Por Leopoldo Lavín Mujica
La ofensiva de la derecha junto con sus intelectuales orgánicos posicionados en los diferentes frentes mediáticos va más allá de señalar con el dedo la “hipocresía política” y la “moralina de G. Jackson”, del Frente Amplio y de la llamada “Generación Dorada”.
Por supuesto que las derechas tienen fundaciones donde hay boletaje trucho, lavado de dineros y elusión y evasión de impuestos. Se ha señalado que entre las fundaciones que deberían ser investigadas se cuentan la Fundación Jaime Guzmán, la Fundación Fibra, el Instituto Libertad y Desarrollo y el Centro de Estudios Públicos.
Pero la derecha confiada en que siempre se sale con la suya (basta ver la impunidad de los propietarios de Penta, La Polar, SQM y Corpesca), con la ayuda de la ideología mediática hegemónica que focaliza en lo factual, sin consideración de lo estructural, histórico y sistémico, se ha dado como objetivo de supervivencia, es decir estratégico, erradicar del imaginario colectivo todo proyecto de transformación social en una sociedad en crisis.
La derecha no lo dice, pero para ellos la política es corrupta por esencia. Y lo es porque consideran que la “naturaleza humana” es corruptible. El mundo terrenal es así y sólo salva la gracia divina. Un calvinismo bien sui generis. Por opus dei.
Ahora bien, es obvio que han logrado doblegar al Gobierno de Boric hasta instrumentalizarlo. Y esto porque las elites del bloque dominante se ven obligadas por el peso de las condiciones normales vigentes a aceptar las formalidades democráticas liberales. Ellas saben que la subjetividad desarrollada al calor de las diversas luchas recientes no puede ser quebrada en las condiciones actuales y menos aún aplastada de manera estratégica como ocurrió en septiembre del 73 (el aniquilamiento físico solo se permite en la cultura política civilizatoria actual en el marco de conflictos entre Estados belicosos).
Esto lleva a las derechas, en la lógica de sus artimañas de poder, elevada al rango de racionalidad instrumental, a blindar culturalmente el proyecto neoliberal y conservador; a martillar con la ideología del individualismo posesivo y de las libertades para elegir en los mercados (operan confundiendo el derecho de “propiedad” de una humilde pensión, con la propiedad de grandes extensiones forestales, mineras devastadoras y capitales financieros). Es la manera de asentar sus valores en la percepción del pueblo como el orden normal de las cosas. Siempre la misma triquiñuela.
Es así como los escándalos de las platas mal habidas en convenios entre notorios militantes de RD se enmarcan en la ideología que sostiene que el dinero es el nervio de la lucha política y no la consciencia política y de clase desarrolladas en la práctica misma de la transformación social. El que se diga que Izquierda y Derecha por igual utilizan el dinero para pagarse un sillón de millones en el Congreso no es una opinión que incomode a esta última. A la derecha no le importa que entre 3 a 5 millones de votantes digan “los políticos son todos unos corruptos”.
Lo de Revolución Democrática le vino como anillo al dedo al bloque opositor al Gobierno. Los fundamentos de su campaña ideológica actual les fueron servidos en una bandeja de plata a la derecha, la oligarquía empresarial y a sus medios y periodistas.
No obstante, la corrupción por abajo es un síntoma del poder del sistema: es a lo que tendían “naturalmente” con sus prácticas los cuadros burocráticos de Revolución Democrática al interiorizar las viejas formas de hacer política institucional, sin pueblo organizado y desde sus feudos administrativos (desde sus inicios RD fue financiado por la Open Society del multimillonario Georges Soros).
Un deseo de ser como el otro, o mimetismo espontáneo con las prácticas de tráfico de influencias en las instituciones del Estado más el habitus (paquete de comportamientos institucionalmente adquiridos) de la partidocracia, expresan la falta de convicciones revolucionarias y democráticas profundas al reproducir los tradicionales comportamientos y artimañas de aprovechamiento, pero con una retórica de superioridad moral para su ocultamiento.
Estos fueron los impulsos que se revelaron en la elite de Revolución Democrática. Quedó evidente la pobreza conceptual, teórica y organizativa, de la que ahora se lamentan en los medios los mismos intelectuales orgánicos del frenteamplismo (Noam Titelman y Carlos Ruiz).
Sin embargo, era evidente que, sin asambleas ni congresos extraordinarios para autocriticarse, hacer balances y orientarse en debates a la altura de los tiempos, aquello que se define como Nueva Izquierda, Izquierda Renovada o Socialdemocracia a la chilena, no es más que una copia forzada de las socialdemocracias europeas; hoy desalojadas por fuerzas de ultraderecha y conservadoras, una tras otra del ejercicio del poder en Europa en guerra y en las llamas de los conflictos sociales, políticos y ambientales.
Este contexto es el estímulo ideológico de los partidarios de J.A. Kast. Pero por sobre todo es necesidad de Orden que el Capital necesita para reproducirse. Esto que llaman “crecimiento”.
El temor acendrado y la sospecha de las derechas chilenas de que una fracción de la sociedad desencantada pueda plegarse a un proyecto popular desembarazado de las ilusiones – que fueron sistematizadas y alentadas por los intelectuales orgánicos del FA con el silencio cómplice del PC – se instalaron en su franja más ultraliberal y conservadora. Es la que está convencida de que si la tendencia se mantiene J.A. Kast ganará las próximas elecciones presidenciales.
En la evaluación de la derecha este Gobierno se debilitó hasta la agonía. Prestos y nada perezosos, como señal de conducta apegada a las normas del Estado unitario de las clases dominantes, el bloque gobiernista encarceló al dirigente mapuche Héctor Llaitul desde inicios del mandato de Boric. Este hecho ominoso creó un precedente favorable a las medidas represivas.
Las opciones favoritas de las derechas después de sus victorias institucionales son blindarse y contar con la mano dura contra el movimiento popular y los movimientos sociales. Esta táctica se acompaña con la negativa radical por parte del empresariado de pactar y consensuar siquiera tibias reformas en pensiones, tributos, alza de salarios y salud.
En la perspectiva de la derecha política y de la oligarquía empresarial, ¿para qué dialogar, consensuar y negociar con el Gobierno de Boric, Elizalde, Marcel, Tohá, Vallejo, Maira e Insunza si la Constitución redactada (“legal”, pero nunca legítima) por los expertos designados a dedo por la partidocracia del Congreso, o la de Pinochet-Lagos que se quedaría, le dará todas las ventajas legales necesarias para echar mano a la gobernabilidad autoritaria y neoliberal?
Modernizar el Estado no significa otra cosa en la retórica de derecha que 1) externalizar servicios para que los privados lucren con derechos sociales, es decir más subsidiaridad, 2) afinar el aparato represivo hasta militarizarlo.
Es así como los que optaron por una vía socialdemócrata moderada de respeto del modelo y que apelaron a las viejas fuerzas de la transición a configurar un bloque consensual con repartija de honorables cotos de caza ministeriales en la cima del Estado, junto con pequeñas satrapías regionales de micro-poder, han llevado al fracaso las aspiraciones de dignidad, justicia, emancipación y democracia participativa que de alguna manera ellos representaron y que se manifestaron masivamente y con fuerza durante las jornadas de Octubre del 2019.
Es así como al igual que con la Concertación durante 30 años, quienes pretendieron liderar cambios terminan dándole fueros en realidad a la política deshonesta, a los bajos salarios, a las pensiones miserables, a las largas listas de espera en salud pública, a la nula inversión en educación para el futuro, a la carestía de la vida, a la destrucción programada del medio ambiente y al desamparo de la tercera edad.
Hemos visto como el frenteamplismo (CS, RD, Comunes) y el PC del bloque consensual de partidos en el Gobierno del Estado no han sido capaces de avanzar en transformaciones estructurales porque no quisieron enfrentarse a la realidad de la crisis política.
Prefirieron adoptar el análisis sesgado de los renovados socialistas después de la experiencia de la UP que sostiene que solo la moderación permite crear puentes con la gran burguesía propietaria, nacional y extranjera y entregarse al poder imperial en política exterior; por lo que no hay que sacar provecho político de la corrupción de los poderes dominantes, de la derrota ideológica de la Concertación de los 30 años, ni de las normativas disponibles para combatirlo.
Tampoco pensaron articular un proyecto ideológico para avanzar en derechos sociales que permita poner lo común y lo público por encima de la gran propiedad privada en una Constitución democrática. Ni menos consideraron, por conformismo ideológico y por temor, la posibilidad de explicar y plantear la necesidad de un sistema informativo pluralista.
Este Gobierno prefirió comprarle la retórica del Orden a las derechas para obtener legitimidad en las pequeñas reformas (como las 40 horas), o el proyecto de reforma tributaria que pasó del 4% del PIB del programa de Gobierno al 2% de Mario Marcel. Las amenazas al Orden le sirven de pretexto para no intentar compatibilizar la seguridad ciudadana con la transformación social.
Garantes de la “paz laboral”, las fuerzas gobiernistas, gracias a la domesticación de gran parte del movimiento sindical (CUT), forjaron ilusiones socialdemócratas de pacto y diálogo con las fuerzas empresariales y las derechas parlamentarias. Hoy, la realidad política le pega en las narices a la casta gobiernista: los grandes empresarios nunca han querido pactar en lo tributario. Estos son duchos en el uso de tácticas dilatorias.
En este escenario, solo acumulan fuerza política las viejas fuerzas concertacionistas conservadoras y pro neoliberales que capturaron el timón del Estado con los consiguientes roces (quizás para la galería) con el Gobierno de Boric (*).
Los tiempos políticos pasan y las coyunturas favorables se pudren rápidamente. El tiempo de las negociaciones y la construcción de relaciones de fuerza favorables al cambio social, lo mismo. La tesis que plantea que las socialdemocracias fracasadas dan paso a las ultraderechas tiene más actualidad que antes. Y sin embargo la solución existe. Revertir la sumisión de este Gobierno al proyecto de las derechas podría venir de las bases de los partidos del bloque gobiernista. Difícil. Pero de poder, se puede.
Que las bases obliguen a sus direcciones a realizar congresos de orientación para dotarse de un programa de transformaciones necesarias reactualizadas. Programa y medidas que deberían ser explicadas a través de los medios que este Gobierno dispone por su presencia en los aparatos del Estado y la cantidad importante de militantes allí presentes.
Por supuesto que esto implica un debate acerca de la cuestión estratégica, es decir quién tiene el poder de decisión en el mismo Estado, en las estructuras económicas, en las configuraciones simbólicas jurídicas y culturales y en la sociedad; y en cómo se influye en el imaginario social en tiempos de definiciones del destino de una sociedad.
¿Qué significa esto de modernizar el Estado si no se arrancan de cuajo las condiciones de posibilidad de la corrupción en las instituciones mismas del Estado, FFAA, Carabineros, partidos políticos, administración del Estado?
La pregunta clave tiene más de 50 años y es sencilla: ¿para qué somos gobierno y cómo evitamos que se nos arrebate este gobierno legítimamente ganado (en una perspectiva de cambios), es decir cómo impedir un Golpe de Estado duro o en su defecto blando con lawfare?
Es ahora y no en un futuro próximo “cuando estemos maduros” que hay que experimentar con el poder. Por de pronto, habría que evitar que la sumisión de este Gobierno a los planes de la oligarquía empresarial y a sus partidos instalen la decepción en la política de una izquierda transformadora. Una manera de evitarlo es trabajar políticamente para que las luchas llamadas identitarias (las opresiones específicas si se quiere hablar en otros términos) junto con las de los estudiantes, converjan con la potencia objetiva del movimiento de trabajadores (los y las únicas que pueden parar el funcionamiento de un país).
Los tiempos no están para ser crédulos en quimeras sino para ser audaces en la acción colectiva. No hay contradicción entre intentar construir un entramado de organizaciones que levante la cabeza con movilizaciones en la coyuntura marcada por la agonía del bloque consensual que mal gobierna con sus ínfulas socialdemócratas trasnochadas.
Como intelectuales y militantes por la emancipación la tarea es mantener viva la búsqueda y la experimentación de un marco organizativo útil a la acumulación de fuerzas de las y los explotados y explotadas y de las oprimidas y oprimidos (opresiones que determinan identidades por supuesto) conectándonos a las luchas del pasado lejano y reciente, para así poder ir rescatando lo mejor de las formas organizativas populares a 50 años del Golpe.
Es decir, lo mejor de la herencia de quienes se enfrentan al sistema de dominación y luchan por conquistar lo común desde hace dos siglos, la de la lucha de clases, de las tradiciones anticapitalista, socialista, comunista auténtica, libertaria, demócrata radical, cristiana y revolucionaria.
Por Leopoldo Lavín Mujica
(*) Mientras que el Presidente defiende al Seremi del Maule Rodrigo Hernández de RD, este es sumariado por Carlos Montes, el influyente PS ministro de Vivienda.
Sigue leyendo: