Ven a vivir esta fragilidad peligrosa de corromperse…
El “Bello Barrio” fue publicado en 1987, y desde entonces no ha dejado de ser revisitado por su calidad poética y musical. Recientemente fue incluido en el libro “200 Discos del Rock Chileno” (1962-2012), de los autores Gabriel Chacón, Felipe Godoy, Cristofer Rodríguez y César Tudela, que fue publicado por Ocholibros Editores, el año 2020.
“Blues de Santiago” “Nutrias en Abril” “Triste Funcionario Policial” “Canción Pa´ La Mas Chiquitita de Todas” son algunas de las recordadas canciones del repertorio de Redoles, acompañadas de poemas que reflejan la ternura, contradicciones y fenómenos de nuestra sociedad. Además de abordar temáticas que recién por estos tiempos están en el debate público, como ocurre en la canción “Ciertos Espectáculos de Santiago de Chile” donde se habla de la explotación del cuerpo de la mujer.
En palabras de Mauricio Redoles, caminando por la calle tuvo una visión de un bello barrio; “Éste es un barrio metafísico que no está situado en ningún lugar en particular y que está en Londres, Buenos Aires y el Barrio Yungay, pero es como la sombra de un objeto ideal. En tanto a eso hay cosas que sí existen”.
LAS ENTRADAS SE ADQUIEREN EN [email protected]
PRE VENTA: 10.000 pesos
VENTA GENERAL: 12.000 pesos
*HABRÁ VENTA DE ENTRADAS EL DÍA DEL EVENTO*
LUGAR: TEATRO LA CUPULA PARQUE O’HIGGINS 21:00 HORAS
ACCESO PUBLICO: AV. RONDIZZONI ACCESO VEHICULOS: AV. VIEL
LA HISTORIA DEL “BELLO BARRIO”
En junio de 1985 volví a Chile, y en diciembre de ese año me visitó en Santiago un músico que yo había conocido en Londres y que estaba de paso por Chile. Su nombre era Luis Núñez y usaba el seudónimo de “Richy”(1)
Cuando “Richy” llegó a Santiago, le conté que tenía ganas de armar un grupo de rock y blues en el cual me acompañaría de mi propia guitarra eléctrica (que me había prestado en principio y luego regalado, Sergio León, un amigo venezolano que había conocido en Londres), y me acompañaría también de mi fiel guitarra acústica Ovation. Y también tocaría teclados Alejandra, mi pareja en aquella época. Ella se había traído de Londres un sintetizador Roland modelo JUNO-6. Richy me dijo que trataría de ubicar al guitarrista y al baterista que tocaban con él antes del golpe de estado. El guitarrista era Alejandro Rivera y el baterista era Ulises Guendelman (2). En el verano del año 1986 empezamos a ensayar, Alejandra en teclado, Alejandro Rivera en guitarra y yo en voz y guitarra, en el departamento en que vivíamos en la Avenida Carlos Valdovinos cerca de donde comienza o termina la calle Bascuñán Guerrero. La verdad es que nos costaba mucho avanzar, en parte por mi inexperiencia como guitarrista de rock o blues y además porque Alexandra no tenía mayor conocimiento de música popular, aunque sí tenía una gran preparación como pianista de música clásica. Y para más remate Alejandro (quien era géminis y serpiente de 1953, como yo) tenía poca paciencia y muy mal genio (como toda serpiente géminis ¡ejem!). Lo positivo era que Alejandro era un guitarrista extraordinario, amén de ser muy bueno e imaginativo haciendo arreglos. Así, sin estar aún preparados todavía para llamar a Ulises y buscarnos un bajista, pasaron 9 meses. Y el 7 de septiembre de 1986, ocurrió el atentado contra el tirano. La CNI me retuvo por unas horas en la casa de mi madre, allanaron otra casa de mi familia, se llevaron varias maletas con fotografías, cuadernos, y recuerdos de mi mamá y se fueron diciendo, como en la canción de Los Twist: “Nos volveremos a ver”. Presenté un recurso de amparo, se dio órdenes a la Policía de Investigaciones para que averiguaran el porqué de mi retención en la casa de mi madre, amén del allanamiento de la otra casa en que se habían llevado las ya mencionadas maletas. Investigaciones me citó junto con Alejandra y mi madre a sus oficinas de Rosas y Amunátegui, y los señores detectives, con un gran sentido de humor, decidieron detenerme. Me llevaron a unos inmundos calabozos al Cuartel General de Investigaciones a la calle General Mackenna (Era tiempo donde campeaban los Generales,¡Qué duda cabe!). En ese Cuartel, yo ya había sido cliente, y había pasado más de dos meses en 1975 antes de ser expulsado desde Chile. Bueno, estábamos en 1986, y no había muchas novedades en el trato, o sea me vendaron los ojos, me amenazaron con ir a buscar a mi pareja y torturarla y de postre me ofrecieron las torturas más refinadas, que según ellos terminarían con mi vida. Y como yo nada sabía del atentado, ni menos de quienes eran los agentes de la CNI que me habían retenido, me dejaron en libertad, pero empezaron a seguirme por varios días.
Luego del atentado a Pinochet, a fines de 1986, nos habíamos mudado, desde el departamento de Avenida Carlos Valdovinos, donde habíamos comenzado los ensayos, a la calle Cueto, para estar más cerca de mi madre que vivía en calle Bulnes, por si volvían los chistosos de la CNI o de la Policía de Investigaciones. En enero de 1987 y pasado el susto de las detenciones, ubiqué al batero Ulises Guendelman, y a Alejandro Rivera quien consiguió un bajista de nombre Guillermo Ruz, un enjuto y moreno profesor de música de ademanes suaves. Y comenzamos a ensayar con lo que sería el grupo que finalmente grabaría el álbum Bello Barrio. Ulises llegó a los dos primeros ensayos absolutamente borracho. Recuerdo que con Alejandra y Alejandro, tuvimos que acostarlo para que “pasara la mona”.
Poco a poco fuimos armando un repertorio que incluía El blues de Santiago, Yo también viví en Harrow Road, Ciertos especta culos de Santiago de Chile, El maestro Sandovar, Nutrias en abril, un cover de Jugo de tomate frío de Manal, que cantaba Alejandra y que nos había enseñado Alejandro. También propuse varias veces que incluyéramos en el repertorio la cumbia La Peineta, pero todas mis intenciones cumbiancheras terminaban indefectiblemente con Ulises (también géminis y serpiente de 1953) amurrado, muy enojado, y cruzándose de brazos soltaba las baquetas y decía “Yo no vine para esto”. Generalmente, luego de esa frase, había que suspender el ensayo porque la atmósfera se ponía espesa. Un día Alejandro, con una lucidez violenta me dijo “Claro, pa voh que veníh llegando del exilio La Peineta es un tema cargado a la nostalgia y a otra época. Pero pal Ulises y pa mí, que hemos sobrevivido tocando La Peineta y un repertorio cargado a la cumbia, no nos trae buenos recuerdos, nos retrotrae más bien a nuestra indigencia de músico chileno de “cancheos” en casas de putas de mala muerte pa poder parar la olla. Sin embargo lo nuestro es B.B. King, Albert Collins, Frank Zappa, la cumbia está pasá a caca y a vómito de curaos y sábanas tiesas”. También recuerdo que hubo un intento de musicalizar Pa´la linda uno, pero al no haber coincidencia entre yo y Ulises en la forma como debería terminar el tema, decidimos dejarlo fuera del repertorio.
Ocurrió que en febrero de 1987 me prestaron $500.000 para arreglar la casa de Cueto en la que viviría. Los arreglos esenciales me costaron $300.000, y con los $200.00 que quedaban decidí no gastarlos en la casa (faltaba enyesar, enlucir y pintar, amén de otros múltiples pequeños arreglos), y gastar esas 200 lucas en grabar un casete.
En la primera tocata de Fulano yo había conocido un sonidista con pinta de paquistaní que tenía un estudio y me había dado su teléfono por si alguna vez necesitaba grabar algo. Lo llamé, acordamos una cantidad de horas de grabación, el precio de ellas, y el día y la hora a la que debiéramos llegar a grabar a su estudio en la calle Condell.
Asistimos el día y a la hora indicada pero el dueño con pinta de habitante de Islamabad no nos abrió la puerta. En la misma camioneta que habíamos llegado nos devolvimos a la casa de Cueto. Cuando estábamos de vuelta en la casa, por si acaso, llamé al estudio y me atendió el dueño e ingeniero que había aceptado grabarnos. Le dije que habíamos estado allí y que no había nadie. Me respondió que él estaba allí con unos audífonos puestos escuchando música y que por eso tal vez no había escuchado el timbre ni los golpes en la puerta. Le propuse que nos esperara, ojalá sin los audífonos puestos, nos respondió que justo en ese momento había arrendado el estudio para grabar un comercial. La dije que nos esperara para el día siguiente, dijo que tenía arrendado el estudio por todo el mes. Nos olió a vacuna y decidimos no insistir con el joven con aspecto de paquistaní. Quedamos decepcionados, achacados, deprimidos, apestados y chatos. Ulises y Alejandro se emborracharon, Willy huyó, y Alejandra se enojó conmigo. Entre el flete fallido y la botella de pisco se nos fueron como 5 lucas de las 200 que teníamos.
Al día siguiente, con 195 lucas el bolsillo y una feroz caña, salí a buscar un estudio de grabación fuera de donde fuera y viniera de donde viniera. Ulises me había dicho que en una oportunidad meses antes, había ido por Mapocho con Esperanza, o tal vez Mapocho con calle Maipú, o quizás era Herrera, que él no se acordaba bien porque había ido curado a grabar música mexicana por unas chauchas a un estudio bastante potable y que ahí era posible que nos arrendaran unas horas para grabar.
Tiene que haber sido muy raro, yo con una caña insoportable un día de calor en abril de 1987, buscando un estudio de grabación en Mapocho, como si fuera Nashville. Decidí partir por Mapocho con Herrera, entré a un almacén y le pregunté a la anciana que atendía si conocía un estudio de grabación en el barrio. La pregunta era tan rara como haberle preguntado a qué hora pasaban los ovnis por Mapocho. Pero La Más Pura Suerte, San Sebastián de Yumbel, Carlos Marx o El Cosmos, o no sé qué, estaba de mi lado porque la viejita me dijo “el caballero que esta parado en la esquina tomando una coca-cola que me acaba de comprar, graba grupos mexicanos a unas cuadras de aquí”. No podía creerlo. Salí, y con la mayor confianza del mundo, pero con torpeza inexcusable le dije, acezante y a borbotones, como un náufrago a un capitán de barco que lo va a rescatar “Hola, soy un ex exiliado, volví de Inglaterra hace unos años, fui preso político. Ahora quiero grabar un disco que suene blusero, y la señora del almacén me dijo que usted podía ayudarme”. El tipo abrió desmesuradamente los ojos y me dijo “Dices que fuiste preso político, ¿…pero, y de que partido?”, le dije “Yo soy comunista”. Él me dio la mano y me dijo “Yo también soy comunista compañero”. Todo este diálogo entre dos desconocidos, en plena dictadura fascista Guzmaniana-Pinochetista, en la esquina de Mapocho y Herrera un día de calor, era demencial, lo sé, pero él me dio el teléfono de un tal señor de nombre Mario Contreras, quien finalmente cumplió mi sueño de grabar el Bello Barrio.
- Mauricio Redolés Bustos