Sólida respuesta a Ariel Dorfman por su carta «imaginaria» a Nicolás Maduro en nombre de Salvador Allende

Sin mucha imaginación, la “Carta” restituye las acusaciones habituales, sin argumentos: fuertes tendencias autoritarias; limitación de la libertad de asociación de los opositores y de la libertad de prensa; prisioneros de opinión, torturados, y retoma la afirmación –discutible– que hay una “catástrofe humanitaria” en Venezuela.

Sólida respuesta a Ariel Dorfman por su carta «imaginaria» a Nicolás Maduro en nombre de Salvador Allende

Autor: oscarfernandez

Utilizando un sorprendente estilo, el escritor Ariel Dorfman tomó hace unos días la iniciativa de redactar una “carta imaginaria” de Salvador Allende al Señor Presidente Nicolás Maduro. El autor de Para leer al Pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo  (con Armand Mattelart) y de La muerte y la doncella, afirma sentir la obligación de imaginar los consejos que el Presidente de Chile (1970-1973) habría podido prodigar a su actual colega venezolano, quien considera a Allende un héroe y un modelo.

Tal método suscita una interrogante de índole ética. ¿Es aceptable atribuir al Presidente mártir una opinión sobre el actual gobierno de Venezuela, incluso si ésta es presentada como “imaginaria”?

Antes de intentar una respuesta, examinemos su contenido.

A diferencia de los que se ensañan contra Nicolás Maduro negando toda similitud entre Chile de 1973 y Venezuela de 2019, Ariel Dorfman reconoce semejanzas entre la desestabilización del gobierno chileno y la que está actualmente en curso contra el gobierno venezolano.

En 1973 –explica– Nixon, Kissinger y las multinacionales estadounidenses conspiraron contra Chile. Hoy, Trump, Pence, Pompeo et Elliot Abrams, dirigen la maniobra. Pero con un objetivo bastante limitado: “expulsarlo a Ud., el Presidente constitucional de Venezuela, por la fuerza de las armas”. La “Carta” no dice que los conspiradores quieren destruir el proyecto redistributivo chavista para permitir que sus multinacionales se apoderen del petróleo (esta palabra no figura).

Enseguida, sin mucha imaginación, la “Carta” restituye las acusaciones habituales, sin argumentos: fuertes tendencias autoritarias; limitación de la libertad de asociación de los opositores y de la libertad de prensa; prisioneros de opinión, torturados, y retoma la afirmación –discutible– que hay una “catástrofe humanitaria” en Venezuela.

Más o menos los mismos anatemas fueron lanzados, hace cuatro décadas, contra Salvador Allende. Salvo el último: las intervenciones “humanitarias” son una creatura del siglo XXI.

En efecto, el 22 de agosto 1973, la oposición chilena, financiada por la CIA y mayoritaria en la Cámara, votó un acuerdo en una sesión express, casi sin debate, afirmando que el gobierno de Allende “desde sus inicios está empeñado en conquistar el poder total” para “instaurar un sistema totalitario”. Para eso ampara “la creación de poderes paralelos, ilegítimos”; ha “usurpado” facultades del Parlamento y de la Justicia; “ha atentado gravemente contra la libertad de expresión”, de reunión, de enseñanza, y la de salir del país. Y en fin, “infiltró” las fuerzas armadas. Conclusión: los militares deben “poner inmediato término a todas las situaciones de hecho referidas”.

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Hoy tales afirmaciones son consideradas absurdas e incluso vergonzosas. Salvo para los que aún reivindican el golpe de Estado a través de este acuerdo de la Cámara. Pero en 1973 eran difundidas machaconamente por la prensa de oposición, que dominaba el paisaje mediático, sin dejar de gritar que no había libertad de prensa. Para muchos, las falsas acusaciones lanzadas contra Allende se transformaron en “verdades” exentas de demostración. Una parte significativa de la población creyó entonces que Allende era un personaje abyecto que preparaba secretamente una siniestra dictadura. Y aplaudió su derrocamiento.

Como Chile de 1973, la Venezuela de 2019 está cargada de falsas informaciones sobre “exacciones” fabricadas para diabolizar al gobierno y justificar también su derrocamiento. Conviene verificarlas con mucho rigor antes de difundirlas.

El autor de la “Carta” desgraciadamente no verificó las fuentes cuando hace “decir” a Allende que Nicolás Maduro cuenta con el apoyo de Rusia y China, mientras que cuando “yo pedí” ayuda a la Unión Soviética “no recibí un peso”. Las fuentes sobre la visita de Allende a la URSS en diciembre 1972 indican que Moscú acordó un préstamo a Chile por un monto considerable. Cierto, menor a los U$80 millones solicitados por el Gobierno chileno. El ministro de la Planificación, Gonzalo Martner, que formó parte de la delegación, habla de U$45 millones; el consejero de Allende Joan Garcés afirma que la URSS prestó U$27 millones en materias primas y alimentos y añadió U$20 millones a un crédito anterior de U$ 80 millones.

Finalmente, el Allende imaginario reprocha a Nicolás Maduro “la manera irresponsable con la que Ud. ha mal dirigido su país» y le da un consejo: « yo decidí organizar un referéndum que permitiría al pueblo determinar la vía que el país debería tomar”.

No obstante, los referéndums y las elecciones no faltan en Venezuela. Entre 1999 y 2019 el país ha tenido la ocasión de escoger su vía en seis elecciones de gobernadores, seis referéndums, tres elecciones municipales, dos elecciones de asamblea constituyente, cuatro parlamentarias y cinco presidenciales. En todos los casos, salvo dos, el chavismo llegó primero.

Pero lo esencial es que dar ese tipo de consejos a otros países no formaba parte de los métodos utilizados por la Unidad Popular. Su política internacional consistió en reemplazar las “fronteras ideológicas” de la Guerra Fría, por el “pluralismo ideológico” y a promover los principios de la autodeterminación de los pueblos y de la no intervención.

Allende defendió el derecho de cada país a escoger su vía, sin inmiscuirse en la política interna. Pero sí, su gobierno fue solidario con Vietnam, entonces bajo una lluvia de bombas, y condenó sin ambigüedad el bloqueo a Cuba, entonces bajo los fuegos de una campaña de desinformación y de una guerra económica similar a las que hoy sufre Venezuela.

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Hace unos días, un grupo de intelectuales, algunos de ellos próximos al gobierno de Allende, basándose en sus experiencias, redactaron una carta abierta a la Alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet. Alarmados por el efecto de las “sanciones económicas” impuestas por Estados Unidos a Venezuela, que han ocasionado pérdidas por U$23 billones, le piden que intervenga.

El objetivo de esas “sanciones” –explican– es impedir la recuperación económica del país y someter al hambre su población para “acelerar el colapso”, como lo dijo el ex embajador de la Casa Blanca ante Venezuela, William Brownfield. Esta agresión contra la población viola la Carta de la ONU, el Pacto de los Derechos Civiles y Políticos y del Pacto de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Y también el Derecho Internacional.

Volvamos a nuestra pregunta inicial. ¿Corresponde aceptar que, en nombre de la libertad de creación, alguien atribuya a un personaje palabras que nunca ha pronunciado?

No es la primera vez que Allende se ve atribuir gestos diferentes a los hechos históricos. En 2015, miembros del gobierno chileno afirmaron que, ante la reivindicación marítima boliviana, la política de Allende se limitó a pregonar el respeto a los tratados, cuando, en 1971 envió un emisario a La Paz para negociar un acceso al mar.

Recientemente, en un filme de reconstitución “imaginaria” el día del golpe de Estado, el realizador inventa una disputa telefónica –inexistente– entre Allende y el jefe del Partido Socialista, luego pone en escena una desautorización de Allende por los partidos de su coalición –que nunca existió–, y finalmente hace decir al Presidente, en pleno bombardeo de palacio, que su gestión fue un “fracaso”.

El español republicano llegado a Chile como exiliado en 1939, Víctor Pey, estuvo concernido por un asunto similar y, en nuestra opinión, respondió brillantemente. Próximo de Allende y de Pablo Neruda, Pey fue presentado en el film Neruda de Pablo Larraín como el que indicó a la policía como dar con el futuro premio Nobel. Todo esto en clara oposición a los hechos: Pey estuvo entre los que ocultaron a Neruda y le ayudaron a salir del país.

Antes de su muerte en 2018, a los 103 años, Víctor Pey respondió a los que “imaginaron” su comportamiento en 1948: “Si bien la libertad en el arte es y debe ser infinita, no lo es cuando hay datos que permiten vincular los hechos con personajes de carne y hueso”. En efecto, nadie tiene derecho a travestir los hechos históricos ni a hacer decir a los personajes lo que no han dicho.

Ariel Dorfman tiene todo el derecho a escribir su punto de vista sobre el gobierno de Venezuela. Pero ¿por qué presentarlo como si fuera el de Salvador Allende, alineándolo con los que critican el gobierno de Nicolás Maduro? El escritor no puede ignorar que la utilización de la figura del Presidente chileno, incluso bajo la forma de una “Carta imaginaria” es cuestionable en el plano ético.

 

Jorge Magasich, historiador de origen chileno,

Profesor en el Instituto de Altos Estudios de Comunicaciones Sociales (IHECS), Bruselas

 

Este texto ha recibido el apoyo de:

Pablo Sepúlveda Allende, médico en Venezuela, nieto de Salvador Allende

Atilio Borón, politólogo y sociólogo argentino, profesor en la Universidad de Buenos Aires

Hugo Moldiz Mercado, abogado, periodista y director del semanario La Época. Coordinador del capítulo boliviano de la Red en Defensa de la Humanidad (REDH)

Maria Nela Prada Tejada, diputada boliviana, integrante del capítulo boliviano de la REDH

Amzat Boukari, escritor, doctor en Historia y civilizaciones africanas, autor de Africa Unite

Omar González, premio Casas de las Américas

Alicia Jrapko, estadounidense, coeditora de Resumen Latinoamericano

Ángel Guerra Cabrera, profesor y periodista Cuba/México

Paul-Emile Dupret, jurista, Parlamento europeo, grupo GUE/NGL

Jeremy Fox, escritor, periodista, Reino Unido

Paula Polanco, presidenta de INTAL, Bélgica

Ronnie Ramírez, cineasta, Bélgica

Felisa Cereceda, nieta de Violeta Parra

Chilenos de segunda y tercera generación, Lieja, Bélgica

 


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