Por Pamela Valenzuela Cisternas, vocera Coordinadora Feminista 8M
Hay momentos donde el tranco de la historia se densifica y se vuelve un vórtice en donde los posibles cauces abren la realidad a posibilidades que podrían haber parecido remotas hace algunos años atrás. Más aún luego de haber vivido nuestra Revuelta que permitió el camino a transformaciones que por décadas fueron pospuestas o simplemente olvidadas bajo el largo imperio de 30 años de la medida de lo posible, en el que a muchas nos tocó caminar nuestra juventud y vida adulta. Octubre de 2019 puso en jaque el Chile neoliberal con su democracia cercada. Esa posibilidad permanece expectante ante nosotres y es desde esa urgencia que escribo, urgencia que nos confronta y obliga a decidir.
Escribo con un nudo en la garganta, porque… ¿Cómo decir en unas pocas líneas verdades y sentimientos políticos, que al mismo tiempo son memorias compartidas con quiénes simplemente nos hemos sostenido a lo largo de la vida compartida?
Escribo pensando en mis compañeras de revuelta, con las cuales nos alzamos hace ya cuatro años en Huelga General Feminista ante todas las violencias que nos precarizan, e instalamos en el acontecer del país que nuestras vidas son un problema político, que el capitalismo patriarcal no piensa, ni quiere resolver. Nosotras si sabemos cómo queremos sea resuelto, y que para hacerlo es necesario construir otro tipo de sociedad, una que ponga en el centro la vida toda, que no se rija por el principio de la acumulación y concentración de las riquezas en las mismas pocas manos de los últimos 48 años de nuestra historia.
Hilo estas palabras desde aprendizajes y experiencias compartidas en el Comité de Trabajadoras y Sindicalistas en la lucha por trabajos libres de violencia y acoso laboral, de la erradicación de todas las brechas laborales que afectan a las mujeres y disidencias, que empiezan con la existencia de trabajos no remunerados y no reconocidos pero que sostienen las vidas. De nuestro deseo político para que sean reconocidos y valorizados socialmente, y que el derecho al trabajo digno y a la sindicalización, el derecho a cuidar y ser cuidada sean una realidad para todes en nuestro país.
Escribo llamando entre pensamientos a los, les y las compañeras con que a fines de los 90 y principios de los 2000 retomamos las calles luchando por la educación gratuita y la democratización de nuestra universidad, rebelándonos contra la medida de lo posible, y que juntes derribamos los estatutos de la dictadura y conquistamos que el destino de nuestra casa de estudios fuera decidido por toda la comunidad universitaria.
Trazo estas líneas recordando a las luchadoras incansables de la salud, que desde organizaciones sociales y de trabajadores levantaron la consigna de “Una nueva salud por una nueva sociedad“ y que en plena revuelta salieron valientemente a las calles a interponerse entre las balas de la fuerza policial disparadas al pueblo, salvando vidas. O de las compañeras infatigables con que marchamos clamando por el fin de las AFPs y pensiones dignas.
Escribo pensando en mi madre Sonia, que un 11 de septiembre de 1973 debió dejar su casa en La Serena y huir saltando panderetas, ayudada por el hijo de una compañera. Con mi hermana en brazos y un bolso con un poco ropa y algunos recuerdos, para regresar a un Santiago torturado a ocultarse, en la incertidumbre de no saber si mi padre había podido sobrevivir, de escuchar cada día nombres de personas queridas asesinadas, de ver la impunidad más horrible transcurrir ante sus ojos.
Escribo recordando a Domingo, mi padre, cuyo nombre consignado en el decreto de los más buscados en el país por la dictadura, nos sentenció (al igual que a muches otres) a vivir en clandestinidad hasta 1990. Vienen a la memoria su voz y sonrisa en los ojos narrando hermosas historias de compañeras y compañeros que a lo largo del país resistían y se organizaban para derrotar la dictadura. Que en medio de la muerte y tristeza de la tiranía, era posible encontrar fuerzas para organizar la resistencia, en saber que vivir para defender la vida toda es una forma ineludible de derrotar la desesperanza. Que un día seríamos millones tomando las riendas de un destino de dignidad y sabríamos que todo habría valido la pena, y ese día llegó y fuimos millones renombrando calles y plazas, volviendo a llamarnos pueblo.
Hemos dicho Nuestra Urgencia es Por Vencer, y es porque en esta declaración está contenido nuestro deseo radical de transformarlo todo: de que la vida no puede ser vivir y morir precariamente. Pero también porque esta afirmación contiene un andar de luchas que se entrelazan en el tiempo y en la memoria, que es personal y colectiva. Escribo hablándole a cada una de esas personas con las que compartí la calle y destino. Sé que esa historia no es solo mía, es la de una generación entera. Desde la infancia clandestina al deseo hecho convicción de que no volveré a vivir en un país gobernado por quiénes hacen apología de los crímenes de la dictadura y nos prometen nuevas amenazas.
El 19 de diciembre votar o no, no da lo mismo, ese día salir a votar es salir a luchar. Votar 1, votar por Gabriel Boric es una decisión consciente. Meditada y conversada no solo con las compañeras de ruta feminista, sino que también con esa multitud hermosa que puebla los territorios de la memoria. Que quiere que todes les niñes puedan sonreír y florecer. Que sabe que las, los, les trabajadores no tienen fronteras, que no existen personas ilegales, que merecemos un mundo en que podamos decidir quiénes somos y cómo habitamos nuestros cuerpos y territorios. Que es simplemente elegir el camino que nos permite esa posibilidad, y no una donde estaremos desde una posición de resistencia, persecución y más pobreza. Que es lo que nos permitirá defender el proceso que abrimos los pueblos por una Nueva Constitución que consigne los derechos de todas y todes, para el día de mañana poder seguir movilizándonos en nuestras calles por más y más derechos, justicia, libertad, igualdad y Dignidad, por todas y todes, porque Somos Más .
Este 19 diciembre si votaste apruebo, no votes rechazo.