Ni matar ni llorar: la sombra del padre en la derrota constituyente

En un año marcado por el ruido mediático, las crisis políticas y la incertidumbre colectiva, Mario Uribe emerge como una de las voces más lúcidas desde el psicoanálisis lacaniano. Su obra "Pases e Impasses de un Empuje Constituyente" no solo analiza el proceso constituyente chileno, sino que revela una derrota que trasciende lo político, para convertirse en un espejo simbólico de nuestras verdades más profundas. Una radiografía que no solo interpela a Chile, sino que resuena con los conflictos de cualquier sociedad que busca reinventarse.

Ni matar ni llorar: la sombra del padre en la derrota constituyente

Autor: amandaduran

Una obra imprescindible para comprender que lo que fue no es siempre lo que será.

Análisis del libro “Pases e impasses de un empuje constituyente” de Mario Uribe.

Por Amanda Durán

I. Fracaso inevitable, renacer imprescindible

Las derrotas no solo rompen sueños; también despiertan. Despertar era la consigna, y entonces fueron miles de ojos los mutilados. Ojos despiertos, no apagados. Así se presenta el rechazo a la nueva Constitución chilena en las letras de Mario Uribe: no como un final, sino como un momento de exposición brutal de nuestras verdades no dichas. Derrotarse es desnudarse, escribe Uribe. Lo que quedó al descubierto tras la derrota fue el retrato psíquico de un país dividido entre el deseo de cambio y la nostalgia del orden.

«Cuando todo falla, todo comienza». Esta frase no es solo una provocación poética, es la tesis que Uribe sostiene en «Pases e Impasses de un Empuje Constituyente». Desde la perspectiva del psicoanálisis lacaniano, la derrota no es caída, sino tránsito. «El ‘pase’ proviene de un proceso que transforma la alienación en autonomía. No es solo avanzar, es atravesar el umbral de la pérdida. Para Uribe, el pase no es un paso triunfal, sino que supone un duelo y su proceso. Supone el momento en que se reconoce que la pérdida no es sinónimo de vacío, sino la antesala de la creación. La derrota política chilena no fue solo el rechazo a una Constitución, sino el rechazo a dejar atrás al ‘padre simbólico’: la Constitución de 1980. Un padre que se niega a desaparecer.

El autor no propone la idea freudiana de matar al padre, ni mucho menos de buscarle sustituto. Propone aprender a vivir sin su sombra. La diferencia no es menor: no se trata de reemplazar una autoridad por otra, sino de desmantelar la dependencia hacia ella. En lugar de escribir una nueva Constitución, la sociedad chilena buscó evitar la incertidumbre. Es el regreso al padre severo, no por afecto, sino porque su dureza ofrece más seguridad.

Chile, al enfrentarse a la posibilidad de una nueva Constitución, se topó con el absurdo de la libertad. ¿Qué significa ser libre para crear una nueva ley desde cero? Significa no tener referencias, no contar con guías externas, no tener conocimientos de lógicas ni manuales. Llegó el ruido enorme del vacío, y la respuesta fue el miedo. No se puede subestimar la potencia del miedo cuando la seguridad se siente más cercana que la libertad.

No basta con señalar la derrota; se analiza, se interpela y se transforma en oportunidad. En palabras de Uribe, hablamos de la necesidad de una “fraternidad discreta”, esto no es un acto de imposición, sino un lazo que se construye desde la cercanía de los iguales. La caída del proceso constituyente podría ser el inicio de una reconstrucción colectiva, desde la autonomía horizontal.

La derrota entonces no se supera con una nueva victoria electoral, ni con una fuga rápida hacia una nueva propuesta constitucional. Se supera aprendiendo a habitarla. El pase es una posibilidad que está siempre abierta. Es un momento de un proceso, de una transición que cristaliza en un acto. Es una operación subjetiva en la que la pérdida se transforma en un nuevo punto de partida. Uribe muestra que la derrota no es el fin del deseo, sino el momento en que el deseo se redefine como inédito. No hay pase sin pérdida, y la pérdida del padre simbólico puede ser, paradójicamente, la puerta de entrada a una nueva forma de libertad.

II. La máquina del miedo: Los medios de comunicación como nuevo padre

Mario Uribe

Si el padre simbólico se debilita, ¿quién ocupa su lugar? La respuesta de Uribe es clara: los medios de comunicación. No es casual que la campaña del «Rechazo» haya estado marcada por la difusión masiva de noticias falsas y mensajes alarmistas. El miedo se convirtió en el nuevo discurso del padre. Cuando el vacío se abre, lo que se instala es el ruido, y ese ruido fue hábilmente gestionado por los medios.

La campaña no solo buscó criticar la propuesta de la nueva Constitución, sino evocar la nostalgia de la normalidad. Se apeló al temor, a la incertidumbre y a la posibilidad de que el «desorden» de la nueva Constitución destruyera la rutina cotidiana. La frase «rechazar para reformar» no fue solo un eslogan, sino una jugada simbólica que prometía la restauración del padre perdido. La lógica era sencilla: no cambiar para proteger lo que ya se tiene, aunque lo que se tenga sea insuficiente o desigual.

En este contexto, las fake news se convierten en el nuevo discurso del amo. Los medios no solo presentan la información, sino que crean realidades paralelas que impactan la subjetividad de los sujetos. Uribe observa cómo las imágenes del miedo —como la posible pérdida de la vivienda o la disolución de la propiedad privada— se inscribieron en el inconsciente, generando una transferencia de angustia hacia la nueva Constitución.

Este fenómeno se explica a través de la teoría psicoanalítica de la transferencia, en la que los sujetos proyectan sobre el analista —o, en este caso, sobre la Constitución— todos sus miedos no resueltos. En lugar de confrontar esos temores, los sujetos los desplazan hacia la propuesta constitucional, a la que se le atribuyen las amenazas latentes de pérdida y caos. La nueva Constitución, entonces, no fue leída por sus méritos o sus propuestas, sino como una presencia temida, como un nuevo «padre» que podría castigar o controlar.

Lo que se instaló no fue solo un relato mediático, sino una lógica de la obediencia a través del miedo. Cuando el sujeto siente peligro, busca refugio. Los medios se convirtieron en el nuevo amo discursivo, no porque ofrezcan certezas, sino porque gestionan la incertidumbre, ese terreno en el que el miedo se convierte en la emoción dominante. Para Uribe, esta es una de las claves del «Rechazo»: no se rechazó la nueva Constitución por sus contenidos, sino por el temor al vacío. El retorno al padre de 1980 no fue una elección racional, fue un acto reflejo.

III. La derrota como pase: Habitar la derrota, no huir de ella

«Pases e Impasses de un Empuje Constituyente» de Mario Uribe no es solo una reflexión sobre el rechazo a la nueva Constitución, es una radiografía del inconsciente chileno. La derrota, lejos de ser un callejón sin salida, se convierte en un pase hacia otra posibilidad. La clave, según Uribe, está en aceptar la ausencia de un nuevo padre y no intentar reemplazar al antiguo con nuevos amos (el mercado, los medios o la nostalgia).

Mario Uribe, como buen psicoanalista, no se conforma con señalar el problema, sino que propone una salida: no se trata de matar al padre, sino de aprender a vivir sin él. Esto no significa destruirlo ni buscar su reemplazo, sino dejar de desearlo. En este sentido, Chile no ha matado al padre, pero tampoco ha aprendido a dejarlo ir. El problema no es la muerte, sino la incapacidad de asumirla.

Para Uribe, el «pase» no es un paso triunfal, sino un acto que adviene luego de un proceso de duelo. Es el momento en que se reconoce la pérdida y se acepta que el muerto no volverá. No hay esperanza de resurrección. La Constitución de 1980 no necesita ser «resucitada», ni «reformada» para que funcione. Se necesita, simplemente, dejarla morir.

Si alguna lección deja esta obra, es que la derrota no es el fin. La derrota es el comienzo de algo más profundo: la posibilidad de construir una nueva forma de estar juntos, más horizontal, más digna, más humana. Pases e Impasses no solo es un análisis del Chile contemporáneo, es una lección de humanidad.

Porque si algo aprendimos de Shakespeare y Hamlet, es que mientras el fantasma del padre siga en escena, el hijo no podrá actuar. No se trata de esperar que pestañee. Se trata de abandonar la escena y comenzar la nuestra.

Por Amanda Durán


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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