Junto con las manifestaciones que se iniciaron en Chile el 18 de octubre del año pasado emergió también un potente movimiento cultural que tuvo como principal vitrina las calles de la capital, donde diversos artistas representaron en murales y grafitis la ira acumulada por años de inequidades sociales, pero también la esperanza por un futuro mejor, reseñó AFP.
Un año después, con la mayoría de este arte callejero ya borrado de las paredes, se inauguró el primer museo del «Estallido Social», a pocas cuadras de la emblemática Plaza Italia de Santiago, rebautizada por los manifestantes como Plaza Dignidad, epicentro de estas masivas y algunas veces violentas protestas sociales.
«Queremos generar este espacio que permita dejar en evidencia lo que se ha expresado en las calles en diversas manifestaciones, con fotografías, intervenciones artísticas que responden a las distintas demandas sociales», explicó el artista visual y museólogo, Marcel Solá, quien reunió a 70 artistas para que volvieran a reproducir los murales, además de recopilar objetos usados durante las protestas.
En las paredes de este museo volvieron a emerger obras que se vieron entonces como la que muestra al expresidente socialista Salvador Allende con una chaqueta con flores de colores y sus dedos formando un corazón, o también la de un enorme ángel blanco, con mascarilla en la boca y la palabra «dignidad» en su cabeza.
En medio del salón sobresale la réplica gigante construida por el propio Solá del fallecido perro callejero denominado «Negro Matapacos», que con un pañuelo rojo en el cuello defendía a los estudiantes de la policía y, debido a su valentía, se convirtió en un símbolo de esta revuelta social.
Las manifestaciones sociales dejaron más de un treintena de muertos, miles de heridos y enormes daños al comercio y al mobiliario público.
Un año después, y tras meses en los que la pandemia detuvo las protestas callejeras, se celebró el plebiscito que decidió -por una abrumadora mayoría de un 80%- el cambio de la Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), una de las principales peticiones del movimiento.
El museo abrió al público a principios de noviembre y debido a las medidas sanitarias por el coronavirus funciona cuatro horas diarias. Recibe, en promedio, unos 150 visitantes cada día.
Muchos de ellos son manifestantes que se emocionan con las proyecciones de videos de las protestas, de intervenciones artísticas como «Un violador en tu camino» del colectivo feminista LasTesis, o que recuerdan a las 460 personas que sufrieron heridas oculares por la represión policial.
«Me gustó el calor que sentí al llegar acá (al museo), me sentí como en casa. Me trasmitió muchos recuerdos y un poco de pena», contó Pedro, un músico de 24 años quien recordaba con nostalgia las protestas.
«Sentí que era como una recolección de las cosas en las calles, pero en términos muy artísticos. No sentí la traducción de las peticiones de la gente», opinó, por su parte, Mailen, una vendedora de 27 años.
Entre los objetos resaltan los escudos de metal fabricados por la llamada «Primera Línea» conformada por jóvenes encapuchados, que armados con palos y piedras se enfrentaban a la policía en las protestas. Para algunos fueron héroes de las manifestaciones, mientras que para otros eran solo vándalos.
En el museo se exhiben también fotos de encapuchados y una escultura de una mujer con el torso desnudo sobre las latas de gas lacrimógeno lanzadas por la policía para dispersar las manifestaciones.
Tres tótems que representan los pueblos indígenas mapuche, diaguita y selknam fueron rescatados desde la Plaza Italia y son también exhibidos en el museo.