Por Luis Mesina
Una ola crece en el mundo avizorando peligrosamente el retorno de gobiernos de extrema derecha, que presagian situaciones de mucha conflictividad en el futuro inmediato poniendo en peligro la paz mundial.
El nacionalismo, o chauvinismo trasnochado que en el siglo pasado antecedió a uno de los conflictos bélicos más grande de la historia, no fue casual. Si bien la segunda guerra mundial se desarrolló entre 1939 y 1945, lo cierto es que, una década antes ya había comenzado la arremetida del fascismo contra los trabajadores, los migrantes, los judíos, los negros.
En Italia con la llegada de Mussolini en 1922, y luego de Hitler en Alemania en 1933, se produjo la materialización de esa alianza perversa que tendría al mundo durante varios años en la encrucijada de ser sometidos por el totalitarismo más abyecto del que se conozca en la historia contemporánea.
La estrategia de esta ideología después de 80 ó 90 años no ha cambiado mucho. Se persiste en el discurso anticomunista que, en esos tiempos, algo de sentido tenía pues la URSS de la época era una potencia que crecía y ponía en peligro los intereses del capitalismo. Pero hoy, la URSS se derrumbó, no existe, y a pesar de ello el discurso se mantiene.
La idea es instalar un relato sobre un enemigo interno que no existe; pero se crea en función de justificar diversas arremetidas que al final terminan siendo funcionales a los poderosos y perjudiciales para las grandes mayorías. Los que pierden siempre son los trabajadores y trabajadoras, los pueblos del mundo.
La derecha está ganando posiciones, Suecia es un ejemplo, pero lo más impresionante es la alta votación obtenida por el “partido populista antimigración” que obtuvo el 21% del electorado prometiendo acabar con la violencia en las calles, terminar con las bandas delictuales y, de paso, erradicar la migración.
Discurso que se repite como protocolo de quienes lideran las organizaciones políticas de la ultraderecha: Bolsonaro en Brasil, Trump hace poco en EE.UU, Kast en Chile y, lo más relevante la llegada de la ultraderecha en Italia mediante Giorgia Meloni quien no ha ocultado su simpatía por el Ducce como cariñosamente ha llamado a Mussolini.
Es decir, un cuadro que debiera alertar sobre las causas que hacen posible esta arremetida de la extrema derecha en el mundo. Quizá algo relevante a destacar es la decadencia de los partidos que se hacen llamar de izquierda. Los pueblos, los y las trabajadoras, después de votar por ellos en los últimos 30 años terminaron convenciéndose que han sido un verdadero fraude.
Bajo la mayoría de los gobiernos de corte socialdemócrata -por supuesto que hay excepciones-, se ha gobernado siguiendo las recetas de los organismos internacionales. Los planes de ajuste estructural, de austeridad fiscal que repiten en el FMI, Banco Mundial, Banco Europeo, han terminado produciendo una concentración obscena de la riqueza, monopolizando la economía, lo cual de paso echa abajo el discurso de las economías libres, toda vez que los mercados no son más que una entelequia, donde los que controlan todo o casi todo, imponen sin contrapesos sus intereses en desmedro de las mayorías.
Se suma a ello, que el planeta enfrenta una seria crisis climática, agravada por la expansión de industrias contaminantes que no reparan en comprender que esta destrucción impacta y cuyas consecuencias son desconocidas.
La crisis económica actual y su agravamiento traducido en inflaciones que deterioran los salarios empobreciendo a los trabajadores es el terreno fértil donde encuentra sentido el discurso chauvinista en que se apoya la ultraderecha.
Por tanto, el mundo enfrenta desafíos importantes que al igual que décadas anteriores siguen plenamente vigentes, como hacer que la riqueza del planeta que producen hombres y mujeres sea realmente distribuida con equidad y justicia de forma tal superar aceleradamente los niveles de pobreza de manera que la paz mundial por la que tantas veces los trabajadores y pueblos del mundo han demandado sea una realidad y no se ponga en peligro por las desafortunadas políticas que son el caldo de cultivo para pavimentar la llegada del fascismo al poder como observamos en otras latitudes.
Chile no está ajeno a eso. Hace tres años se produjo la revuelta que remeció los pilares de la institucionalidad chilena, que muchos creyeron se vendría abajo definitivamente permitiendo al pueblo reconstruir sobre la base de un nuevo Estado una sociedad más humana, más justa y mucho más desarrollada.
Bueno, pasaron tres años y las cosas parecen estar peor, la represión contra quienes se manifiestan no cesa. Aumenta la militarización en el Wallmapu sin que se vea una solución real. Crecen y crecen los campamentos como clara señal de que algo anda mal en la distribución de los ingresos. Son señales para tomar en cuenta y prepararse para evitar que, en el corto plazo, como irónica respuesta al 18 de octubre de 2019 se termine imponiendo la extrema derecha en nuestro país. Sería una desgracia.
Foto Portada: Diario El Mundo
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