Por Roberto Fernández Droguett
Recordar cinco años del comienzo de la revuelta no solamente remueve y conmueve, sino que también permite reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro. En un contexto en que se han venido imponiendo visiones sesgadas, simplistas y criminalizadoras de la revuelta social, quienes la apoyamos y participamos de ella, con todo lo que implicó en términos de experiencias de violencia estatal y denegación político-institucional, pero también de compromiso, entrega y apuesta por las transformaciones promovidas por la revuelta, nos merecemos como mínimo revindicar memorias afirmativas del Octubrismo.
Por Octubrismo podemos entender a los sectores que adscribimos a la revuelta “desde abajo” y “por fuera” de las organizaciones sociales y políticas tradicionales, y que consideramos que el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución fue un mecanismo que intentó desactivar la revuelta, llevándola por un camino institucional extremadamente restrictivo. Estos sectores se mantuvieron activos hasta la pandemia, la cual logró lo que ni la represión ni la política tradicional había logrado, que fue desmovilizar a quienes por miles se mantenían activos en las calles, en los territorios y en las asambleas. Parte de estos sectores también fueron los que participaron en la primera iniciativa constitucional, la cual, pese a las restricciones, dificultades, limitaciones y por cierto errores varios, llevó adelante parte de las demandas y perspectivas de la ciudadanía movilizada durante la revuelta.
Por memorias afirmativas podemos entender las memorias colectivas que recuerdan y conmemoran la revuelta desde perspectivas que, si bien pueden ser autocríticas en muchos aspectos, no se olvidan de sus sentidos de dignidad, de lucha, de comunidad, de solidaridad, de resistencia y de protagonismo popular. Frente a la criminalización de la revuelta, a su denostación política por parte de partidos políticos y medios de comunicación y la traición del espíritu de la revuelta por parte de quienes vieron una oportunidad política-institucional más que un movimiento societal al cual sumarse con convicción transformadora, las memorias afirmativas nos permiten revisar cómo vivimos las revuelta, cuáles fueron sus motivaciones, expresiones, resultados, limitaciones y alcances, desde la certeza que había que estar ahí, que no había que soltar la calle ni que nos podíamos soltar a nosotros mismos, y que no fue ni la represión ni la institucionalidad la que acabó con las movilizaciones. Las memorias afirmativas son una reivindicación amorosa y merecida de nuestras convicciones y compromisos durante la revuelta, y una afirmación de nuestro orgullo por haber sido parte de ella, desde el comienzo hasta el final.
Pero las memorias afirmativas no son solamente recuerdos, también son una conexión intelectual y afectiva con el pasado y una articulación entre este y el presente y el futuro. Desde las memorias afirmativas del Octubrismo, debemos analizar cómo la revuelta y los hechos posteriores nos han llevado al estado actual de cosas, y cómo por cierto las condiciones que generaron la revuelta siguen igual o peor que antes. Desde estas memorias también podemos pensar en las limitaciones que tuvo la revuelta y cómo estas permiten repensar la acción de los movimientos sociales en un diálogo entre categorías políticas clásicas y nuevas categorías, de modo de constituir a la revuelta en aprendizajes que permitan resistir al presente y proyectar el futuro, un futuro que requiere de las transformaciones sociales radicales que la revuelta permitió empezar a imaginar, pero que requiere más que nunca empezar a implementarse. Como siempre dijimos, “con todo si no pa qué”.
Roberto Fernández Droguett es académico del Departamento de Psicología de la Universidad de Chile; integrante del Programa Psicología Social de la Memoria y del Grupo de Trabajo CLACSO Memorias Colectivas y Prácticas de Resistencia.
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