Por Víctor Hugo Robles / @elchedelosgays
En los años ’90, mientras investigaba para mi tesis de periodismo en Universidad Arcis, relativa a la historia del movimiento homosexual en Chile, entrevisté a diversas personas.
Entre esos testimonios está Jorge Droguette, Eva, protagonista de la primera protesta homosexual en la historia de Chile, acontecida un 22 de abril de 1973.
A Eva la conocí a través de Tomás Rivera, La Doctora, travesti emblemática de San Camilo prostibular. Recuerdo que La Doctora me dijo que conocía a una loca que estuvo en la protesta, así que nos fuimos a verla a la calle Romero de Santiago centro.
Mi juvenil entusiasmo fue aplacado por un seco Droguette, conocido como Eva La Medallita, que no tenía muchas ganas de hablar. Me miró con cara de pocos amigos y respondió pocas preguntas.
La tesis fue aprobada y transformada en el libro «Bandera Hueca. Historia del Movimiento Homosexual en Chile» en 2008. Mucho tiempo después, durante 2022, volví a encontrarme con Eva, gracias a Evelyn Wittman, transexual chilena de los años 60 que vive en Lyon.
Eva, al igual que en nuestro primer encuentro, se mostró distante pero accedió a conversar. La visité y entrevisté en su casa forjando una cómplice e íntima amistad. Y así, conversando y reconociendo, le propuse grabar un documental sobre la primera marcha. Eva aceptó y contactamos a otras protagonistas y testigos.
Fue un proceso hermoso de relectura de archivos periodísticos, búsqueda de imágenes y registro de testimonios. Urgente, cariñoso y autogestionado documental realizado junto a la periodista y realizadora Carolina Espinoza.
Su estreno mundial, Santiago y Madrid, será el 22 de abril, conmemorando los 50 años de la intrépida manifestación de la diversidad sexual en tiempos de Allende, que denunció abuso policial.
«Queremos libertad, queremos libertad», gritaron las locas del ’73, un grito que retumba en el Chile de Gabriel Boric. “Nací el 22 de noviembre de 1954. Recuerdo que como a los cinco años me di cuenta que era diferente. Después, cuando más grande, asumí que era homosexual”, me dijo La Medallita hace unos días en su sencilla pieza del Barrio Yungay.
Aquí nuestra conversación, su loca vida y la historia de una marcha que se transformó en una gran historia.
¿Cómo viviste la etapa en el colegio, Medallita?
Muy mala porque se burlaban de mí, no podía estar tranquilo, tenía que esperar que todos salieran para que después yo pudiera regresar a mi casa. Mis compañeros me gritaban cosas. Lo pasé mal.
¿Y qué decía tu familia, te aceptaban, te integraban o te rechazaba también?
Mi madre siempre me aceptó desde niño. Mi hermano y mi padre no, él no me aceptó porque era de estos viejos machistas, sureños, y además tenía un hermano que era luchador. No me quiso, aunque con el tiempo logró quererme.
¿Tú dices un luchador de lucha libre?
Sí, un luchador de lucha libre en esos años cuando daban por la TV los “Titanes del Ring”. Mi hermano era el Dany Ringo. Dijeron que estaba muerto pero no es cierto, mi hermano está vivito y coleando. Ahora él me acepta y de vez en cuando nos vemos.
¿En qué minuto dejaste de ser Jorge y comenzaste a asumir una identidad femenina? ¿Cómo conociste la calle hasta llegar a la prostitución en la Plaza de Armas de Santiago?
Yo tenía un hermano, otro, no el luchador, un hermano mayor a mí, que trabajaba en un puesto de frutas en la calle San Antonio. Se llamaba Jaime, muy parecido a mí. Recuerdo que mi mamá me mandó a buscar una plata, era mi primera vez solito en el centro de Santiago. Yo cabra chica. Me dijo vas a tomar la micro tanto, te bajas en el paradero tanto y todo el cuento. Y fui. Mi hermano me pasó el dinero y unos plátanos, unos duraznos. Yo no sabía qué hacer porque desde chico era femenino y me daba un poco de vergüenza andar con ese paquete de frutas en la mano. Entonces me fui a la Plaza de Armas y justo-justo el amor llegó a mi puerta.
¿Pinchaste?
Sí, pinché, inmediatamente, yo era lindo, pero con mi inmadurez, sin saber cómo era el amor, si a una le quitaban, si a una le daban, porque realmente nunca había tenido amor. Recuerdo que en Plaza de Armas un hombre se acercó y comenzó a mirarme. Yo sabía que le había gustado. Entonces me di una vuelta con el paquete de futas y lo voté en un tarro de basura. Yo tenía unos 15 o 16 años.
Jovencito, adolescente. ¿Estamos hablando de los años 70, Medallita?
Sí, ahí llegué, me senté, yo me puse patuda para ver qué pasaba con el hombre, dije yo, entre mí, con mi inocencia de joven. Me senté al lado del guacho, pero no al lado al lado, un poquito mas allá y el cabro me empieza a hablar, que cómo me llamaba, que de dónde era, que esto y esto otro y comenzó el pololeo.
Me invitó a comer pizza y de ahí nos fuimos al cine, siempre me acuerdo, al cine Normandie, fuimos a ver una película de Pili y Mili. Me fascinaba, era primera vez que veía esa película en el cine, una maravilla. Después nos seguimos viendo y me explicó cómo funcionaba la Plaza de Armas.
¿Te enseñó el trabajo sexual?
Sí, ahí comencé poco a poco a frecuentar la Plaza de Armas. De primera no tomaba en cuenta a las otras colas de la Plaza, hasta que un día una colita morena, que ahora murió, muy buen mozo, muy simpático, fue muy amiga mía, se acercó al lado mío y me dijo ‘hola’. -Hola- le digo yo, sabes por qué te saludé, me dijo, porque tú eres igual que yo, agregó. Yo te vi de lejos, soy La Peggy Cordero, no era la famosa actriz de la época, era su apodo.
Me dijo que todas las de la Plaza de Armas tenían nombre de mujer y me bautizó como La Carola. Yo no era la Eva en esos años, tampoco La Medallita. Mi primer nombre fue La Carola. Ya cuando entré al ambiente fui La Eva, porque había un cabrón que se llamaba Rosendo y él me puso Eva, por lo blanquita, por lo rubia de ojos celestes. Y La Medallita nació porque decían que yo traía suerte y clientes.
¿A ti te gustaba?
Sí, primero para celar a mi pareja y luego me gustó porque ganaba plata. Así conocí a uno que era abogado y arquitecto, tenía las dos profesiones, no era de mi gusto, pero me daba lo que yo quería, a veces estaba semanas en su casa.
¿Tus papás no se daban cuenta de nada?
No, porque yo me fui de la casa de muy joven para vivir la vida. Yo desde chica fui muy astuta. Yo pescaba viejos, no importa que no me dieran un peso, pero me quedaba y me iba a quedar en sus casas. Yo era cabro, joven y bonito. Mi pelo era rubio y mis ojos eran celestes. Jovencito, imagínate, era menudito, regio.
¿Ya te vestías de mujer?
No, no se usaba vestirse de mujer, pero yo era muy femenina. Siempre trataba de apretarme la ropa y parar el poto.
Hablemos de tus tiempos de trabajadora sexual, tus tiempos en la emblemática calle San Camilo, cuando te dedicabas a eso…
Sí, eso lo viví entre la Plaza de Armas y San Camilo. Recuerdo que un día llegó un colita a la Plaza que se llamaba La Tigresa, un maricón feo. Ella sacó un postizo esos de pelos naturales y empezó a peinarlo. Me dijo que usaba taco alto y que trabajaba en las noches en la calle San Camilo. Entonces me maquilló y así comencé como mujer. Los hombres me besan el cuello, me tratan como mujer, me gustó. Yo era chico y no me querían llevar porque las podían acusar de corrupción de menores.
Tenías menos de 18 años…
Claro, tenía como 16, era ese mismo tiempo cuando hicimos la primera marcha de los homosexuales. Ahí conocí a la Carmen Marmolejo, ella me dijo que podía estar con ella pero tenía que hacerme pasar por su hijo si llegaba la policía. Ahí me conseguí vestidos y tacos.
Yo no sabía andar con zapatos de mujer. Y así comencé en los prostíbulos pero no inmediatamente porque andaba muchos detectives de investigaciones. Yo era menor de edad pero me daba cuenta de todo, incluyendo el abuso de la policía. Así nació la idea de hacer una marcha de colitas.
¿Por el maltrato de la policía?
Sí. La policía nos llevaba presos hasta por gusto, recuerdo que en ese tiempo andaba un paco al que le decían el “cara de laucha” porque donde nos veía nos llevaba presos. Nosotras le pusimos ese apodo porque era negro y feo, parecía ratón, era grandote y odiaba a las colas.
¿Y cuántas veces estuviste presa?
Muchas veces, si los pacos te llevaban presa hasta por fea. Era terrible la represión de ese tiempo, te pegaban, te llevaban presa y te cortaban el pelo por puro gusto. Nos escupían en la cara, nos humillaban, nos decían hijo de puta, nos echaban con unos atorrantes llenos de cucarachas, llenos de meados. Los homosexuales en ese tiempo éramos muy discriminados y maltratados por la policía.
Esta situación de abuso y violencia policial se producía en un tiempo político bien particular, porque estaba el Presidente Salvador Allende en La Moneda…
Sí, pero a mí poco me importó la política, ese tiempo fue de libertad pero no para nosotras.
¿Esta marcha del 22 de abril de 1973 fue organizada en contra del Presidente Allende?
No fue en contra de Allende, era en contra de la policía, porque no existían los Derechos Humanos en ese tiempo. Nosotras queríamos que no nos golpearan más, que no nos llevaran presas de puro gusto. En ese contexto se hizo la marcha. Yo fui la organizadora. Era un niño, adolescente, pero muy astuto.
¿Y cómo organizaron la marcha?
No te voy a decir que la organizamos inmediatamente, primero tuve que buscar amistades para la marcha, una por aquí y la otra por allá. En esa época había una que le decían La Fresia. Yo le puse luego Fresia Soto, por la cantante.
Entonces, le dije yo, tú que eres presidenta de una junta de vecinos puedes conseguir un permiso para una marcha, porque ya es mucho lo que no están pegando estos desgraciados. Todas las que estábamos en la Plaza de Armas dijeron que sí y pedimos permiso a la Municipalidad de Santiago.
Nosotras nunca vimos un papel pero había un permiso porque nadie nos reprimió, ni molestó en la marcha del 73. Los pacos nos miraban de lejos. Nosotras estábamos libres porque sabíamos del permiso. Nosotras no teníamos miedo y cuando empiezan a llegar los periodistas nos volvimos locas. Yo me creía la Pily y Mily. Me subí arriba del caballo de Pedro de Valdivia y hacía poses. Esas son las portadas del diario Clarín y la Revista Vea.
Se les ve muy contentos, muy alegres en las portadas, fue como una fiesta más que una protesta…
Las dos cosas, porque nos liberamos cuando veíamos a los pacos, la hacíamos peor, más mariconas, porque sabíamos que estos gueones hacían lo que querían con nosotras. Fui un desquite, una fiesta pero también una protesta.
¿Y cuántas eran?
Las más patudas éramos unas 20 pero había otras mirando. Éramos pocas las patudas, las otras estaban todas en el closet. Las más patudas marchamos por todo el alrededor de la Plaza de Armas y hacíamos poses. Te das cuenta, Víctor Hugo, que a mí es la que más enfocaban.
Eras una de las más bonitas y gritona, tal parece. ¿Qué decían, qué gritaban?
¡Queremos libertad, queremos libertad!
Oye, pero en algunos medios como la Revista Vea se dijo que ustedes pedían matrimonio homosexual.
Mentira, eso lo inventaron. Porque cómo se te ocurre que nosotros íbamos a pedir matrimonio en esos años, si ni siquiera nos dejaban tranquilos como colas, imposible, no existía esa ley, eso lo inventaron los periodistas.
¿Y quiénes estuvieron en la marcha?
La Gitana, La Larguero, La Raquel, La Fresia Soto, La Confort, una de Santa Cruz que le decían La Bernardita, estuvo un colita que le decían La Bárbara, era una muy linda de ojos calipsos, esa sí que era linda, esa me cagaba a mí porque era muy lindo. Éramos varias pero ahora solo quedamos pocas sobrevivientes.
El 22 de abril se cumplen 50 años de esta primera protesta de la diversidad sexual en Chile, ¿qué emoción sientes, qué implica para ti esta conmemoración tan especial a 50 años del Golpe Militar y la muerte de Salvador Allende?
Yo no me había dado ni cuenta que han pasado tantos años, imagínate que esto yo lo tenía medio olvidado. Tú lo sabes bien, recuérdate que no quería hablar, tú estuviste mucho tiempo a la siga mía. Yo no quería entrevistas, ni nada, hasta ahora que estoy hablando contigo y grabamos un documental.
Es verdad. Hace más de 25 años que te busco querida Medallita de la Suerte. Y el que busca, encuentra…
Sí. Para mí esto estaba olvidado, pero después con el tiempo, tú sabes, Evelyn Wittmann, transexual que vive en Francia, me dijo que te diera la entrevista. Entonces, me dije, qué voy a perder, pero no pensé nunca que esto iba a crecer tanto. Yo pensé que era una entrevista y nada más, nunca imaginé que esta historia se transformaría en un documental histórico que presentaríamos en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
Nunca pensaste que te transformarías en una estrella, querida Medallita…
No, nunca. Si ahora no me dejan tranquila, si imagínate que estoy haciendo la comida, el aseo, lo que sea y suena el teléfono, parezco recepcionista.
¿Y qué te hizo cambiar de opinión y conversar conmigo?
Lo que pasa es que estaba un poco cerrado porque hace un tiempo asistía a una iglesia evangélica, entonces eso no te permite recordar lo que pasó. Por eso mismo destruí un álbum de fotos de la época, creo que dos de ellas se lograron salvar.
Pero ahora te gusta recordar, hacer memoria, que se diga quienes estuvieron, por qué lo hicieron.
Sí, me gusta y me emociona hasta las lágrimas. Me gusta porque saco algo que estaba escondido en mí, me estoy liberando, estoy contando lo que yo hice, entonces me siento bien, porque me hace recordar las cosas que yo hice y ahora me digo yo, a mi edad, cómo fui tan patuda de haber hecho lo que hice. No lo puedo creer.
¿Qué le pedirías a las organizaciones de la diversidad sexual que ahora levantan esta protesta como un hecho histórico de la causa LGBTIQ+?
Yo les pediría a las organizaciones, así como tanto recuerdan la marcha del ’73, que nos ayuden, que se preocupen de nosotras, porque nosotras somos personas de la tercera edad. Yo soy una persona que arrienda una pieza, imagínate, yo cobro mi jubilación, que es poco. Y mi jubilación se me va en pagar una pieza y comer.
Las organizaciones trans están demandando una reparación histórica al Estado de Chile que implique salud, pensiones. ¿Qué piensas tú?
Es lógico que nos paguen todos los daños que nos hicieron, que sufrimos, que no se olviden que gracias a nosotras ellas son libres, están como están, porque yo te digo una cosa, que nadie te va decir: ¿Por qué ellas pueden marchar ahora? Lo hacen porque estuvimos nosotras por primera vez hace 50 años en la primera protesta en la Plaza de Armas de Santiago.
¿Qué te gustaría decirle -finalmente- a la nueva generación de homosexuales, lesbianas y trans?
Que disfruten su libertad que tienen, que no se metan con cualquier pato malo, que ellos algunas veces te quieren hasta matar para quitarte las pocas cosas que tienes, sobre todo esta gente que tiene dinero, que llevan hombres a su casa sin importarle el mundo y al otro día aparecen ahorcados, como lo que le pasó a mi amigo Aliro de Puerto Montt, que lo golpearon y mataron brutalmente.
Les diría que se hagan valer, que se cuiden, porque ahora está el VIH/SIDA. En mi tiempo no existía el VIH, lo único que teníamos que tener cuidado era con una sífilis, una gonorrea, pero existía solución, porque nos inyectaban todos los meses. Eso le podría decir a la juventud, que se cuiden, que se cuiden nada más, y que aprovechen la libertad que tiene una ahora.
Eso que gritaban ustedes en la marcha de “Las Locas del 73”, “queremos libertad, queremos libertad”, ahora que la tienen que la disfruten…
Sí, Víctor Hugo. Eso les diría, que disfruten su libertad, esa libertad sexual peleada y ganada hace 50 años en los tiempos de Salvador Allende.
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