Por Rodrigo Fernández F.
Fue en las profundidades de ese mar que tranquilo te baña donde quedaron muchos de nuestros detenidos desaparecidos y de nuestras detenidas desaparecidas. Nadie que no fuera de los aparatos de seguridad de la dictadura de Pinochet lo supo, hasta que apareció Marta Ugarte en la playa de La Ballena. Fue un crimen pasional, dijeron periodistas de la prensa mentirosa de la época. Era 1976. Entonces, no solo despegaban helicópteros desde Peldehue, ejecutando los pavorosos vuelos de la muerte, sino que también existieron las naves del mal, como el remolcador Kiwi de la Compañía Marítima Kenrick, que entró en la fatídica y brutal escena a fines de 1973 y durante el 74. Lo tripulaba personal de la valiente y orgullosa Armada chilena. En esas máquinas voladoras y flotantes viajaban amarrados a rieles de tren, con alambres de púas, los cuerpos de quienes nunca más han sido encontrados. Iban envueltos en sacos, luego que demonios humanos les provocaran los tormentos mas indecibles. Así fueron lanzados los restos de nuestros hermanos y hermanas, sin uñas, sin ojos, con sus pieles quemadas, sus huesos rotos, sus órganos destruidos, hasta su hundimiento eterno en las profundidades oceánicas. Fue también la Armada de Chile la que tiñó de rojo nuestro inmenso mar, como la Fuerza Aérea manchó nuestro aire y el Ejército nuestra tierra. Los peces lo saben. Las algas. Las machas y jaibas. La espuma de las olas. La arena caliente. Las eléctricas anguilas.
Ya no hay nada que se pueda mirar. Ya no hay nadie para poder hablar. Cargando luces en el mar. Cantan Los Tres.
Todo parece iniciarse en la Cofradía Náutica del Pacífico Austral. Ente primigenio del Golpe, dijo el general Carlos Prats en The Times de Londres. Entre velas y yates, quiso decir. En las casas de sus miembros como, José Toribio Merino, su segundo Comodoro, cuando Agustín Edwards Eastman era el primero. Entre tenedores y cuchillos de plata junto a Patricio Carvajal, Arturo Troncoso, Roberto Kelly y Hernán Cubillos. Donde muchas veces estuvieron complotando funcionarios de Estados Unidos, miembros de la ONI (Office of Naval Intelligence) mientras comían langostas y ostras del mar que tranquilo nos baña. La Cofradía Náutica. Nunca olvidar.
Flores secas oxidando tu amor. Flores secas olvidando el dolor. Cargando luces en el mar.
Fue en Valparaíso, donde se reunieron en sigilo los miembros de las FF.AA. golpistas con el teniente coronel Patrick Ryan, oficial de los marines de USA. Se trataba de planificar. Nuestros valientes soldados, nunca jamás a dominio extranjero sometido, mantuvieron ese vínculo inalterable con el imperio del norte a través del almirante Merino. Todavía. Pegados, como lapas a las rocas, los unos a los otros. Entonces, en agosto de 1973, la gran traición de Estado era planeada por la casi totalidad de la plana superior de la Armada de Chile, salvo por el almirante Raúl Montero, sobrepasado por el vicealmirante José Toribio Merino a quien le obedecían de facto los demás oficiales. Nuestro Puerto Principal lo sabe. Las metrallas todavía zumban en algunos edificios. La memoria susurra estruendosa por sus agujeros. Y aunque la lucha fue larga y su estatua recién zarpó desde el Museo Naval, sigue ahí. Ahí y aquí. Guardado entre sus camaradas. Metálico como su alma y como los rieles amarrados a nuestras detenidas y detenidos desaparecidos. Con su mano rígida en la visera mirando hacia el mar. Otra vez el mar que nos promete un futuro esplendor. Así. Así mira Merino todavía con sus ojos de piedra. Arrastrando a siete familias los peces de todas.
Viví la masacre sin saber por qué. Viví la masacre sin saber por qué.
A las 16:00 horas del lunes 10 de septiembre de 1973, la escuadra zarpó para participar en Unitas. Se sumó a las maniobras internacionales para cuidar la soberanía del océano de Chile. Al aclarar del día siguiente, 11 de septiembre, la misma escuadra apareció en Valparaíso. El Golpe comenzó con sus estruendosas bombas, balas por doquier, tortura y muerte. Porteñas y porteños enmudecieron.
Entonces, subieron a los cerros y miraron por los ventanales de sus casas. Su vista se perdió en el mar.
Alguien está matando y no puede dejar de pensar y escuchar sobre un martes, sobre un martes de horror, en un martes. ¡En un martes!. En un martes de horror, en un marteeeeeeees.
Suenan los acordes de la guitarra eléctrica, el bajo y la plumilla sobre la batería. El mar ruge. El cielo se enrojece. Marta Ugarte nos habla cuando ponemos una concha de loco sobre una de nuestras orejas. Su voz se confunde entre tanta ola viva y doliente. La estatua del almirante golpista por fin se derrite y su escoria es lanzada por personal del Pentágono en los mares atlánticos de los Estados Unidos. Los yates de la Cofradía inflan su velamen y desaparecen para siempre en el horizonte del Pacífico sin recalar. Que así sea. Para nunca olvidar.
En un martes de horror. En un martes.
Luces en el mar.
En Valparaíso, año tras año, 11 de septiembre, décadas después. Todavía. Sin ojos. Con más presos y presas políticxs, más asesinadxs y el Wallmapu militarizado. Cuando otro almirante estuvo en la Convención Constitucional en la comisión de derechos humanos. Con lengua de piedra. Cabeza de piedra. Dando su mano de piedra a otras de algodón. Cuando la hija de Hernán Cubillos, también. Ahora en la tele. Locuaz. Otros. Otras. Los mismos. Las mismas.
Marta Ugarte fue hoy al Cementerio General a homenajear a sus compas. Un operativo clandestino de los aparatos de seguridad se la llevó. Dicen que violó la Ley de Seguridad Interior del Estado.
La traición vive en palacio.
Flores secas …
Por Rodrigo Fernández F.