el Estado y sus políticas públicas, en este caso una política de salud, se impulsen y establezcan según los criterios que una iglesia en particular tiene sobre el punto.
La laicidad del Estado debe ser una precondición para evitar interferencias sobre la libertad de las personas, en especial, la de las mujeres. De este modo, la religión y todos sus ritos, deben ser parte del ámbito privado de las personas en lo individual o en lo colectivo, pero no pueden pretender ordenar la vida –pública ni privada– salvo que así lo decida cada persona. Esta laicidad existe cuando hay libertad de conciencia, autonomía de lo político frente a lo religioso e igualdad de las personas y sus colectivos frente a la ley, todo esto sin discriminación.
Esta laicidad implica, también, que tanto instituciones públicas como de la sociedad civil deben ser autónomas respecto al magisterio eclesiástico y la influencia de organizaciones religiosas y confesionales.
Finalmente, en este punto, es fundamental que se comprenda que no puede existir bajo ninguna circunstancia preeminencia jurídica de ciertos sectores religiosos por cercanías ideológicas con algunos sectores de la política (Fuente: Causa Justa, Colombia).
Un último punto respecto al que se debe reflexionar y que en Chile no ha tenido, hasta ahora, suficiente profundización, es cómo se aborda la religiosidad desde la perspectiva feminista por mujeres miembras de la iglesia.
Bueno, partiendo de lo ya mencionado anteriormente, el que ninguna creencia religiosa puede imponer a la sociedad en su conjunto su mirada del mundo ni pueden pretender desconocer el ordenamiento jurídico que consagra derechos a las personas, entre ellos, los derechos de las mujeres. Las tradiciones religiosas nos han repetido, en este sentido, que todos los hombres y mujeres estamos llamados a construir un mundo mejor con valores como la solidaridad, el amor, la paz, respeto por la diferencia, compromiso por la igualdad entre hombres y mujeres, entre otros. Todo esto habla de una iglesia ideal y respetuosa, pero en la realidad, como se dice en Chile… cura Gatica, predica y no practica.
Puesto que cuando se habla de derechos sexuales y reproductivos, todo se vuelve complejo y no se respetan los avances que respecto a estos derechos se han venido dando. Esta inconsistencia instalada en el seno de la iglesia se disfraza de protección a la dignidad de niñas y mujeres, ocultando en ello una violencia, que no es sutil, pues busca pasar por sobre el derecho a decidir de aquellas que dicen proteger.
La respuesta de la Teología Feminista señala, en general, que esta actitud de las iglesias se debe al patriarcado enquistado tanto en sus discursos como en las prácticas religiosas, y que son el origen de la misoginia, la que conforma este orden simbólico que busca generar desprecio y desvalorización de las mujeres, lo que fijan a través de la negación de sus derechos.
Por lo que la única mujer que las religiones reconocerán como valiosa y digna de cuidado, es aquella que es débil –por pecadora–; también lo es por querer saber y estudiar. Esta mujer, según estos discursos, debe ser casada, madre de muchos, concentrar en ella la unidad familiar, no tener deseo sexual y ser obediente de su marido o padre, en su defecto.
De ahí devienen lo que llamamos fundamentalismos religiosos, que se centran en la defensa de lo espiritual frente al avance de la laicidad. Esta defensa la viven como una batalla a muerte entre bien y mal; batalla en la que no dudan en abandonar las tradiciones religiosas del respeto, la solidaridad, la compasión. Ejemplos de esto existen muchos, desde la negación del derecho a decidir siempre y a todo evento hasta negar las violaciones a niñas menores de edad o culpabilizarlas por esto.
Termino este texto volviendo al inicio, la separación Estado–Iglesia existe y pretender imponer una mirada religiosa por sobre el orden jurídico a toda la población y no solo a los fieles de su credo, sale totalmente de lo protegido, hasta por la constitución del dictador.
Por lo que las mejoras al reglamento de la ley de aborto en tres causales es una urgencia, lo mismo que el anhelado proyecto de ley de aborto legal sin causales.
María, fue consultada para ser madre de Dios (Texto pañuelo verde de Católicas por el Derecho a Decidir).
Por Verónica Ávila
Incidencia Feminista Latinoamericana y del Caribe
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