Por Carlos Montecinos, investigador UBA y CLACSO / Colegio Médico de Chile, Sociedad Chilena de Inmunología, Sociedad Chilena de Infectología, son sólo algunos de los muchos organismos especializados que han aconsejado al gobierno sobre como enfrentar la actual emergencia sanitaria provocada por el Covid-19.
Desde el mundo científico no cabe la menor duda que el diálogo abierto entre autoridades y expertos es central para superar esta crisis, y es por esta razón que no han sido pocxs aquellxs que han aportado, desde distintas disciplinas, con miradas alternativas y con datos sugerentes.
Lamentablemente, frente a semejante impulso colaborativo, el gobierno se ha mostrado impermeable a cualquier recomendación llegando incluso a replicar con soberbia, mediante un vergonzoso autoreconocimiento de sus logros, una carta abierta firmada por cuarenta expertxs, científicxs y divulgadores de diversas áreas.
Sin embargo, esta soberbia no es nueva. Dejando de lado represión, que al parecer es siempre la primera respuesta, aparece una clara similitud entre el manejo de la crisis de octubre y la crisis sanitaria actual: la arrogancia y la casi nula capacidad de diálogo, encarnadas actualmente en la figura del ministro Mañalich, parecen ser rasgos característicos de este gobierno al momento de enfrentar cualquier escenario crítico.
Octubre evidenció a un gobierno incapaz de escuchar no sólo las demandas sociales (“en estos días no he visto a nadie en Plaza Italia con banderas que digan ‘pensiones dignas’, ‘no más AFP’ o ‘no al CAE’, dijo en aquella ocasión el intendente Guevera), sino que además fue renuente a prestar atención al mundo de los científicos sociales, quienes a través de un variado universo de expertxs, aportaron con cuantiosos datos y diversas interpretaciones en la búsqueda de soluciones a la crisis social de octubre.
El 18 mostró lo que nos traería el 19. Y es que ambos momentos pisan un suelo común: una estructura institucional formal incapaz de recoger parte importante de las demandas y las contribuciones ciudadanas, trasnformando la política chilena en simple oferta electoral, despojando a la democracia de su capacidad de obrar a través de insumos de producción colectiva.
Democracia no significa acatar obedientemente las decisiones de nuestros representantes porque ganaron una elección, menos aún en momentos de crisis. Sobre todo en situaciones como estas, democracia significa construcción de conocimiento colectivo, fruto de un ejercicio dialógico a partir del reconocimiento de la pluralidad social.
¿Cómo enfrentar una crisis que es social si las respuestas se concentran en manos de un par de egocéntricos incapaces de reconocer sus limitaciones y de pedir ayuda? Los gobiernos de los países que mejor han enfrentado la pandemia lo han hecho desde la humildad y el trabajo colectivo, sin miedo a pedir consejos, reconociendo sus errores y aceptando la crítica como insumo para decisiones futuras.
Por el contrario en Chile, lo limitado de su democracia se ha visto reflejado en el personalismo de un presidente más preocupado por mejorar su imagen a partir de entregar comida con su nombre que en responder el urgente llamado de la comunidad científica, y en un ministro de salud que culpa a los pobres por tener que salir a trabajar (“preferimos morir de covid que de hambre”) en vez de reconocer su incompetencia y dar un paso al costado.
Las pocas instancias de trabajo colectivo que se han generado se han quebrado o terminan por evidenciar que son cosméticas ya que la opinión de sus miembrxs es ignorada o descalificada.
La continua arrogancia y prepotencia del gobierno simboliza todo lo malo del oasis chileno, paradójicamente fueron estas las que terminaron por sacar al pueblo chileno de su largo letargo y lo arrojaron a la construcción de un nuevo Chile porvenir.