Mujeres hortaliceras: El colonialismo del alcalde de Temuco y el desafío mapuche de asumir el derecho a gobernar las ciudades

Por Comunidad de Historia Mapuche / Vía Mapuexpress Hace solo unos días nos enteramos del “bono al agro” que Sebastián Piñera entregará a los empresarios agrícolas del país, además de bajar sus impuestos para “incentivar la inversión del sector”, según se señala

Mujeres hortaliceras: El colonialismo del alcalde de Temuco y el desafío mapuche de asumir el derecho a gobernar las ciudades

Autor: Absalón Opazo

Por Comunidad de Historia Mapuche / Vía Mapuexpress

Hace solo unos días nos enteramos del “bono al agro” que Sebastián Piñera entregará a los empresarios agrícolas del país, además de bajar sus impuestos para “incentivar la inversión del sector”, según se señala. Es decir, para la gran industria agrícola, para los grandes latifundistas y empresarios del campo, el nuevo gobierno entregará un bono de incentivo y disminuirá sus impuestos. La “mano invisible” del capitalismo haciéndolo otra vez: favoreciendo a los ricos con la plata de todos para con ello derivar en la fantasía arribista de que “si tienen los ricos, también tendremos nosotros”.

En este mismo contexto, en Wallmapu, el alcalde de Temuco, Miguel Becker, descendiente de colonos en territorio mapuche, hijo del otrora alcalde de la misma ciudad, Germán Becker, quien fue en su momento un gran empresario molinero e inmobiliario de la región, expulsa a hombres y mujeres mapuche que se dedican a la venta de su producción orgánica de hortalizas y verduras que, para ellos, es su único sustento.

La desigualdad de trato es inaceptable. Quienes gobiernan hoy Wallmapu lo hacen desde una superioridad racial que ya no solo incomoda, sino que irrita, y peor aún, violenta y reprime, no discriminando niños ni ancianos, y, en lo que hemos conocido los últimos días, tampoco a mujeres, ni menos, a mujeres trabajadoras.

El solo hecho de pensar en los millones de dólares que corren en la industria del agro, que además hoy se piensa subsidiar por parte del Estado, frente a personas que, producto del despojo de sus tierras, se ven destinadas a generar un comercio de subsistencia en las ciudades fundadas precisamente por el impulso colonial hace no más de 140 años, y que hoy se ven además expulsadas de este último lugar de sobrevivencia, es derechamente una canallada propia de un régimen basado en el racismo y de su impronta colonial.

Quizás hace falta hacer un poco de historia. La mayoría, por no decir la totalidad de las ciudades ubicadas en el antiguo territorio mapuche, fueron edificadas en la segunda mitad del siglo XIX. En tanto avanzaban las tropas chilenas que despojaron a la sociedad mapuche de su territorio, se iban fundando “fuertes militares” que posteriormente devinieron en las ciudades principales de la región. Sin ir más lejos, la fundación de Temuco tiene el triste saldo de 400 mapuche muertos que, al resistir la invasión, fueron asesinados por las fuerzas militares chilenas. Esa es la marca de nacimiento de Temuco, un río de sangre mapuche.

Cuando los “fuertes militares” comenzaron a convertirse en pequeñas ciudades comerciales, de intercambios y una naciente industria, la sociedad mapuche, diezmada, con pequeñas hectáreas de tierras, vieron en esos lugares una posibilidad para generar una economía de sobrevivencia. Vender las hortalizas, las verduras, huevos, las gallinas, en fin, la pequeña producción hogareña, para intentar obtener luego otros productos y así diversificar la alimentación de un pueblo que recién se reponía a una invasión militar.

De allí viene la tradición de las hortaliceras y verduleras de Temuco. Este es otro de los rincones al que fue reducido la sociedad mapuche posterior a la ocupación colonial chilena, hace no más de 140 años, tres o cuatro generaciones, absolutamente nada para un pueblo con memoria. Hoy el señor Becker, quien obtuvo toda su fortuna familiar gracias al despojo, pretende sacar a las mujeres y hombres mapuche del último rincón al que fue confinado el “indio” en la ciudad colonial. Quien pierde siempre es el pobre, y en la región, para peor desdicha, es el mapuche.

Es que como toda “ciudad colonial”, fundada para el mantenimiento de los privilegios del hombre que conquistó y colonizó, Temuco ha pretendido siempre vivir sin la huella de la morenidad que se cuela por entre sus calles. En 1945, por ejemplo, la editorial del Austral de Temuco reflexionaba sobre lo que denominó el “cinturón suicida” de la ciudad, es decir, las comunidades cercanas de la principal urbe de la Araucanía, las cuales amenazaban el progreso de la ciudad. El “indio”, con su atraso y barbarie podían ser un lastre para el desarrollo urbano, para su crecimiento.

De alguna manera, esta idea, esta representación del mapuche al interior de la ciudad, todavía permanece incólume. Para la elite colonial el indio debe estar lo más lejos posible de la “civilidad urbana”, del progreso que representa la ciudad. Su presencia resta encanto a la quimera civilizatoria del colonizador. Pero claro, los espacios son construidos en su experiencia. Es verdad, la imagen idílica de una “ciudad sin indios” es un sueño para Becker y compañía, así quedó demostrado el invierno de 2017, cuando se negó a someter a votación del Concejo Municipal el izamiento de la wenufoye, la bandera mapuche.

Pero allí estamos, nos hemos filtrado, como verduleras, hortalizeras, pero también como profesoras, periodistas, obreros, médicos, en fin, hoy los mapuche estamos en Temuco y en otras urbes, y tenemos “derecho a la ciudad”, tenemos derecho a utilizarlas, e incluso a gobernarlas.

Los “tiempos mejores” empiezan con una historia ya muy conocida para la sociedad mapuche: expulsión y arrinconamiento en nuestro propio territorio. En fin, traemos malas noticias para Becker, que se ubique, porque a pesar del colonialismo y el despojo, la sociedad mapuche sigue de pie, resistiendo en el cotidiano para sobrevivir y organizándose para proyectar. No confiamos en usted, ni en su respaldo ciego a la violencia que una de las instituciones más cuestionadas de los últimos tiempos, como lo es carabineros, aplica a nuestras mujeres. No ocupe, tampoco, el término de que “ley pareja no es dura” o que aquí “no hay discriminación”, pues sabemos que su política no consiste precisamente en equiparar las cosas entre mapuche y no mapuche.

Esperamos entonces que el señor alcalde tome consciencia del territorio que le toca administrar, así como lo han hecho otras comunas aledañas, abriendo paso para el comercio mapuche, para la vida nuestra, para al menos poder vivir en nuestro territorio.

En una región caracterizada por ser la más pobre de Chile según la encuesta CASEN, ¿realmente tiene la desfachatez de eliminar las pocas instancias de sobrevivencia económica a la que nuestra gente acude para poder sostener sus hogares? ¿Acaso su mesa no estuvo alguna vez acompañada de alimentos hechos con manos mapuche? Lo dudamos. Acompañamos entonces a nuestras hermanas y hermanos en su justa demanda, ellos tienen derecho a poder vender sus productos en las calles de Temuco, porque los mapuche también tenemos derecho a la ciudad.


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