A las mujeres hortaliceras mapuche les ha tocado sobrevivir en medio de esta pandemia que atraviesa el mundo. Su única fuente de ingresos es el comercio informal con la venta de sus cosechas.
Después de cumplir largos días de cuarentena, la comunidad mapuche salió a las calles de Temuco a vender sus hortalizas y así ayudarse con un sustento económico y mantener a sus familias.
Cumpliendo las reglas de bioseguridad con mascarillas y guantes puestos, las hortaliceras mapuche se instalaron en puntos de la calle de la ciudad mirando de un lado a otro para que no les vuelva a ocurrir lo del pasado 4 de mayo.
Ese día funcionarios de Fuerzas Especiales junto a inspectores municipales, las detuvieron por considerar que su trabajo es “ilegal”. Las agarraron, las forcejearon mientras ellas defendían sus verduras que se desparramaron por la calle. Les arrebataron los tomates, las lechugas y se las botaron. Lo perdieron todo. Entre diez policías rodearon a cada una para llevarlas a la fuerza al carro y trasladarlas hasta la comisaría a unas cuadras de ahí.
El 18 de junio se presentó una querella por torturas y violencia sexual contra los funcionarios policiales por contravenir los derechos humanos y los tratados internacionales firmados por el estado contra la violencia hacia las mujeres. Actualmente está en proceso el trámite para que sean reconocidas como Patrimonio Inmaterial del país.
Resistencia al hostigamiento
El diario El Desconcierto reseña que por décadas estas mujeres han tenido que resistir a los hostigamientos para ejercer su actividad tradicional, que es parte de la economía de subsistencia de sus familias y de la soberanía alimentaria de las comunidades.
Como representante de la Agrupación de Hortaliceras Mapuche, Yolanda Llanquitur Parra, ha dicho que este es un lugar histórico para visibilizar sus saberes, que se han transmitido de generación en generación por sus madres y abuelas, y sus oficios ancestrales. “Se conservan gracias a un legado que le da la identidad mapuche a nuestro pueblo”, dice, citado por el mencionado diario.
Estas prácticas milenarias han permitido el reguardo de alimentos sanos y naturales, además de la protección de las semillas orgánicas y la preocupación por los recursos naturales. Para eso relevan el Trafkintu como instancia tradicional de intercambio de semillas, que promueve la asociatividad, la cooperación y la autogestión de bienes y servicios y el Kümeiyal, que es el consumo de alimentos frescos y sanos.
Las mujeres hortaliceras han manifestado que la alimentación y la salud son constituyentes del Küme Mognen, la idea del ‘buen vivir’ del pueblo mapuche entendido como una relación de interdependencia y reciprocidad entre los ecosistemas y la naturaleza, donde esta actividad forma parte de esa cadena vital.
Principalmente acuden mujeres de dos organizaciones: de la Asociación Indígena Kelluzomowen y Asociación Indígena Folil Mapu, que agrupa a 60 personas provenientes de Temuco y comunas aledañas, como Vilcún, Freire, Perquenco y Padre las Casas. Se dedican a comercializar los distintos productos hace más de cinco décadas, entre ellos, tortillas de rescoldo, catutos, quesillos, hortalizas, frutas y flores en macetas. De sus cultivos, una parte la dejan para el consumo de las comunidades y, otro, para la venta.
Estas mujeres han vendido en el centro de Temuco desde que fue la ocupación militar en esa ciudad, 1881-1883, cuando las familias se desintegran porque se les quita la tierra, explica Margarita Calfio Montalva, asistente social especializada en género y cultura de la Comunidad de Historia Mapuche. “Hay testimonio sobre familias completas que andaban por Temuco, que entonces era entre campo y ciudad, y, muchas de ellas, se pusieron a vender para sobrevivir. De eso, hay registro desde los años 40”, agrega.
Fuente: El Desconcierto
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