Por Karen Hermosilla Tobar
No sé si felicitar a Marcela Cubillos por no hacer clases en la San Sebastián, una sino la más costosa de las universidades en Chile, recibiendo grandes montos basales del erario público, o castigarla.
Claro, porque con sus conceptos y cosmovisión de un mundo neoliberal, los futuros profesionales -ya envenenados por la ideología del capital impartida- habrían salido con un verdadero MBA acerca de las felonías y más grandes desfalcos a un Estado que, como siempre lo he dicho, plutócrata y policial, es la célula que protagoniza la protección irrestricta de la propiedad privada y apenas la administración de la pobreza.
No es muy difícil pensar que la dupla ganadora Allamand/Cubillos se dedique a esparcir por Latinoamérica sus preceptos, luego de ser ministros del occiso Sebastián Piñera.
Digamos que como una suerte de ladrillo que no le daba siquiera para manual de electrodoméstico, Andrés fue hasta la siempre nacional y popular República Argentina a entregar en manos de Milei la fórmula secreta que hoy tiene en la debacle al vecino país.
Ni mencionar, por lo mala leche que resultaría, que la obra de su hermano Felipe, luego de su muerte en el fatal vuelo a Juan Fernández, organizado por la FACH, a cargo, a la época, de Andrés, su cuñado, y en el que también volaba Camiroaga, hoy sea una entidad muy lejana a la original y de capitales españoles.
Descaro, sí. Descaro ganar dinero semipúblico de una “UDIversidad”, por no hacer nada, considerando al de a pie, en promedio, gasta hasta cuatro horas de traslado para llegar a su lugar de trabajo donde gana el mínimo, contando subvenciones de todo tipo, también del Estado, plataforma empresarial de los ricos.
Esa, la gran familia, la casta, como diría Milei, vive del Estado, a pesar de sus furibundos discursos en pro de la libertad, ganando a raudales en simposios de Hayek, Friedman y Seneuil, y en centros educativos, canuteando el discurso vertical de la caridad, que no es más que el del afianzamiento de la miseria, los que se han transformado en lavadoras de dinero para gasto electoral y para seguir engordando a la elite, al igual que buena parte del aparato del Estado como botín o caja de empleos de alta administración que ellos mismos ocupan, por cierto.
Ahora, que sean 17 millones al mes, hacen que la situación salga de la simple anécdota y se transforme en un robo grosero y una burla para el pueblo.
La única manera seria, en mi trasnochado delirio marxista: la expropiación de las universidades privadas, dando por hecho que ya hay un negocio inmobiliario detrás, para establecer por fin una educación pública y de calidad, con profesionales para el servicio de su patria en su urgente necesidad de un Proyecto País Nacional y Popular que nos saque de las garras de un animal de mil fauces que condenan a Chile a ser consumido hasta los huesos.
Por Karen Hermosilla Tobar
Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.