La violenta elite chilena y sus responsabilidades no asumidas

"No es el llamado de la elite a no comulgar con la violencia lo que se critica, sino la hipocresía. Para que sea escuchado, tal llamado no puede provenir de los máximos violentistas..."

La violenta elite chilena y sus responsabilidades no asumidas

Autor: Absalón Opazo

En estos últimos días, Bellolio y Pérez, desde sus vocerías de Gobierno, dan cátedra sobre violencia y democracia. Sin embargo, la elite chilena en el poder, no logra encarar sus responsabilidades, se resiste a caracterizar correctamente sus acciones, e insiste en un discurso que no considera el menor rigor de análisis lógico y menos moral.

Con tono destemplado, ambos llaman a que la ciudadanía y sus organizaciones sociales, gremiales y políticas hagan pública su posición en contra de la violencia; que condenen los actos violentos sin dobleces. Por cierto, ellos se ubican en lo alto, y desde sus modernos púlpitos, increpan, a los que, según ellos, son los responsables de la crisis y de sus consecuencias de desintegración social.

Antes de que se les recuerde su pasado, ellos piden que seamos serios y hablemos del presente, dando por enterrado el terrorismo de Estado, que ellos ya superaron, reconvirtiéndose en paladines de la paz, la libertad, la democracia y el bienestar.

Dándoles en el gusto, describiremos su accionar en el periodo que eufemísticamente ellos llaman “retorno a la democracia”. Y en ese contexto, se puede afirmar con datos duros, que ellos representan la parte más violenta de nuestra sociedad.

Debemos aclararle a la elite, que la violencia no se restringe a las acciones de violencia física, sino que se manifiesta de múltiples modos. Existe una violencia económica, en la que los poderosos, no trepidan en acumular exorbitantes ganancias, a costa de tener a más del 80% de sus compatriotas sumidos en una humillante situación económica, mientras tienen que soportar que el noticiero les informe, acerca que la riqueza del país alcanza un promedio de 25.000 dólares per cápita anuales.

Existe una violencia de género, en donde se mantiene a las mujeres como ciudadanas de segunda y tercera categoría, a las cuales no se les paga lo mismo por una misma labor, que se les exige la procreación, la crianza, el cuidado de enfermos y ancianos de la familia, no sólo sin compensación, sino que, con consecuencias nefastas para su desenvolvimiento económico, social, político y de seguridad; así, las cifras de femicidios se naturalizan, y se desatan sin control.

Existe una violencia racial, en la que los pueblos originarios, soportan la discriminación, la humillación, la degradación de sus culturas y estilos de vida, y se les fuerza a homogenizarse, sitiándolos con fuerzas militarizadas, encarcelándolos con montajes, y desprestigiándoles con líneas editoriales de todos los medios de comunicación, que casualmente, están en manos de esa elite.

Existe una violencia generacional, en que se despoja a la gente joven de este país de su condición de ser humano, a lo más se verá en ellos seres inacabados, con lo que se permite el maltrato, el olvido y el asesinato de niñas, niños y adolescentes, con cifras espeluznantes y con respuestas falsas, dilatorias, que no resuelven el futuro monstruoso de las nuevas generaciones.

Ni hablar de la violencia que padece la disidencia sexual.

La violencia ecológica, en donde su expresión icónica, en un contexto caótico de destrucción ambiental, es la privatización del agua, dejando poblaciones enteras sin suministro de agua potable.

Suma y sigue: ciudades planificadas en segregación social. Colusión de precios de medicamentos de enfermedades crónicas. Sistema de salud precarizado. Sistema de educación con brechas inaceptables. Otras formas de violencia contra la población chilena son la cultural, la psicológica y la moral.

Como si todo lo anterior no resultara una descripción insufrible, debemos recoger, además, la violencia brutal, la transgresión a los DDHH de la ciudadanía en los meses de la revuelta social. Las escandalosas cifras de víctimas de asesinatos, mutilaciones oculares, torturas, golpizas, encarcelamiento y todo el despliegue de la fuerza de represión en las calles con gases y chorros de agua con químicos a alta presión, en todo el territorio nacional.

Por cierto, que las responsabilidades de los males que padece la ciudadanía, no son exclusivamente achacables a la elite. El Pueblo lo reconoce, y dice claramente que son décadas de conciencias dormidas, y en ese sopor, asumió los antivalores del consumismo y el individualismo. Tal reconocimiento se cantó y gritó por millones de gargantas emocionadas, en cada ciudad y pueblo del territorio: ¡CHILE DESPERTÓ, DESPERTÓ, CHILE DESPERTÓ!

No es el llamado de la elite a no comulgar con la violencia lo que se critica, sino la hipocresía. Para que sea escuchado, tal llamado no puede provenir de los máximos violentistas, aun cuando sea una gran necesidad para nuestra sociedad. Parafraseando a MLK, son las acciones violentas en todas sus formas las que interesa combatir, y no a las personas que las generan, porque ellas están atrapadas en esa oscuridad, en esos antivalores y en una inentendible falta de verdadera solidaridad, que envilece sus propias vidas, violentando a todo su entorno.

Cómo quisiéramos que el llamado de la elite fuera sincero, pero es falso. Un ejemplo, frente a la seguidilla de acciones contra los DDHH que perpetra carabineros, la elite dice que ellos jamás dieron esas órdenes y que condenan enérgicamente tales atropellos. Pero, es el presidente el que criminaliza la protesta social, es él el que habla de guerra y de enemigos internos; con ese contexto presidencial, ¿cómo pueden esperar un actuar distinto de las fuerzas policiales? A todas luces es un contrasentido, una flagrante hipocresía.

Si de verdad quieren superar estas atrocidades, es muy simple lo que tienen que hacer, no requiere de grandes inversiones de dinero. Le deben dar la orden a todo uniformado, que deben proteger a los manifestantes, porque la ciudadanía es el poder soberano de una nación, y tienen el derecho inalienable de realizar manifestaciones públicas; y por tanto es su deber respetar y cuidar esas expresiones públicas. Y para que los uniformados comprendan, las autoridades políticas tienen que ser coherentes con esa orden, en sus actuaciones y en sus discursos, independiente del grupo político al que pertenecen, y que eventualmente está en el poder.

No habrá legitimidad en los discursos contra la violencia, de la elite política y económica hoy en el poder, hasta que no reconozcan que la violencia en Chile se ejerce desde un modelo que ellos mismos instalaron, y que históricamente vienen defendiendo, y cuando lo definen necesario, incluso con la brutalidad de la represión.

Es un cambio de mirada sobre la crisis actual lo que se requiere, es aceptar profundamente que compartimos un proyecto gregario, y que definitivamente no habrá progreso en Chile, si no es para todos; porque los privilegios para unos pocos, irremediablemente termina en el progreso de nadie.

Por Guillermo Garcés Parada
Militante Humanista


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