Por Roberto Pizarro Hofer
El triunfo de Gabriel Boric y su propuesta de transformaciones alimentó esperanzas de una mejor vida para los sectores populares. Al menos terminó con la indiferencia ante lo injusto y resultará más difícil seguir jugando con la inocencia de la gente. Sin embargo, el neoliberalismo, ese enemigo implacable del pueblo chileno, sigue presente, se resiste. Lo defiende un poder económico muy poderoso, medios de comunicación de su propiedad y la derecha que los respalda.
Gracias al estallido social de octubre 2019, se hicieron evidentes las demandas sociales, económicas y políticas del pueblo, las que fueron recogidas en el programa de Gabriel Boric: un nuevo modelo de desarrollo, la defensa del medio ambiente, feminismo, regionalización y profundización democrática. Fue la respuesta a los 30 años de una mala transición, que consolidó el modelo económico de injusticias, instalado por Pinochet, y que aceptó una democracia a medias.
Fueron los jóvenes, primero los de la enseñanza media y luego los universitarios quienes prendieron la chispa de las transformaciones. Las movilizaciones en favor de una educación gratuita y digna se extendieron a demandas feministas, medioambientalistas, regionalistas, contra las AFP y por una salud decente. Eso no lo podemos olvidar.
Los que fuimos parte de la Concertación, pero que nos rebelamos ante una transición subordinada a los grupos económicos, y agotamos nuestra paciencia con la corrupción político empresarial, tenemos que agradecer a la nueva generación, la buena nueva de las transformaciones propuestas por el programa de Boric. Pero, su gobierno no ha estado sembrado de rosas.
La derecha, los grupos económicos y sus medios de comunicación se resisten a la propuesta de cambios que representa Boric. La elite económica y política no puede aceptar que una nueva dirigencia, menos encabezada por la juventud, los reemplace y por eso la combate con saña, envidia y muchas mentiras.
No ha ayudado a la propuesta de cambios un congreso de minoría, una grave crisis de seguridad y la frágil situación económica, que han hecho muy difícil la gestión de gobierno en estos dos años.
Ello ha obligado al Presidente a incorporar al gobierno a personeros destacados del denominado Socialismo Democrático, aun cuando algunos de sus parlamentarios hayan cuestionado decisiones gubernamentales y acosado a figuras del Frente Amplio.
En medio de estas dificultades, el Gobierno ha impulsado iniciativas de claro beneficio en favor de los sectores populares: la ley que reduce la jornada laboral a 40 horas, el aumento del salario mínimo, la responsabilidad parental, el Bolsillo Familiar electrónico, la ampliación del SUF, el copago cero en Fonasa, la incorporación del país al acuerdo de protección ambiental de Escazú. Y, por cierto, esfuerzos significativos para enfrentar la delincuencia y la inmigración indiscriminada.
Esos avances no deben impedir la crítica. Porque es bueno reconocer errores, algunos de los cuales son preocupantes renuncias al programa de gobierno, los que debilitan su apoyo y fortalecen a la derecha.
Para comenzar, muy tempranamente, el Presidente cometió el error de modificar su postura sobre el TPP11, acercándose a la derecha y a la Concertación. Con ello se ha fortalecido la política de apertura económica radical al mundo, la que impide utilizar la regulación del comercio exterior, como instrumento de protección de las actividades industriales y de reducción del extractivismo.
Este es un cambio en el compromiso programático de Boric, que confunde a la ciudadanía, la que dirá que no hay diferencias con los gobiernos anteriores. Pero, además, hay otros asuntos económicos preocupantes, que pueden significar retrocesos si se persiste en ello. No se avanza en un proyecto económico nuevo, como se ofreció en el programa. Y se sigue hablando del crecimiento como el único camino de progreso. Crecimiento sin apellido, crecimiento, entonces, basado en el extractivismo.
En efecto, no se observan iniciativas que apunten a una nueva propuesta de desarrollo, de transformación productiva. El ministro Marcel hace una política económica como la harían la Concertación o la derecha. O sea, con énfasis exclusivo en ordenamientos fiscales y monetarios.
Por tanto, se persevera en la explotación de los recursos naturales. El acuerdo de Soquimich (SQM) con Codelco es la expresión más evidente de ello. Es un acuerdo que no habla de cátodos de litios, ni de baterías y menos de autos eléctricos, lo que hace feliz a su dueño Ponce Lerou, el ex yerno de Pinochet, quien ya tiene compromisos de venta con compradores de la salmuera.
También el Gobierno ha sido complaciente con el negocio de las Isapres. Contra la decisión del propio Poder Judicial, la Superintendencia de Salud, redujo las multas aplicadas a estas empresas de seguros de la salud que habían engañado a sus afiliados, con el agravante que se les permitió que aumentaran las cotizaciones. Tampoco se observa claridad sobre una política de seguridad social que de término a las AFP.
Es cierto, sin embargo, que en los casos de las Isapres y de las AFP el fuerte lobbismo de los grupos económicos, con el respaldo de la derecha, ha debilitado las posturas originales del Gobierno; pero éste no ha sabido apelar al mundo popular para defender sus propuestas programáticas.
Por otra parte, algunos discursos del Presidente Boric han provocado molestias en sus propios adherentes. En efecto, cuando fue invitado a inaugurar la estatua en reconocimiento del expresidente Aylwin no se limitó a destacar sólo su importancia como primer presidente de la democracia, sino que fue más lejos y planteó una sorprendente identificación de los líderes del Frente Amplio con la Democracia Cristiana histórica:
“Si en el futuro lejano se nos recuerda a los Cariola, Jackson, Vallejo y Boric de la actual generación como hoy se recuerda a Aylwin, Frei, Leighton, Tomic, Fuentealba… sin lugar a dudas, habremos cumplido nuestro cometido”.
Comparación sorprendente que olvida que Aylwin y Frei favorecieron el golpe militar contra el presidente Allende. Esta comparación no creo que haya gustado a Jackson, Cariola y Vallejo.
Y luego, sucede lo mismo cuando el homenaje por el fallecimiento de Sebastián Piñera. Porque el presidente Boric fue mucho más allá del protocolo estatal en su discurso sobre la muerte del exmandatario. Se pasó de largo con sus dichos y se sobreactuó al señalar:
Piñera actuó “usando siempre los mecanismos de la democracia y la Constitución”. Y agregó “(Nosotros) como oposición, en su gobierno, impulsamos querellas y recriminaciones que fueron, en ocasiones, más allá de lo justo y razonable”.
Exceso de generosidad, que liberó así de todas sus culpas al más representativo representante del neoliberalismo y de la corrupción, quien además se quedó con una gran deuda en el ámbito de los derechos humanos.
Boric se equivoca con estos retrocesos programáticos y exagera con sus expresiones sobre Aylwin y Piñera, porque debilitan el campo propio y favorecen a la derecha. Y, a cambio de nada, pues a pesar de los discursos generosos en favor de Aylwin y Piñera y, también, el TPP 11, el acuerdo con SQM y sobre las Isapres, no se aprecia un cambio en el comportamiento de los opositores políticos y de los grupos económicos. La intransigencia de éstos persiste.
Una buena negociación es ceder posiciones a cambio de algo; pero, sin renunciar al proyecto político propio. Y no se observa que la derecha ceda posiciones. El consenso es necesario, pero si la línea divisoria se pierde, se genera confusión en la sociedad y sobre todo, en este caso, se debilita el capital político de la izquierda. Estamos acercándonos a la Concertación, en circunstancias que Boric fue su principal opositor.
Si la esperanza no se pierde quizás la propuesta sobre la formación del Partido Único del Frente Amplio, que se resolverá en los próximos días, podrá entregar mayor fuerza al Gobierno y así evitar nuevos retrocesos. Pero, se necesita un Frente Amplio que se acerque al mundo popular y que trascienda la militancia de clase media alta proveniente de las universidades. Un Frente Amplio vinculado a los trabajadores y que milite en las poblaciones, allí donde están los jóvenes desamparados y el drama de la delincuencia y el microtráfico.
No sólo eso. También el Partido Unificado debiera ser la semilla fundante de una nueva izquierda, que sirva para construir a futuro una propuesta política, económica y cultural que ayude a liberar a las mayorías de la opresión económica del gran capital y de las injusticias sociales. Y, sobre todo, producir un reencuentro con el mundo popular.
Los próximos dos años serán decisivos. No puede haber nuevos retrocesos. El presente y el futuro lo exigen. Y, para lograrlo, no bastará la fuerza única del Frente Amplio y de los otros partidos de la izquierda.
El Presidente necesita la fuerza de las organizaciones de trabajadores, de los movimientos sociales y de los pequeños empresarios, a los que debiera convocar periódicamente, para informarlos sobre los avances de su programa y, sobre todo, para comprometerlos en su defensa frente a los acosos del gran capital, los medios de comunicación y la derecha. Es el camino para recobrar la esperanza.
Por Roberto Pizarro Hofer
Economista – 11.03.2024
Fuente: Politika
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