El Domingo pasaba por Ahumada, justo después de que terminara ese desfile con monos gigantes que inventó el viejo Paulmann y afuera de la sucursal de un banco, una aglomeración de personas armaban un improvisado ruedo, que en el centro tenía a un viejo con su micrófono amplificado, unas pistas pachangueras de telón y varias parejas de bailarines ocasionales, gozando la performance cuneta que ahí se producía. Extraño, por decir algo. Me quedé, sumándome al público espectador y reconozco que ver a ese crooner criollo y a esa docena de parejas prendidas con ese show me trajo a la mirada la siguiente idea: la música siempre termina ganando. Siempre.
El sábado se realizó el Rockout en el Espacio Broadway. Lo cierto es que ese lugar tiene hartos pros que podrían convertirlo en un sitio tremendo para hacer festivales de tamañas proporciones, sin embargo –y espero que sea por ser la primera vez-, hubo torpezas que dificultaron las distintas aristas que significan una empresa como esta: la accesibilidad, que tanto para llegar como para irse del recinto, fueron poco expeditas o significaron tiempos de espera agotadores para muchos y muchas de los que necesariamente debían utilizar estos buses de acercamiento; la disposición y cercanía de los escenarios que, tal vez por razones logísticas de sonido que ignoro, en varios momentos de la cita ensuciaban con ruido las presentaciones de las bandas compañeras de festival; los precios castigadores de todos los productos necesarios para estar cómodos y sumar a una escucha placentera de los grupos que se quiere vacilar –una pilsen de medio a 4 lucas es simplemente un palo-. No menciono la polvareda reinante –que podría evitarse colocando una carpeta de algo-, y la planificación de la grilla de artistas nacionales e internacionales, que en algunos momentos se topaban en sus presentaciones, obligando a caleta de melómanos por optar, innecesariamente, por alguna de las posibilidades –está de más decir que nuestros grupos fueron los más castigados-.
A pesar de lo anterior, hacerse parte de una cita como esta, siempre termina por significar una experiencia bacán, recordable y vivificante. Porque, aunque sabemos que en Chile los precios de las entradas a estos eventos son una carajada, hay algo extremo, épico si se quiere, en nosotros público nacional que termina por pagar como sea el ticket para ver por fin a un atronador Helmet o a unos pulentos viejos como Devo. Con esto no pretendo dar un espaldarazo a los criterios de las trasnacionales que terminan por darnos en la madre, a nosotr@s consumidores de rock del culo del mundo, sino que lo expongo como una parte de nuestra naturaleza que es capaz de pelearla y resisitirla con caleta de esfuerzo, en pos de ser parte de un momento artístico, que durante una cachá de años se nos fue prohibido.
Las ganas de estar en todas las presentaciones es imposible en formatos de festival como este. Aprovechar las lucas invertidas al máximo, exige desafíos y costos que uno no quiere asumir, pero el mono es así y algunas postales que pude rescatar de este sábado son el resultado de corridas y decisiones al pedo. Aquí van algunas:
Como Asesinar a Felipes
Como Asesinar a Felipes empezó la jornada con un calor de mierda y una audiencia que se sumaba con lentitud, sin embargo, lo que hace esta agrupación es sólido y a prueba de muchas adversidades. El Koala se las mandó en esta presentación, confirmándome que es uno de los mejores frontman con los que se puede contar. Lo bacán de su trabajo es que con este lúcido y jugado sonido jazzy rock oscurito y esas líricas crípticas que se hacen entender en los momentos oportunos, configuran un formato de canción, de música, súper inspirador. Ver cabecear a mis compañer@s de público, con una formato tan poco común, fue tremendo. “Así te queremos ver / creando, luchando”, resonaba con voz metálica en el escenario principal. Secos.
Helmet
Me bajé hace años en mp3, el Strap it on y el Meantime de Helmet. Lo tengo respaldado en un trajinado CD de finales de los noventas. Como muchos me quedé esperando a que tocaran el 2011, entonces, por fin verlos sonar era acallar a mi antiguo yo que quedó intranquilo. Hamilton resultó ser un tipo de poco contacto con la fanaticada. Sumido en lo suyo, simplemente se dedicó a poner en escena la tromba de riffs que constituyen su trabajo y sí que lo consiguió.
Unsung o I know, sonaron increíbles y saberlos tan cerca, cachar cómo empezaba a multiplicarse la audiencia mientras la voz dura del flaco decía como hueveando que “está todo bien”, era una escena que aplaudí frenético y satisfecho. El sonido Helmet fue capaz de hacer amables el sol que picaba y el sudor que hería los ojos, confirmando que su sonido de más de veinte años de existencia, fue imprescindible para el trabajo artístico de muchas bandas potentes que hoy pueblan la escena.
Cerrar con In the meantime fue hermoso. Éramos caleta los que nos cabeceamos como agradecimiento por la presentación aquella y si bien hubo algunas impericias en el trabajo de la consola, Helmet fue más verdad que adversidad y eso bastó para seguir creyendo en su trabajo y seguir teniéndolos en nuestras apreciadas colecciones de música.
Thurston Moore Band
Thurston Moore es un capo del ruido, del acople. Conozco a muy pocos que ignoran su sonido y lo importante que es para la construcción del sonido rock actual la figura de Sonic Youth, su banda capital. Entonces verlo sumar y sumar jugarretas distorsionadas con su Fender, con una formación de músicos impecable y desde una extraña libertad que no remedaba a su antigua banda, sino que la citaba extrayéndole sus mejores ingredientes, fue simplemente bacán. {destacado-1}
Resulta lindo ver cómo un groso de la talla de Moore, es capaz de presentarse en un festival catártico y primerizo como este, atendiendo a su momento actual en el que busca seguir creativo sin hacer uso de su material probado y grandioso. Cacharlo, como un flacucho convencido de que estos son sus mejores días y que son dignos de ser ofrecidos a este público de tan lejos, lo convierten en un músico más grande y más verdadero de lo que ya es. Una joya su presentación.
Melvins
Me quedé a Melvins, sabiendo que Rama sonaba en el escenario Escudo. Conociendo un par de sus temas, lamentaba no poder permitirme verlos en vivo, pero la curiosidad y ganas de tasar a Melvins en vivo, me obligaban a tomar decisiones. Me prometí, en secreto, ir a ver a los nacionales en alguna tocata próxima y callar la culpa.
A esa hora, las ventoleras entierradas parecían solo adornar la esperada presentación de estos gringos venerados por sus señeros trabajos en otras formaciones. El viejo Osbourne es un espectáculo en sí mismo y lo que hizo con Dunn y Crover, fue un combo en el hocico devoto de todos los presentes. Tirarse papitas como “National hamster” o la suprema “Honey bucket” del Houdini –que dejó la real cagá entre patadones y tierra-, resultaba revelador de porqué tantas y tantos de los asistentes llevaban en sus pechos la iconografía de los de Seattle.
Finalmente, oír la gruesa versión “Let me roll it” de McCartney con Wings o la de “Fascists eat donuts” con el batero Crover montado en su instrumento, gritando los últimos versos, superaron las figuraciones que tenía con Melvins y solo sumaban mis convicciones de porqué el rock y la rabia son parte de la misma familia.
Los Morton
Tengo originales los pulentos discos “Cebator Quat’s”, “Santo Remedio” y “Arriba e’ la pelota” de los tremendos Morton y verlos en el RockOut fue puro placer. Si bien, de pasadita me di una vuelta por la presentación de Blind Melon, tenía urgencia de sonido iracundo chileno y el grupo que acompañó mis pendejos noventas, era mi imperdible.
{destacado-2} La formación de esta familia Morton, confirmó en este festival cuán importante es su presencia en esa década anodina que resultaron ser los noventas y en ese Chile sin Pinochet matando chilenos como orate. Estos fueron unos de los pocos grupos puntudos entre tanta lírica edulcorada de por esos años, que apuntaron a la nueva y cómoda oficialidad, a esa derecha rica defensora de viejos culiaos como Paul Schäfer o a la policía torpe y castigadora, entonces escucharlos este sábado presentar “Cocaína”, “Violento” o “Legaliza-la”, sumado al marco de un público fiel y vacilón, confirmaron mi decisión de ir a hacerles el aguante.
Los Morton, conectadísimos con su gente, terminaron por agradecer desde su sentir más honesto, la presencia de quienes levantábamos tierra a esa hora de la tarde y que, a pesar de que la industria discográfica y mediática les dé la espalda y no nos facilite el acceso a su lúcida historia, seguimos coreando y creyéndoles. Bacán Morton.
Fantomas
Fantomas me deja con una extraña sensación que, probablemente, ni se parezca a la de hartos de los que estaban ahí. Patton tiene méritos y un trabajo tan consistente que no creo que permita mucha discusión. Que aquí que se le valora como figura de culto, que se coma nuestros gargajos, que se corte el pelo en Franklin, que tenga el teléfono de Fuguet, que le haya agarrado el culo a Vodanovic, son solo datitos sabrosos que colorean un soberbio trabajo musical y artístico que este loco ha fraguado durante tanto tiempo, por lo tanto, ver a Mike en este formato tan experimental que es delicia para muchos melómanos, era un mar de expectativas. {destacado-3}
Creo que “The director’s cut” estuvo grandioso. No lo dudo, sin embargo, algo me pasa con el contexto en que este se performa y que finalmente no me cuaja. Parece que el hábito de escuchar y prenderme con la exquisita rareza de este álbum siempre la concebí en espacios más pequeños, entre paredes quizás, entonces, mirar la pericia de cabrones como Lombardo o Dunn, no me cuadraban. Quería que todos esos cortes, todas las texturas sonoras se confinaran a un marco mucho más doméstico. Me dio lo mismo que cambiaran el orden del tracklist del disco o que Patton hueveara –en su posición de rockstar consentido que siempre regala cuñas y momentos- a los Hielo Negro. Lo que nunca terminó por convencerme fue que pareciera ser que este formato musical me place más en otro contexto de presentación, en donde conviven perfectos tanto el estruendo, el afán atmosférico y la cita retorcida a las verdaderas canciones sacadas de tanta peliculaza.
Puede que sea maña o idiotez, pero este Patton con mochila y amigos talentosos, no logró alcanzar mis ideas preconcebidas de cómo resultaría presenciar en directo tan increíble disco.
Devo
He visto a Hielo Negro hartas veces, así que mi necesidad de verlos en vivo estaba bastante saldada, por lo mismo, yo y mis decisiones culposas en esta ocasión no aparecieron, así que me fui de inmediato al escenario de los bacanes de Devo.
Lo que pasó a esa hora con estos clásicos estadounidenses, no me lo imaginaba. Estoy seguro que varias y varios de los presentes no figurábamos la energía, desprejuicio y actitud rockera que despedía la performance de esta banda de los viejos Casale y Mothersbaugh. Sesentones que como si nada, bailaban coléricos, hacían maromas, se empelotaban y le regalaban a su numeroso público sudamericano, prendidísimas interpretaciones de canciones como “Girl U Want”, “Jocko Homo”, “Whip it” o “Gates of Steel”. {destacado-4}
Y lo que me queda tras su presentación es seguir maravillándome de cómo el género rock no sólo se apuntala con la ira y el sonido cototo y clásico de guitarras distorsionadas. Devo son la forma de cómo un concepto rock que critica la estupidez humana, se ofrece al mundo a través de un tono juguetón, libre y sin gravedades, como si pudiésemos hacer la resistencia mientras bailamos y nos cagamos de risa. Estoy convencido de que las más de diez mil almas que ahí figurábamos, terminó por comprarles su apuesta. Inolvidable.
Primus
Desde hace muchos años que sigo a Primus. Tengo muchos de sus trabajos, tanto originales como cuneta, incluso sigo los proyectos alternativos ideados por Les Claypool. Es que a este músico lo encuentro tremendo, especialmente en su apuesta estética y sonora alcanzada a través de su agrupación estrella, por lo mismo es que cuando caché los dos astronautas gigantes en cada extremo del escenario, intuí que lo que iba a pasar en la próxima hora sería bacán.
El sonido power trío de Primus es único. Resulta revelador apreciar cómo esta formación se permite jugar entre tensiones y ataques sonoros con tanta naturalidad. De más está decir que la vuelta de Tim Alexander en la batería demostró porqué con él, Primus se presenta con su mejor formación.
Al lado mío, un pendejo con una polera del Sailing the Seas of Cheese, gritaba, se tomaba el pelo y hacía amagues de llanto al ver, por primera vez al parecer, a la banda de sus amores. Y a medida que empezaban a desgajarse temazos como “Southbound Pachyderm”, “Jilly’s On Smack” o el combo final con “Wynona’s Big Brown Beaver”, “My Name Is Mud” y “Jerry Was A Race Car Driver”, el flaco que tenía al lado solo cabeceaba y le gritaba al oído a su compa lo feliz que era, lo bacán que sonaba el guitarra LaLonde y que ver a Primus esa jornada, era suficiente como para cagarse de risa de ahí hasta lo que queda de año. Yo, más viejo y trajinado, al lado de él pensaba parecido.
Extremoduro
No alcancé a ver a los Dos Minutos y si bien tengo el Valentín Alsina en caset, por esta odiosa exigencia de decidir me quedé en la presentación de Primus, mientras mi culpa me picaneaba por no ver a los argentinos en el escenario Escudo. Mala onda.
El agotamiento y el dolor de pies a esa hora eran parte de uno y reconozco que me quedé por curiosidad y sin ser un seguidor, al aguaite de los españoles Extremoduro. Los conocía por sus sandías calás como “La vereda de la puerta de atrás” o “Jesucristo García”, que escuchaba repetidamente un amigo del sur cada vez que nos juntábamos, entonces, con el cansancio a cuestas y las ganas de saberlos en vivo, me quedé atento mientras varios se iban, quedándose sus verdaderos seguidores ya pasadas las 11 de la noche.
El flaco Iniesta, sin dudas, es un gran maestro de ceremonias. Con una actitud que disiente de la urgencia habitual del rock, casi en tono contemplativo y de viejo sabio, condujo el espectáculo con su voz y su guitarra al tiempo y ritmo que él quería y tod@s nosotr@s testigos de eso, lo seguimos a pesar del día exigido que habíamos vivido. Un capo el hombre.
Creo que Extremoduro, si bien era una apuesta como cierre de este festival –considerando criterios de mercado y masividad-, resultó ser una tremenda decisión, porque ver a esos majos tan conectados y entregados a ese público devoto que comió sol y tierra durante tantas horas, y que seguía ahí, coreando y aplaudiendo el sólido sonido de la banda de sus amores, solo me confirma que el rock es justamente eso: actitud, devoción y amor puro por la música.
Al cierre
Anteanoche, a esta misma hora, allá en el Espacio Broadway, habíamos caleta de locos y locas que hacíamos una especie de ruedo para ver a las banditas de nuestros amores o para descubrir nuevos héroes y de la misma manera en que estos viejos se peinan con estas cumbias en mitad del centro de Santiago, del mismo modo, nosotros hicimos lo mismo durante muchas horas: dejarnos llevar por la sublime, por la hipnosis de la música.
Ella siempre termina ganando.