Por Luis Mesina
Hoy se realizó el sepelio de la destacada abogada María Ester Feres, quien fuera Directora Nacional del Trabajo entre 1994 y 2004, periodo en que los sindicalistas que la conocimos fuimos testigos de su calidad moral y profesional. Su gestión terminó cuando debió renunciar al negarse a acatar la orden de Ricardo Lagos E. quien la conminara a no pagar las remuneraciones de los funcionarios de la Dirección del Trabajo que se hallaban en paro.
Es bueno situar el contexto de ese momento. Lagos era el Presidente, el Ministro del Trabajo era el socialista Ricardo Solari, y eran los momentos en que la ex Concertación reinaba, prácticamente sin contrapesos, en el país. Fue en esos momentos que los funcionarios cansados de los bajos salarios decidieron llevar adelante una paralización que contó con la solidaridad de muchas organizaciones sindicales y puso en contradicción a la directora con el gobierno y el partido que dirigía el ministerio.
En un acto excelso, María Ester Feres optó por ser coherente a sus principios y valores y abandonó para siempre la función pública con el reconocimiento de miles de trabajadores y organizaciones sindicales, reconocimiento que pocos miembros del PS actual o de la ex Concertación pueden exhibir hoy en día.
Lo más importante quizá, de su paso por la Dirección del Trabajo, es que María Ester Feres demostró que es posible ser un “funcionario público” íntegro, probo y consecuente; se puede desde el aparato público, si se tienen sólidas convicciones, jugar un rol importante en beneficio de la parte más débil de la relación laboral.
Su coherencia y apoyo al mundo del trabajo no se detuvo, continuó mientras se llevaba adelante la reforma laboral del segundo gobierno de Michelle Bachelet. Volvió a la carga calificando dicha reforma como pro-empresarial. Señaló con la fuerza que muchos parlamentarios de su propio partido eran incapaces de sostener, “que la reforma en cuestión acotaba el accionar del sindicalismo y limitaba su potencial al ámbito de la empresa y se contentaba en mantener los principios que José Piñera había instalado en el Plan Laboral”. Así, cuestionó duramente que un gobierno encabezado por una socialista no fuese capaz de llevar adelante transformaciones que permitieran restituían a los trabajadores algo de dignidad. Insistió en señalar, mientras pudo, que solo “cuando existieran negociaciones colectivas a nivel ramal o sectorial se podría garantizar un relativo equilibrio de fuerzas entre empresarios y trabajadores”.
María Ester Feres emplazando al gobierno de la época, planteó: “…no conozco un solo país del mundo, y si existiera me encantaría saberlo, en que se permita rebajar el piso de derechos mínimos por acuerdos en la empresa, faena o unidad económica”, como finalmente terminó imponiendo la reforma de Bachelet.
Ha partido María Ester y con ella, tal vez, el último bastión de lo que fue el Partido Socialista, ese que enarboló la tesis del “frente de trabajadores”. Su partida ha impactado fuertemente a un sector del sindicalismo chileno, que logró mientras fue directora, sentir un pequeño apoyo ante tanta orfandad en que se hallan los sindicatos. En gran parte desarrolló una complicidad con el mundo del trabajo para contener los abusos y los desequilibrios existentes en materia laboral.
“Su conducta la hizo grande”.