Durante ocho minutos la tierra se movió como nunca antes. Eran las 15:11 horas del 22 de mayo 1960, cuando un terremoto de dimensiones gigantescas sacudía el sur de Chile causando pánico en la población. Los sismógrafos desplegados por el mundo, registraron una inusitada magnitud de más de 9.0. Se trataba del megasismo y tsunami conocido como el “Terremoto de Valdivia”, que azotó con fuerza más de 40 ciudades y cientos de localidades del centro-sur de Chile, cambiando para siempre la morfología de la costa chilena y la ciencia sísmica del mundo.
A seis décadas de este evento catastrófico, considerado el más grande jamás registrado en la historia sísmica mundial, investigaciones internacionales y chilenas dan cuenta de lo que hoy sabemos tras años de investigación. Estudios que muestran, por ejemplo, que el terremoto de 1960 liberó 25 veces más energía que el de 2010, conocido como el “27F”.
Gabriel González, académico de la Universidad Católica del Norte y subdirector de CIGIDEN, (Centro de Investigación para la Gestión Integrada de Desastres), señala que se logró establecer que este terremoto fue precedido por una secuencia sísmica que se inició la madrugada del 21 de mayo con un sismo de magnitud 8.3, localizado bajo la costa de la ciudad de Lota.
“Este sismo se sintió con fuerza en la Región del Biobío. La secuencia de sismos precursores fue completada por ocho sismos de magnitudes superiores a 5.8, dos de los cuales alcanzaron una magnitud 7.3 y uno magnitud 7.8”, asegura el experto.
Fractura sísmica
El megasismo, cuya magnitud de momento se calcula entre 9,3 y 9,5 –aún persiste la controversia entre la comunidad científica–, tuvo una fractura de más de 1.000 kilómetros. El epicentro, también discutido entre los estudiosos, hoy se establece frente a las costas de Lebu. Los registros históricos y de prensa de la época, reportan más de 109 localidades afectadas en el centro-sur de Chile, en especial, las ciudades costeras.
Hasta hoy los científicos siguen tratando de descifrar las enigmas de este evento, asegura Marcos Moreno, académico de la Universidad de Concepción e investigador de CIGIDEN.
“Es un tipo de superterremoto, que necesita un tiempo largo, de varios siglos, para acumular la energía necesaria que permite generar un evento tan grande. Estudios históricos liderados por Marco Cisternas de la U. Católica de Valparaíso, sugieren que este tipo de terremotos tiene una recurrencia de más de 300 años. Este largo periodo llamado ciclo sísmico –que integra etapas de acumulación y posterior liberación de la energía sísmica–, es más largo que la escala temporal de la vida humana, por lo tanto, un obstáculo para la comprensión a cabalidad de estos procesos”, explica Moreno.
Una de las principales dificultades que ha enfrentado el estudio de este gran terremoto, es que ocurrió antes de la proliferación de observaciones de geodesia espacial, como son los GPS, lo cual permite registrar de manera precisa los movimientos de la superficie terrestre, antes.
Precisamente, trabajos recientes del profesor Moreno, usando análisis de datos de GPS, han permitido entender, por ejemplo, que días antes de grandes terremotos existe actividad precursora. Esto ha sido observado antes de los terremotos del Maule 2010, Japón 2011 e Iquique 2014.
“Es probable que la mayoría de los terremotos sean precedidos por eventos de deformación lenta antes de que ocurran, pero anteriormente no teníamos los instrumentos para observar estos fenómenos. Es muy interesante que el terremoto de 1960 fue precedido por un terremoto fuerte el día anterior, y que el contacto de las placas se deslizó más de 40 metros en algunas zonas, cambiando de forma casi instantánea el nivel de la superficie de la tierra, especialmente en la costa, las que registraron una brusca y generalizada subsidencia”, describe el académico.
Un enorme tsunami
Veinte a treinta minutos después del terremoto, un tsunami de grandes proporciones azotó las costas del sur de Chile, desde Concepción a Chiloé. “Imagínate estos mil kilómetros de costa moviéndose y deformándose en el fondo, lo que generó una ola gigante que se propagó hasta las localidades costeras entre 15 a 20 minutos después de ocurrido el terremoto. En Puerto Saavedra se registraron olas del orden de los nueve metros, en Corral fueron de 10 metros, incluso en Talcahuano se llegó a los 3 metros. En Dichato, en tanto, el tsunami alcanzó olas entre los cinco y los siete metros”, dice Rafael Aránguiz, académico de la Universidad Católica de la Santísima Concepción e investigador de CIGIDEN.
Las olas que azotaron las costas chilenas también avanzaron por el Océano Pacífico, generando un tsunami que se desplazó por miles de kilómetros hasta alcanzar Japón, Filipinas, Indonesia y Hawai, advierte Rodrigo Cienfuegos, académico de Ingeniería UC y director del CIGIDEN.
”A partir de ese tsunami silencioso, que no tuvo alertas ni preparación, la comunidad científica internacional se organizó para reforzar la investigación colaborativa, al mismo tiempo de fortalecer y crear sistemas se alerta temprana de tsunamis. Al alero de las Naciones Unidas, fue creado el Tsunamis Warning Center”, explica el profesor.
En efecto, las olas del tsunami en Japón alcanzaron hasta 6.3 metros y mataron a más de 139 personas, en tanto que Filipinas, Hawaii y la Bahía de San Francisco en Estados Unidos, también sufrieron los efectos. A partir de ese tsunami de 1960, el país nipón comenzó la construcción de muros de alturas de seis u ocho metros, y rompe olas en las bahías para protegerse de eventos similares en el futuro.
Memorias del ’60
Pero el impacto del tsunami de 1960 aún tiene lagunas científicas, advierte Patricio Winckler, académico de la Universidad de Valparaíso. Esto, a pesar de los esfuerzos de científicos como Hellmuth Sievers, primer oceanógrafo chileno y profesor emérito de la U. de Valparaíso, y del americano George Plafker, el primer experto en postular que el terremoto y tsunami de 1960 en Chile, serían los más grandes registrados en la historia humana.
Plafker llegó a nuestro país ocho años después del terremoto para estudiar los cambios en el nivel de la tierra generados, evidencia que resultó clave para comenzar a entender estos grandes sismos.
“En aquel tiempo la red sismológica era precaria y solo se obtuvieron seis registros del tsunami en estaciones ubicadas al norte de la zona afectada. Tampoco se contaba con GPS, satélites, modelos computacionales o protocolos de levantamiento que hoy permiten tener una radiografía detallada de los tsunamis en semanas. Pero, además, hay un tesoro que reside oculto en los sobrevivientes que aún habitan las costas entre Puerto Saavedra y Chiloé. En ellos está la clave para reconstruir cómo fue el tsunami y terremoto del ’60”, explica Winckler, también investigador de CIGIDEN.
Por esta razón, el científico junto a un equipo multidisciplinario, recorrió más de 43 ciudades costeras del sur de Chile desde 2016, recopilando datos como el tiempo de arribo y el número de olas en distintas localidades afectadas por el tsunami, y la máxima inundación o los efectos sobre el territorio. Visitaron localidades como Pucatrihue, Chepu, Rahue, Maullín, Huillinco y Cucao, entre otras.
“Todo esto para entender cómo se movió el continente y, de esa manera, inferir qué lugares pueden ser propensos a futuros eventos”, dice Winckler.
La información obtenida –con el uso de drones e instrumentación científica, pero además del valioso testimonio de 31 sobrevivientes del terremoto de 1960–, permite inferir hoy que al igual que el tsunami de 2010, el impacto del sismo varió entre localidades costeras.
“En algunas planicies costeras como Maullín y el Lago Budi, el agua penetró varios kilómetros, pero además, hubo hundimientos de terreno de hasta dos metros. Mientras que corroboramos que en Bahía Mansa, en el sector costero de Osorno, se registraron olas de hasta 27 metros”, agrega el científico de la U. de Valparaíso.
Además, dos días después del terremoto, el Volcán Puyehue (Cordón del Caulle) inició un ciclo eruptivo que se mantuvo por 7 días. En total, el terremoto causó 2.000 víctimas en Chile y dejó pérdidas directas en propiedades del orden de 550 millones de dólares.
Mediante estudios estratigráficos con radiocarbono realizados por Marcos Cisternas en la localidad de Maullín (una zona ubicada aproximadamente en la mitad de la ruptura que causó el gran sismo), se ha podido concluir que en los últimos 2 mil años se han registrado otros siete terremotos similares al de 1960. La recurrencia de estos gigantes en la zona también ha sido analizada, estimándose cada 300 años: el último desde que se tiene registro ocurrió en 1571, en tanto que el más reciente relacionado, acontenció el 2016 en Chiloé.