Hubo una resistencia libertaria a la dictadura militar (y civil) de Pinochet. Anarquistas, anarcosindicalistas, distintas sensibilidades libertarias resistieron en los largos 17 años de dictadura. No era mucha gente, y al mismo tiempo no fue tan poca como para que no podamos recordarles hoy, con motivo de este plebiscito 2022 sobre la posibilidad de una constitución nueva que ponga lápida a la que, moribunda, rige el país desde 1980. Basta apuntar que hubo esa resistencia anarquista a esa dictadura, el detalle es obra para historiadoras[1].
Dicha resistencia no se acomodó a la domesticación olvidadiza de la transición, Como otras intransigencias, el anarquismo de 1987/88 se negó a ser parte de la legitimación de la constitución de Pinochet y no votó en el plebiscito del Sí y el No. Entendía, entre otras cosas, que ese plebiscito era apenas una discusión sobre el cambio de régimen o gobierno y no del tipo de Estado, el cual ya había sido cambiado mediante bombardeos, ejecuciones, desapariciones, campos de concentración, exilio y privatizaciones desde el mismo golpe militar contra el gobierno de Allende. Por ello, la resistencia libertaria a la dictadura tuvo continuidad como un antipinochetismo libertario y una resistencia libertaria a la transición.
Las componendas con el dictador, reafirmadas tras boinazos[2], ejercicios de enlaces y telefonazos varios, no se acabaron ni con su reclusión en Londres[3]. El antisindicalismo de la Concertación en el gobierno, así como la renuencia a liberar presos políticos de la dictadura, y la “oficina”, son muestras de los efectos de esas componendas en la agenda de gobierno de la transición. La resistencia a esa transición, desde el anarquismo, tuvo también características de antineoliberalismo, antimilitarismo, despinochetización social, autonomía social y territorial, enganchando con las demandas del mundo del trabajo, de los pueblos indígenas, de los feminismos, de los movimientos estudiantiles secundarios y universitarios.
Esa resistencia libertaria a la transición, con su componente de antipinochetismo, fue uno de las hebras que hicieron el tejido que hizo posible el proceso revolucionario inaugurado en octubre de 2019, que terminó de matar a la constitución de Pinochet. La institucionalidad estatal en riesgo hizo hasta lo imposible por salvar la figura presidencial y debido a esos esfuerzos es que Piñera pudo terminar su mandato. La abolición social de la constitución de Pinochet quedó sancionada en el plebiscito de 2020, como un medio institucionalizador y cooptador del proceso revolucionario que le dio origen, pero que marcó incluso a la Convención Constitucional que siguió a dicho plebiscito[4].
Uno de los contenidos fuerza del antipinochetismo libertario es la memoria. Memoria de la lucha, de las víctimas, de los daños, de las violaciones a los derechos humanos, y también a los derechos económicos, sociales y culturales como construcción de una reparación social a quienes sufrieron esos daños, directa o hereditariamente, porque el daño social se perpetúa como herencia si no es reparado en forma. Por ello, tanto el plebiscito de entrada de 2020 como el que viene este 4 de septiembre próximo, son vistos como una reparación social[5] en tanto acaban y ponen la lápida a la constitución del horror.
Una diferencia en esta reparación, que es el acabar plebiscitariamente con la constitución del daño (la constitución de Pinochet, del ’80), es que el plebiscito que viene abre el camino al olvido del dictador. Paradójicamente, la memoria de la resistencia se logra perfectamente en el olvido material, simbólico y político de lo resistido. En que lo resistido apenas persista como apunte histórico y que sus efectos sociales, económicos, culturales, territoriales, es decir, su agenda estratégica sea totalmente pasada al olvido.
El plebiscito de salida permitirá ese olvido al construirlo. Una justa Damnatio memoriae social, construida por una larga resistencia a la dictadura y a la transición modelada por ello. Esta reparación social exigirá de muchos y muchas anarquistas participar del plebiscito haciendo algo a lo que nos oponemos políticamente: hacer parte del sistema electoral. No es grato, pero es necesario como un acto de memoria y reparación social: poner la lápida del olvido social y simbólico a la difunta herencia constitucional de Pinochet. Porque se trata de pasar al olvido los nombres del mal al mismo tiempo que reparamos a sus víctimas. Memoria de la resistencia que hace el olvido de lo resistido.
No se trata tanto, entonces, para este antipinochetismo libertario, de la nueva constitución (de la que ya hemos hablado largamente[6]), sino de dejar en el olvido la vieja, la forzada, la golpista. Aprobar para mandar al olvido a Pin8.
Por Pelao Carvallo
Integrante del Grupo de Trabajo Clacso ‘Memorias colectivas y prácticas de resistencia’.
6 de agosto de 2022 Hiroshima, no te olvidamos
NOTAS
[1] https://www.cnt.es/noticias/los-anarquistas-bajo-la-dictadura-de-pinochet-en-chile/ y https://www.todoporhacer.org/historia-anarquismo-chile/
[4] https://www.clacso.org/la-influencia-anarquista-en-constituyente-en-chile-analisis-con-ojos-acratas/
[5] https://www.clacso.org/chile-lo-que-hacen-los-pueblos/
[6] https://www.facebook.com/pelao.carvallo/videos/366006832328315