El sábado nadie de los que estábamos ahí lo quiso ver. Se había divulgado la información que en la noche iba a estar en la Teletón. No se mostraba a nivel masivo desde septiembre del año pasado, cuando se presentó junto a otros artistas en el concierto Nada es para siempre, nombre de la canción con la que comienza su disco Trenes.
Un amigo estuvo presente para esa fecha: no aguantó y se fue caminando a otro lugar, a un rincón del Parque O´Higgins ideal para esconder algunas lágrimas. Lloró. “Fue muy fuerte verlo así. Una persona tan poderosa verla tan débil”, me dijo después.
Esa misma excusa nos hizo evitar la televisión el sábado. Pero hoy supe que cumplía 52 años, y quise mirarlo. Lo escuché tres veces. La canción que eligió, todos lo saben, fue Fe, y dentro de los artistas que cantaron –Roberto Márquez, de Illapu; Manuel García, Javiera Mena, Jorge del Campo y otros– se encontraban Pedropiedra y Gonzalo Yáñez, dos cantautores que lo acompañaron arriba del escenario hasta el día del accidente cerebrovascular. Todavía lo acompañan.
Cada uno de ellos le impregnó su estilo a la canción que sonó. Ninguno impostó el tono de voz de González. La interpretación que hizo Márquez, haciendo ese típico ascenso vocal cargado de energía, fue emocionante. Javiera Mena también dejó en silencio a los que alguna vez la cuestionaron por sus movimientos desafinados. Sonaron bien. Todos. Me gustó, aparte, el hecho de que lo acompañaran, algo así como un acto de compañerismo: vamos a cantar la canción contigo.
Porque Fe tiene que sonar. Fe no puede desaparecer.
Las canciones de González no tienen fecha de extinción. Eso no es nuevo. Resulta poco usual que una letra como la de No necesitamos banderas se mantenga así de vigente, más en estos días en que algunos de los políticos de Chile lanzan sus repudios contra la población inmigrante que llega a vivir entre nosotros. Más en estos días en que se busca generar odio. Una compañera feminista del diario me habló también sobre lo que significa Corazones rojos, que puso el tema del machismo de manera frontal –en una década impensada, por cierto.
Quizás la peor forma para construir un himno generacional, si es que existe, es presentar una canción bajo esa característica. Decir oigan, esto es un himno. Lo bueno que tienen las melodías de Jorge González es que cualquiera puede tomarlas y hacerlas propias. Es así como la Fe de Roberto Márquez es distinta a la Fe de Javiera Mena. Puede ser, incluso, que el mismo González se encuentre cantando una versión de Fe que no sea parecida a la inicial. Se ve en su cara: no es la misma canción que cantó una vez en un club nocturno de Vitacura, cuando le dijo al público que Fe no había entrado en la onda de la Rock & Pop durante los lejanos años noventa, y que por eso no había sonado tanto.
Ahora estaba sentado ofreciendo lo que le queda: una canción. Algunos se preguntaron si es que iba a lograr hacer algo bueno arriba del escenario. Otros temieron. Otros no prendimos la televisión por miedo a perder esos recuerdos; para quedarse con lo que ya había ocurrido. Pero cantó, y lo hizo al lado de los mejores acompañantes que ha tenido, esos que se encargarán de que nada se olvide. Aunque temo que esa no será una tarea difícil: Jorge González ya se internó en lo profundo de la sociedad, y su muerte será un suceso en la vida de alguien que nació para vivir por siempre.