Por Hasel-Paris Álvarez Martín
Se dice que la guerra de Ucrania ha transformado irreversiblemente el orden mundial, político y económico. Pero lo que más ha cambiado es la cultura izquierdista.
Al inicio de la guerra, el consenso occidental era no enviar a Ucrania armamento ofensivo, para evitar una escalada bélica. Nadie quería cruzar la delgada línea entre «ayudar a los ucranianos a defenderse» y «declararle la guerra a Rusia«. Los rusos podrían responder atacando territorio de la OTAN, que a su vez iniciaría una Tercera Guerra Mundial, con posibilidad de lluvia ácida.
Un año después, buena parte de las izquierdas europeas han cambiado el pacifismo y la neutralidad por el envío de tanques pesados, como los Leopard. Entre los gobiernos más comprometidos con esta operación hay varias socialdemocracias: España, Portugal, Alemania, Dinamarca, Noruega y el Canadá. Con la escalada ya en marcha, Finlandia (otra socialdemocracia) está debatiendo enviar aviones de combate
Ucrania pide más: misiles de mayor alcance, buques de guerra, submarinos. Y, quizás en un futuro, como ha augurado Zelensky, «que los países miembros de la OTAN también envíen a sus hijos a morir en la guerra».
La progresía occidental ya pone más esfuerzo en mandar armamento al campo de batalla que en mandar diplomáticos a la mesa de negociaciones. Y ese paso no lo ha dado solamente la socialdemocracia, sino también varios partidos a su izquierda: desde la Lewica («izquierda») polaca hasta la danesa Rød-Grønne («roja y verde»), pasando por la Vasemmistoliitto («alianza de izquierda») finesa y concluyendo con el espacio de Yolanda Díaz en España.
Además, la izquierda alemana, traumatizada con la «memoria antinazi» (como la izquierda española con su «alerta antifascista») y obsesionada con no repetir el pasado, ahora envía sus panzer en dirección a la estepa oriental como si estuviese en pleno 1941.
Otra novedad cultural: hace solamente un año, nuestras izquierdas estaban empeñadas en expulsar de la Unión Europea a Polonia, por no permitir que se casen sus homosexuales ni aborten sus mujeres. Ahora esa misma izquierda celebra el liderazgo europeo de Polonia, dispuesta a inmolar en el altar de la guerra sus tanques, sus aviones y, si fuera menester, sus homosexuales y sus mujeres.
La izquierda cosmopolita, sin-fronterista y postpatriótica, que nos decía que «la tierra no es de nadie más que del viento», de pronto quiere empeñar la vida y el patrimonio (ajenos) no solamente en nombre de la soberanía nacional ucraniana, sino de la reintegración territorial de hasta el último centímetro de Crimea. El propio ejército ucraniano afirma que nuestros tanques no bastan para alcanzar tal objetivo, lo cual hace aún más vana la esperanza de Occidente.
¡Qué decir de la socialdemocracia nórdica, allá en Suecia y Finlandia! Tanto que habían combatido la proliferación de armas atómicas, para acabar teniendo por principal aspiración engrosar la OTAN, que se compromete con ser «una alianza atómica hasta el día en que dejen de existir armas atómicas».
¿Y los Verdes en Alemania? Los primeros en hablar del calentamiento global se han convertido en los responsables primeros de calentar la Nueva Guerra Fría, con declaraciones como la de Annalena Baerbock: «Los europeos estamos en guerra contra Rusia». ¿Querrán compensar dicho calentamiento global buscando un invierno nuclear? Hace una década, la máxima preocupación de estos ecologistas y animalistas era proteger al leopardo de la caza furtiva. Ahora ellos son los Leopard, los cazas y los furtivos.
La izquierda internacionalista que criticaba el bloqueo a Cuba o a Palestina actualmente apoya el uso de sanciones como arma de guerra económica. La izquierda del Black Lives Matter está consiguiendo que tales sanciones dañen la capacidad de los países africanos de traer de Rusia alimentos básicos y fertilizantes agrícolas (en palabras de Macky Sall, líder de la Unión Africana). La izquierda multicultural que predicaba la «alianza de civilizaciones» ya dedica casi el doble de presupuesto a la guerra que a ayudar a los países pobres del mundo.
Todo aquel con una mínima conciencia social en la segunda mitad del siglo XX sufrió el mccarthyismo. Es decir, la persecución y la acusación falsaria de ser «prosoviético». Pues en pleno siglo XXI sus hijos repiten la idéntica acusación de «prorruso» contra todo aquel con una mínima conciencia geopolítica.
El progresismo bobaliconamente europeísta, que solía ser más bruselense que las coles, ahora aplaude un envío de tanques forzosamente impuesto al eje franco-alemán. Una victoria sobre la Unión Europea por parte de su rival (EEUU), su desertor (Reino Unido) y su bestia negra (Polonia). Todo ello en beneficio de que puedan vender nuestras armas países ajenos a las regulaciones de seguridad de la UE (Canadá, Noruega, Turquía). ¡Que suene el Himno a la Alegría!
Los que antaño se manifestaban contra la OTAN, por tratarse según denunciaban de una organización expansionista al servicio del imperialismo yanki, hoy la ven con ojos cada vez mejores.
Putin es tan machuno y patriarcal, es tan caucásico (nunca mejor dicho) y tan contaminante (con todo ese petróleo y carbón y gas natural), que en comparación la OTAN empieza a resultarles «progresista». Al fin y al cabo, ahora en el Pentágono hay mujeres, incluso varias de ellas están «racializadas».
Los ejércitos otanistas ya no luchan por combustibles y tierras raras, como antes, sino para que Eurovisión y el Kyiv Pride puedan celebrarse en la capital ucraniana. Por no hablar de las ventajas ecológicas: cuantos más Leopard pongamos a destruir y a ser destruidos, menos vehículos de altas emisiones quedan en activo. Y menos humanos con vida consumiendo recursos escasos. ¿Cómo ser progre hoy en día sin ser otanista?
Sin embargo, todas estas transformaciones en la izquierda parecen demasiado profundas como para ser una mera reacción a la Rusia de Putin. Aquí, en la España del PSOE, ya habíamos visto antes el milagro de la transustanciación. Pasar del OTAN no a estar directamente en primera línea de bombardeo sobre Yugoslavia.
Lo que está ocurriendo en las filas progresistas occidentales es, en realidad, la culminación de un proceso iniciado desde Mayo del 68 hasta la caída del muro de Berlín del 89. Es la absoluta absorción de la izquierda por parte del capitalismo, al que ya no aspira seriamente a derribar. Solamente se busca hacerlo más políticamente correcto, más sostenible, más diverso e inclusivo.
La izquierda realmente existente ha quedado para aplicar el desmantelamiento productivo que dicte la transición energética del BCE. Y las recetas migratorias que dicte el FMI. Y la compra de coches que dicte la Agenda 2030 de la ONU. Y el «ser feliz sin nada» que dicte el Foro de Davos.
Como no puede ser de otra forma, la consecuencia de rendirse así al capitalismo es acabar también rendido ante su brazo armado: la OTAN. Primero la plata y luego el plomo. Y esto lo harán poco a poco sin excusa, o más rápido con la excusa de Rusia, de China o de la Cochinchina.
Podemos bautizar a esta progresía con el título de «izquierda leoparda», un hallazgo de Julián Jiménez. El profesor la define como «aquella que en Venezuela apoya a la extrema derecha diciendo que Maduro es un dictador, en Ucrania apoya a Azov con el mismo argumento y, en general, apoya a EEUU en cualquier conflicto».
Son «los Antonio Maestre, Pedro Vallín, Estefanía Molina, la intelectualidad de PRISA y El País«, que «están contra la guerra hasta que llega el PSOE al Gobierno y toca apoyar su acción militar, desde Afganistán a Libia«.
El concepto de «izquierda leoparda» tiene algo de irónico. Rima con «rojipardo», que es precisamente el término peyorativo que esta izquierda usa para insultar a quien se salga de su estrechísimo marco mental, ya sea por la izquierda («roji-«) o por la derecha («-pardo»).
También les gusta usar el mote de «tanquista». Un invento de liberales y progres británicos para descalificar a socialistas y comunistas. Se les asociaba con los tanques soviéticos en Budapest y los tanques chinos en Tiananmen, para así tacharlos de violentos enemigos del civilizado Occidente.
Todo esto en los años ochenta, mientras Margaret Thatcher mandaba vehículos blindados contra los argentinos en Malvinas y contra los mineros en su propio país. De manera trágica, se ha llamado «tanquista» precisamente a quien se solidariza con cubanos, vietnamitas, coreanos o sirios. Es decir, con pueblos que realmente sufren tanques, invasiones y bloqueos.
En un bello giro de la Historia, por fin se le puede llamar «tanquistas» a quienes realmente lo son y han sido siempre: la «izquierda leoparda». Lo merecen por sus queridos tanques Leopard, claro, pero también por sus semejanzas con el animal que les da nombre.
Es un depredador oportunista, capaz de tragarse cualquier cosa, especialista en adaptarse al entorno que sea. Mientras está el sol fuera, duerme sin importarle el ajetreo diurno, despertándose solamente para cazar en cuanto cae la noche.
Así es la «izquierda leoparda»: sus ojos están cerrados durante la jornada laboral, dejando hacer al mercado con indiferencia. Pero ¡ay cuando llega la noche oscura del imperialismo! Allí saca sus garras y colmillos.
Por Hasel-Paris Álvarez Martín
Politólogo y especialista en geopolítica.
Columna publicada el 26 de marzo de 2023 en Geoestrategia.es