Muy poco se sabe que en la década de 1930 la derecha chilena le dio un pleno respaldo a Hitler y Mussolini; a través de su prensa, de sus políticos e intelectuales y del propio gobierno de Arturo Alessandri. Es más, los vio como un ejemplo para todo el mundo y particularmente para Chile en la lucha contra “el comunismo”.
De este modo, tenemos que luego de la ascensión de Hitler al poder y de su inmediata represión violenta del comunismo alemán, El Mercurio editorializaba: “Los comunistas, al amparo de gobiernos relativamente débiles (…) habían desarrollado una activísima propaganda y tenían tendidos los hilos de una red siniestra de ataques a la propiedad, de crímenes políticos, de disturbios de todo género, que habrían de culminar en el estallido de la revolución social (…) Todo esto ha sido desarmado por la actitud viril de Hitler (…) Alemania está dando ahora un ejemplo de virilidad al mundo con su actitud de hoy, y es de esperar que el comunismo internacional aprenda en esta coyuntura de cuánto es capaz una sociedad que sabe defenderse y que para ello no olvida ninguna de sus reservas de energía ni desprecia ningún instrumento de acción” (El Mercurio; 5-3-1933). A su vez, El Diario Ilustrado afirmaba que “en Alemania ha empezado la ‘batida comunista’ con un fervor ejemplar. Se les arroja de todas partes (…) Es tiempo de imitarles” (El Diario Ilustrado; 29-3-1933).
Posteriormente, ambos diarios comentaron positivamente “la noche de los cuchillos largos” del 30 de junio de 1934; en la que Hitler mandó asesinar a Ernst Röhm y la plana mayor de las SA, que pretendían izquierdizar su “revolución nacional”; y a varios líderes contrarios al nazismo como el ex primer ministro Kurt von Schleicher, y el jefe de la Acción Católica, Erich Klausener. Así, el director de El Mercurio, Carlos Silva Vildósola, afirmaba que “Hitler ha reprimido una conspiración de las llamadas Tropas de Asalto del partido (…) El procedimiento de Hitler aparece ahora comprensible (…) Es posible que con este método haya evitado una guerra civil. No estamos tratando de justificarlo, sino de explicarlo” (El Mercurio; 10-7-1934). A su vez, en El Diario Ilustrado se señalaba complacientemente que “los graves acontecimientos que se han desarrollado en estos días en Alemania” estaban demostrando que se había impuesto completamente la línea derechista sobre la izquierdista dentro del nazismo (ver El Diario Ilustrado; 3-7-1934).
Dicho respaldo se mantuvo en el tiempo. Especialmente en el caso de El Mercurio, quien hizo una evaluación apologética del nazismo en 1938: “Una perfecta unidad que electriza a todos los alemanes sin distinción alguna; una mística del trabajo y del dinamismo que hace a todos ellos arrostrar cualquier sacrificio con tal de que se emplee en provecho general; un amor ardiente al suelo natal, a sus tradiciones y glorias, y un deseo ferviente de mostrar objetivamente al mundo la potencia industrial, económica, técnica, científica y artística de Alemania; tales son los sentimientos que unen en estas horas a todos los alemanes. Bastaría contrastarlos con el apocamiento psicológico de que fue víctima por años este pueblo digno de los mejores destinos, a raíz de la guerra europea de 1914-18, para darse cuenta de la amplitud de la transformación sufrida” (El Mercurio; 1-5-1938).
En el caso de El Diario Ilustrado se hacía una salvedad doctrinaria (recordemos que este diario era conservador-católico), pero ello no impedía una clara adhesión política: “Ni tal circunstancia puede disminuir ni en pequeña parte el vivo sentimiento de admiración (…) hacia el empuje formidable de su raza, a su extraordinario resurgimiento en todo orden de actividades, especialmente en las económicas e industriales (…) Ese gran resurgimiento general de Alemania se nos ofrece tanto más significativo e importante si recordamos la situación tremendamente aflictiva que confrontaba la Alemania de los años que siguieron a la gran guerra” (El Diario Ilustrado; 1-5-1938).
Por otro lado, la evaluación del fascismo y de Mussolini que hacían ambos periódicos, en el mismo 1938, no podía ser más favorable. Así El Mercurio, luego de ensalzar las “transformaciones políticas y sociales que han colocado a Italia a la cabeza en mil conquistas de indisputable importancia histórica”; señalaba que “el Señor Mussolini (…) ha sido el promotor de estas reformas y el autor más directo, por lo tanto, de la nueva situación que da a Italia un sitio entre las grandes potencias que rigen el mundo (…) Una fe nueva enciende a millones de hombres en la certidumbre de que la nación que forman ha ocupado por la fuerza de su voluntad el lugar a que le daban derecho sus tradiciones. Un ímpetu de progreso empapa por igual a todas las clases sociales, que rivalizan en el sacrificio de sus aspiraciones particulares con tal de hacer la grandeza del Estado y de robustecer la obra providente que éste realiza” (El Mercurio; 11-11-1938).
A su vez, El Diario Ilustrado exaltaba “el afianzamiento de la unidad nacional (italiana) y la creación del imperio después de la victoriosa guerra en el Africa Central. Los inmensos beneficios que de ellos se han derivado para Italia, conduciéndola, en primer término, a ocupar una posición de primera línea entre las grandes potencias, cuya influencia se hace sentir más hondamente en los movimientos políticos, culturales y económicos del mundo entero, constituyen motivo de legítimo orgullo para los italianos” (El Diario Ilustrado; 11-11-1938).
También entre los políticos e intelectuales conservadores y liberales se observaba análogo entusiasmo con Hitler y Mussolini. Así, entre los conservadores tenemos a su destacado dirigente político e intelectual, Pedro Lira Urquieta, quien expresaba en 1934 que “digámoslo de una vez: sean cuales fueren los resultados definitivos de su acción, esos hombres (Hitler y Mussolini) han realzado la voluntad humana con gestos magníficos, han procedido vigorosamente alentados por una pasión nobilísima: la grandeza de su patria. A la vista de las pequeñeces, de las vacilaciones, de la falta de decisión y entereza para enfrentar los arduos problemas que caracterizan la vida política de los países a base parlamentaria ¿cómo no admirar y desear imitar el gesto de esos hombres todo energía, audacia y optimismo?” (El futuro del país y el Partido Conservador; Edit. Splendor, pp. 47 y 53-4).
A su vez, en el campo liberal, tenemos a Alberto Mackenna Subercaseaux, quien planteaba en 1937 que “sin gobiernos de plena autoridad como los de Alemania, de Italia, de Portugal, del Japón y de Turquía, la masa envenenada por la propaganda soviética habría logrado ejercer su influencia devastadora, por razón de su número, como sucedió en Italia en el año 19 y como acontecerá en cualquier otro país en que los gobiernos por incomprensión del ambiente o por torpe timidez, permitan la propagación de esta plaga cundidora”. Además, sostenía que “la actitud resuelta y enérgica de Mussolini ante la invasión soviética en España (sic) es un baluarte para la civilización occidental” y que “hay dos fuertes naciones (Alemania e Italia) bien conscientes de su rol en la colectividad y previsoras del futuro, que les han salido al encuentro (a las revoluciones comunistas) y no permitirán su triunfo. Son dos robustas columnas que sostienen el edificio de la civilización occidental en esta hora de prueba” (La furia roja; Edic. de La Gratitud Nacional, pp. 45 y 76-7). Por otro lado, el diputado liberal Alejandro Dussaillant sostenía, con todo desparpajo en 1933, que “la Italia con su gobierno antidemocrático es, hoy por hoy, el país de Europa que progresa en forma más intensa. Ya no cabe negarlo” (Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 4-9-1933).
Incluso el propio gobierno de Alessandri, que contó con el apoyo permanente y entusiasta de liberales y conservadores, manifestó claras simpatías hacia el nazismo. Así, permitió que el cónsul chileno en Berlín, Miguel Cruchaga Ossa (sobrino del canciller Miguel Cruchaga Tocornal), lanzara simultáneamente en Santiago y Berlín, en 1933, el libro apologético del nazismo titulado El Tercer Reich (Impr. Talleres San Vicente, Santiago), en donde se llegó incluso a alabar la tristemente célebre incautación y quema de libros: “El gobierno del Reich dispuso una campaña enérgica en busca del material de propaganda (marxista) (…) De este modo se confiscaron las obras de Emil Ludwig, Lion Feuchtwangler, Ernst Toller y (Karl von) Ossietzky (…) Heinrich y Thomas Mann, Erich María Remarque (…) Karl Marx, Friedrich Engels”; y que “como emblema de su destrucción, hubo una reunión fantástica en Unter den Linden, frente a la Universidad, donde se reunieron asociaciones patrióticas y estudiantiles a presenciar el fuego divino que debía consumir la anarquía y el desquicio del alma popular. Asistí a esta ceremonia y pude oír al joven y talentoso ministro de Propaganda Dr. (Joseph) Goebbels (…) Al centro una inmensa hoguera alumbraba los rostros de la juventud estudiantil que se reunía a las doce de la noche a despedir a los autores marxistas en su viaje al infierno” (pp. 125-6).
El gobierno de Alessandri efectuó también numerosos gestos internos proclives al gobierno y persona de Hitler. Así, por ejemplo, presionó al director de Topaze para que dejara de caricaturizar al dictador alemán (ver La Hora; 17-8-1937); prohibió una película basada en una obra de Erich María Remarque (ver La Opinión; 11-11-1937); proveyó el Orfeón de Carabineros para un acto de homenaje a Hitler en una escuela normal, al que asistió el embajador alemán (ver La Opinión; 1-7-1936); prohibió un acto en la Biblioteca Nacional en la que la Alianza de Intelectuales por la Cultura entregaría 231 libros de autores alemanes –y en idioma alemán- prohibidos por el gobierno nazi (ver La Hora; 2-6-1938); y durante la censura de prensa aplicada al amparo de las Facultades Extraordinarias en septiembre de 1938, prohibió la transcripción de críticas de intelectuales extranjeros a la personalidad de Hitler (ver Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados; 27-9-1938).
Pero sin duda que el apoyo más relevante a Hitler fue el que le prestó Alessandri en la Sociedad (Liga) de las Naciones. Así, uno de sus funcionarios más emblemáticos, el intelectual español Salvador de Madariaga, recordaba que en el Consejo de la Sociedad, Chile y Dinamarca fueron “los dos países más reacios a toda condena contra Hitler” (Memorias (1921-1936). Amanecer sin mediodía; Espasa-Calpe, Madrid, 1977; p. 462). Uno de esos casos fue con ocasión de la remilitarización de Renania (violatoria del Tratado de Versalles) efectuada por orden del dictador alemán en marzo de 1936. En él, Chile no sólo se abstuvo de condenar aquella violación del derecho internacional, sino que además llegó al extremo –según cuenta el embajador alemán en Chile, el Barón von Shoen– que al día siguiente de la ocupación del territorio por el ejército alemán, el canciller Cruchaga le manifestó “sus simpatías” por esa acción (ver Joaquín Fermandois – Abismo y cimiento. Gustavo Ross y las relaciones entre Chile y Estados Unidos 1932-1938; Universidad Católica de Chile, Santiago, 1997; p. 228).
Como resultado de todo lo anterior, El Mercurio señaló con complacencia en 1938 que “las relaciones entre Alemania y Chile, huelga decirlo, han sido perfeccionadas y mejoradas en los últimos años” (1-5-1938). Y como muestra de ello el gobierno alemán condecoró con la más alta distinción del Reich (Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana) al canciller José Tomás Gutiérrez Allende y al ex canciller Miguel Cruchaga (ver La Hora; 27-3-1938).
Asimismo, el gobierno de Alessandri respaldó enormemente al régimen de Mussolini, al oponerse a las sanciones que aplicó la Sociedad de las Naciones a Italia por su guerra de anexión a Etiopía. Esto llevó, incluso, a la renuncia del embajador de Chile ante la Sociedad, el destacado político liberal Manuel Rivas Vicuña, en disconformidad por dicha posición. Aquel apoyo fue entusiastamente recibido en Italia. Así, el diario Il Messaggero “publicó un artículo de aplauso y de elogios a Chile por su actitud al tomar la iniciativa en Ginebra para la abolición de las sanciones económicas que se impusieron a Italia” (El Mercurio; 15-7-1936).
Tal fue la importancia de dicho apoyo, que el dictador italiano se lo agradeció de manera especial a Alessandri cuando éste lo visitó en 1939, luego del fin de su presidencia. Es lo que cuenta el ex presidente, cuando señala que Mussolini le expresó que “sentía viva y eterna gratitud por la actitud que ordenó observar en la Liga de las Naciones a los representantes de Chile frente a las injustas sanciones con las cuales pretendieron obstaculizar la guerra de Italia contra Abisinia (Etiopía)” (Recuerdos de Gobierno, Tomo II; Edit. Nascimento, Santiago, 1967; p. 106).
Como culminación de todo lo anterior, el gobierno de Alessandri retiró a Chile de la Sociedad de las Naciones en mayo de 1938, en un gesto claramente interpretado como favorable a Alemania e Italia que ya la habían abandonado y le desconocían toda autoridad. Más aún, cuando el embajador chileno ante ella, Agustín Edwards Mac Clure, previo al retiro de Chile había hecho una propuesta de reforma del Pacto –que no fue aceptada- en el sentido de restarle sus facultades coercitivas, ¡la misma razón por las que Alemania e Italia se habían retirado previamente de la organización mundial! (ver Fermandois; p. 243 y La Hora; 15-5-1938).
Por Felipe Portales
Publicado originalmente el 27 de octubre de 2021 en Politika.