La falsa promesa de seguridad

Sin una conexión genuina con la ciudadanía y sin un enfoque técnico adecuado, la seguridad seguirá siendo utilizada como una herramienta política en lugar de una solución real para la crisis que enfrentamos.

La falsa promesa de seguridad

Autor: El Ciudadano

Por Ivo Castillo Osorio

El discurso de la seguridad se ha convertido en la consigna favorita de muchos alcaldes y aspirantes al poder. Prometen orden, control y el fin de la delincuencia, pero la realidad demuestra que esas palabras no se traducen en hechos concretos. Un claro ejemplo de esto es lo que ocurre en Santiago con Mario Desbordes, en Ñuñoa con Sebastián Sichel y en San Fernando con Pablo Silva.

Cuando Desbordes asumió como alcalde de Santiago, llegó con la promesa de recuperar los espacios públicos, terminar con el comercio ambulante ilegal y devolverles la tranquilidad a los vecinos. ¿Y qué ha pasado en estos cuatro meses? Los toldos azules proliferan sin control, la delincuencia se ha desatado y la comuna vive un desorden peor que antes. No hay un plan efectivo, no hay medidas que estén funcionando.

El caso de Sebastián Sichel en Ñuñoa es similar. Su discurso también estuvo centrado en la seguridad, en endurecer el control de las calles, en reducir la delincuencia. Sin embargo, hoy la comuna enfrenta una ola de abordazos, portonazos y robos de autos en niveles críticos. No hay una estrategia real, solo un eslogan de campaña que se diluye en la inoperancia.

En San Fernando ocurre otro caso que deja en evidencia la desconexión entre el discurso y la realidad. La seguridad en la comuna está en crisis. Los robos aumentan, los barrios están más inseguros y la gestión municipal en la materia es ineficaz. ¿Cómo podría ser de otra manera si el director de Seguridad Pública no es un profesional del área? En su lugar, tenemos a alguien que ocupa el cargo por razones políticas, un pituto que responde más a compromisos de poder que a las necesidades reales de los vecinos. Así, la seguridad no se gestiona con criterio técnico, sino con favores y amiguismos, dejando a la comunidad expuesta a la delincuencia sin un plan serio de prevención.

Entonces, con estos antecedentes, ¿por qué alguien debería creerle a Evelyn Matthei cuando habla de seguridad? La gente que la apoya y que comparte su misma línea política ha fracasado en sus intentos por mejorar la seguridad. Si los alcaldes que siguen su mismo discurso no han logrado resultados, ¿qué garantiza que ella lo haría diferente? No es un tema de intención, sino de ejecución, y hasta ahora la evidencia demuestra que estas promesas terminan en el vacío.

Durante el gobierno del presidente Gabriel Boric, la inversión en seguridad superó los 1.500 millones de dólares en equipamiento, tecnología y refuerzo policial, según cifras oficiales del Ministerio del Interior. No obstante, para que estas inversiones sean efectivas, es fundamental que el nuevo Ministerio de Seguridad Pública sea liderado por profesionales con conocimiento real del territorio y de los problemas que afectan a vecinos. Sin una conexión genuina con la ciudadanía y sin un enfoque técnico adecuado, la seguridad seguirá siendo utilizada como una herramienta política en lugar de una solución real para la crisis que enfrentamos.

El problema es claro: la seguridad se ha convertido en una bandera política sin sustento real. Se usa para ganar elecciones, pero no para gobernar. Se promete, pero no se ejecuta. Y mientras tanto, los ciudadanos siguen enfrentando un clima de inseguridad que los políticos parecen incapaces de resolver. Lo que hoy se necesita no son discursos vacíos ni frases de impacto en redes sociales, sino políticas reales, equipos capacitados y una gestión sin compromisos con los intereses de siempre. Hasta que eso no ocurra, la seguridad seguirá siendo solo una promesa rota.

Por Ivo Castillo Osorio

Asesor político. Administrador público. Licenciado en Gestión Pública.

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Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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