La izquierda rompió los huevos, pero no hizo las tortillas. Los rompió cuando trató de refundar Chile y se fumaron un movimiento ciudadano entero y una constitución. Años. Los huevos rotos están ahí, pero no las tortillas. Más AFP y no menos, eso vemos. Aunque hagan todas las fiestas, levanten todas las manos y bailen todas las cumbias. Nuevos perdonazos a los abusos de las ISAPRES, a la colusión de las empresas, eso veo. Statu quo. Y veo también dos justicias, una para las castas y otra para el resto, una para los Chadwick y otra para los González. Justicia tuerta.
Huevos rotos, nuestras banderas tiradas por todos lados, pero no sus tortillas. Entonces, cuando nos piden y nos llaman y nos fingen acercamientos, para respaldar sus primarias amplias, la pregunta obvia es: unidad, ¿para qué? Para ganar y seguir rompiendo huevos, con lo caros que están, para dejar todo donde mismo o más atrás, no tiene sentido. Cinco, diez años más de tiempo perdido, con lo caro que está el tiempo, sería imperdonable. Entonces, vuelvo a preguntar: ¿unidad, para qué? O es por el cambio, o no tiene sentido apoyarnos entre todos para que unos pocos vuelvan a montar un circo de omelettes que nadie va a cocinar. Una farsa. Otra.
La respuesta es sí, claro que sí. Tenemos que derrotar a la ultraderecha. Unidad para eso, claro que sí, pero no basta. ¿Dónde está tu proyecto? ¿Por qué no lo hiciste cuando tuviste el poder? ¿Por qué no lo intentaste, al menos? ¿Vamos a seguir rompiendo huevos a la gente y en su cara para nada? ¿Vamos a seguir tirando sus necesidades bajo la alfombra? Ponte serio, Marco -me dicen- que la gente espere, los jubilados, los niños, las mujeres. Ellos pueden esperar. Que lo realmente importante va primero.
El cambio en política no tiene que ser revolucionario, pero sí tiene que ser un cambio. Hace poco escribíamos, citando a Chesterton, sobre el idealismo en política, sobre la necesidad de tener, cuando uno se mete en estas lides, un ideal inmutable, porque de eso depende el actuar político y el progreso. Sólo cuando tenemos una causa, en los fracasos, sabremos hacia dónde íbamos, y por qué no hemos llegado, y podremos levantarnos y empezar de nuevo. Podremos perdernos, equivocarnos de camino, pero si tenemos un ideal, sabremos volver sobre nuestros pasos y retomar el rumbo. El poder es siempre el poder y sus circunstancias, sin duda. Pero la falta de voluntad política no cuenta como circunstancia. La tragedia del poder no es la derrota. La única tragedia es ganar una elección y no intentar el cambio. Dejar los huevos rotos, las cáscaras, el hastío de una cocina sucia que nadie quiere limpiar, y los fuegos apagados, sin nadie que se atreva, por fin, a cocinar.
Por Marco Enríquez-Ominami